Hanzo y Lisa

El otro lado

 Sentí una brisa del viento más frío que jamás había tocado mi cuerpo. Es imposible abrir los ojos porque Roberta me lo aconsejo. “Si no quieres perderlos, mas te vale no abrirlos”. Mi cuerpo se balancea hacía delante, tanto que podría estar acostado ante el inmenso viaje. Han pasado tal vez, unos diez minutos o quizás uno, porque pareciera como si el tiempo se hubiese detenido.

 Siento cosquilleos en la planta de los pies, la punta de mis dedos de ambas manos, están fríos, la espalda comienza a dolerme, quizás sea por el mal posicionamiento que llevo. Claramente en tus series o películas de fantasías, omiten todo esto para que el personaje llegue lo más pronto posible a su destino, pero oye, hay un circuito parecido al de las carreras.

 Escuchaba gritos, algunos de alegrías y otros de terror. Personas suplicando por sus vidas, otras solamente llorando y despidiéndose e incluso, algunas, tímidas y vacías aceptando su cruel destino. Sé al lugar donde me dirijo, por eso no soy capaz de sorprenderme ante todo eso.

 Sentí que por primera vez mis pies tocaron una superficie, lisa con un poco de tierra. Abrí mis ojos y observé, era un eterno paisaje de flores, árboles, ríos, puentes. No hay ninguna edificación y animales. El cielo es más celeste que en la tierra de los vivos. En un segundo, aparecieron muchas personas, caminando, corriendo, riendo, jugando, etc.

 Fue como si por un momento, cayeran del mismo cielo o si era como ese juego de computadora en el cual, tarda un poco, al cargar los personajes. Unos parecían más alegres que otros, unos ni siquiera tenían un semblante demostrando un tipo de sentimiento, solo sus ojos concentrados en algún lugar. La mayoría deambulaba hacia ningún lugar, aprovechando la basta inmensidad de suelo que tenían para recorrer, parecía como un campo gigantesco para muy pocas personas.

 Cuando me dispuse a caminar, alguien toco mi hombro. Sus huesudos dedos blancos se hundieron en mi piel por lo que me sobresalte y aleje. Lo vi, era “La Muerte”, era el espectro frente a mí, aquel psicopompo, encargado de guiar a las almas hacia su eterno descanso, con su velo negro y su hoz, la cual tenía una cadena con reloj de arena y en su otra mano, en un destello, apareció un libro de muchas hojas. Su semblante es tan temible como cualquier otro ser tan aterrador que exista en vida real.

 Estaba perdido en la lectura, buscando tal vez mi nombre, en esas paginas tan viejas que estaban amarillentas, el polvo de cada una de esas hojas al correrlas, dificultaban mi visión y molestaba mis ojos. A cada hojeada, debía frotarme los ojos.

 Luego de varios minutos, hizo desaparecer su libro. Se acercó y me observo detenidamente y muy de cerca.

La Muerte: Tu nombre no aparece en el libro de los difuntos. ¿Qué hace tu existencia caminando entre los muertos? Dijo mientras señalaba a los demás.

 Hanzo: Vengo para hablar con alguien. Gracias a la transportación material desde la tierra de los vivos. Respondí.

 La Muerte: Ah, muy bien entonces. Eres la primera persona desde hace mucho tiempo, que ha sido capaz de atravesarlo.

 Hanzo: Digamos que, estoy un poco apresurado.

 La Muerte: El tiempo, es valido en la vida. Aquí se ha detenido hace ya, bastante tiempo.

 Hanzo: ¿Qué quieres decir con eso? Pregunte confundido.

 La Muerte: Aquí la vida no transcurre, es decir, no pierdes vida y tampoco pasa el tiempo. Cuando vuelvas a tu vida, no habrán pasado mas que tan solo unas horas.

 Hanzo: Me alegro de haber oído eso.

 La Muerte: ¿Quién es aquella alma solitaria transitando por aquí, por la cual estas ansioso por visitar? Pregunto mientras daba vuelta a su reloj de arena.

 Hanzo: Lisa Brown. Conteste con mi mirada firme.

 La Muerte: Muy bien. Ella está sentada en el puente de los milagros.

 ¿Puente de los milagros? Porque habría aquí un lugar llamado de esa forma. Continúe con mi camino, luego de saber con exactitud donde esta ese lugar. Varías personas que antes rondaban por mi vida, en mi niñez, estaban aquí. Vaya muchas personas mueren, y ni siquiera uno se da cuenta de ello. Hasta que se entera, que el tiempo pasa y pasó para muchos.

 En ciertos lugares, la tierra es puro lodo, varias almas se caen a causa de ello. En otras la lluvia es tanta, que sus gotas golpean cada parte de mi cuerpo provocándome dolor y es casi imposible abrir los ojos para ver. Otras, el calor es muy sofocante, te deja sin aire, quema cada parte de la piel e incluso hasta provoca dolor de cabeza. Y en un lugar llamado “Sangre de hielo”, hay tanta nieve, que los pies se te congelan aun cuando llevas calzado, resulta difícil mover los dedos porque el roce de ellos duele. Y así, navegando mi rumbo hacia un lugar desconocido, para estar con Lisa, recuerdo lo que una vez dijo la abuela Yuto, “algunos paisajes se vuelven hermosos por el simple hecho de haberlos afrontado antes y una vez acostumbrado, la belleza del lugar, aparece como arte de magia. La cuestión es la siguiente, acostumbrarse”.

 Luego de pensar en ello, la nieve en mis pies se sintió mas cómoda, la nieve que caía en mi cuerpo, es como aquel abrazo helado, pero misteriosamente cálido. Una mezcla entre el calor de mi cuerpo y la temperatura del ambiente.

 Al salir de ese paisaje, me encontré con un enorme puente de hierro, poco oxidado, con una calle empedrada, como si transitara las mismas calles de Londres. Unas almas me cruzaban al lado, se me quedaban mirando y luego desviándolas hacia otro lado. Caminando y observando la majestuosidad de este enorme puente, que me llevaba cada vez, mas cerca del mismo cielo, el rio parecía un simple lago. Giro mi vista hacia la derecha y la encuentro, ella tan hermosa y deslumbrante, escribiendo algo en un libro, por fin la encontré luego de tanta odisea.

 Mi corazón se aceleró, las palabras no salían de mi boca y tuve que luchar por eso. Tuve que luchar conmigo mismo, porque allí, sentada, con un sombrero rosado de flores rojas. Con vestido blanco y unos zapatos negros de ballerina. Su hermoso cabello caía en sus hombros como si fuese un rio cayendo por una cascada. Su particular forma de manejar el bolígrafo y deslizarlo por las paginas, era parecido al baile de una bailarina de ballet. Deseaba permanecer así durante toda vi mida, tan solo observándola, admirando su belleza y deleitando su hermoso ser. Anhelando toda una vida, aquí, en el rincón donde las almas se juntan para su reencuentro infinito de eternos momentos.




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