1:05 AM. 17 de octubre del 2017. Hospital Sibley Memorial. Washington DC.
Había comenzado a llover, al principio mansamente pero después obligó a la gente a guarecerse de la la lluvia.
Jason salió del taxi que había tomado y corrió hasta la entrada del hospital, a pesar del corto trayecto acabó completamente empapado. Llovía con fuerza, creando charcos en el aparcamiento y tamborileando en porche de chapa del hospital.
Jason no se preocupó por la lluvia. Su mente sólo procesaba una cosa: llegar al hospital antes de que su presentimiento se cumpliera. Entró corriendo y se acercó hasta el mostrador de recepción.
—Estoy buscando a una paciente, se llama Hannah Sullivan, la han ingresado esta mañana...
—¿Es usted familiar suyo? —preguntó la recepcionista.
—Soy su psicólogo, estoy a cargo de su tratamiento. Perdone pero es muy urgente.
—Hannah Sullivan se encuentra custodiada por la policía en estos momentos. Sólo puede recibir visitas autorizadas.
—Soy el psicólogo asignado por el juez para su evaluación. Tengo una nota firmada por el director del centro penal para poder visitarla —Jason le mostró la autorización. Había tardado mucho en conseguir la autorización del director de la prisión para que le dejaran visitar a la joven, pero al fin lo había logrado.
—Está bien, avisaré a los policías que la custodian de su visita, Señor...—Miró el papel —Señor Lowe.
—Muchas gracias. Le ruego que se de prisa, es muy importante.
—La habitación es la 247, segunda planta. Puede tomar el ascensor de la izquierda, vaya subiendo mientras aviso a los encargados de la seguridad de la paciente.
—Gracias de nuevo.
Jason se alejó en dirección al ascensor. Tenía una corazonada. Era como un nudo en el estómago. Algo le avisaba de que era demasiado tarde.
Al llegar a la segunda planta leyó las indicaciones que le explicaban cómo llegar a la habitación doscientos cuarenta y siete. Caminó a paso rápido por el largo y estrecho pasillo pasando delante de numerosas habitaciones. Aquel hospital no contaba con una unidad de internamiento para presos como otros hospitales más modernos adaptados para este tipo de contingencias, la habitación en la que se encontraba Hannah compartía su espacio con el resto de los pacientes del hospital. La seguridad en estos casos consistía en un par de agentes que custodiaban la entrada.
Agentes que Jason no veía por ninguna parte.
Llegó junto a la puerta de la estancia y se sorprendió de no ver a nadie. El pasillo estaba vacío y aquello no era normal.
Al entrar dentro de la habitación comprobó que sus sospechas eran acertadas. Hannah no estaba.
Los cuerpos de los dos policías encargados de la seguridad de la joven se hallaban en un rincón. Jason comprobó sus constantes vitales y observó aliviado que estaban sin sentido, seguían vivos. También el cuerpo de una enfermera yacía sobre la cama donde debería hallarse la paciente, cubierta por la sabana, le faltaba la ropa y faltaban las armas de ambos policías.
Los grilletes que encadenaban a Hannah a la cama estaban abiertos. Quizás en algún momento precisaron quitárselos para realizar algún examen, momento que Hannah aprovechó.
¿Cómo lo había logrado? Sin duda Hannah llevaba planeando aquello durante un tiempo. Su plan había dado resultado.
No debía andar muy lejos. No podía haber huido tan pronto. Jason creía acertar cuando pensaba que Hannah todavía seguía allí, en algún lugar de ese hospital. Lo más seguro es que intentara pasar inadvertida. Jason cerró los ojos tratando de pensar. Se habría puesto el uniforme de la enfermera que había robado y sin duda le quedaría grande, era una mujer muy corpulenta, quien la viera podría sospechar. ¿Dónde pasaría desapercibida? ¿Cuál sería el lugar donde no repararían en su presencia?
—¡Urgencias! —La corazonada de Jason le parecía muy acertada. En urgencias todo el mundo andaba muy atareado, nadie se fijaría en ella.
Salió corriendo tan deprisa que tuvo que frenar en seco cuando se topó con una enfermera que caminaba en su dirección. Jason se detuvo un instante. No, no era Hannah.
—Por favor avise a la policía—gritó el psicólogo— la paciente de la habitación 247 se ha fugado...
Echó a correr tan rápido que la enfermera se quedó estupefacta.
—¡A qué espera, llame a la policía! —volvió a gritar el joven sin detenerse, mientras torcía por un pasillo en dirección a los ascensores.
La sala de urgencias estaba abarrotada como era costumbre en todos los hospitales. Jason agudizó la vista para distinguir a todos los enfermeros de la sala. Al fondo de la amplia estancia repleta de camillas y personas deambulando sin destino alguno le había parecido distinguir una enfermera cruzando la puerta de salida en dirección al aparcamiento de ambulancias.
Jason echó a correr esquivando a los pacientes y haciendo caso omiso a los gritos que dejaba atrás.