El verano está siendo el más asfixiante de los últimos años. Tabitha está tumbada en la cama de su cuarto, absorta y aburrida, mientras escucha música y deja que el ventilador ondee su rubia melena. Patricia, su madre, llama a la puerta de la habitación y entra sin esperar a ser invitada:
—Vamos, deberías salir, hoy hace un día estupendo —dice mientras guarda la ropa.
—Mamá, ¿estás loca? Hace demasiado calor y la piscina aún no está llena —Tabitha cierra los ojos disfrutando del viento frío.
—¿Sabes lo malo que es para el medio ambiente? —le contesta ella apagando el aparato.
—¿Quieres matarme de calor? —dice levantándose e intentando encenderlo de nuevo, pero su madre la aparta.
—Mira —le dice distrayéndola para señalar por la ventana—. ¿ese no es Brad Hamilton?
Ambas se asoman por la ventana, para ver como un chico alto y delgado, saca cajas del maletero de un coche negro. ¿Ése era Brad Hamilton? Pensó Tabitha sin creérselo. No se parecía nada al chico que ella conoció: ahora vestía con ropa oscura, llevaba unas gafas de pasta negras y los brazos llenos de tatuajes.
—Vaya cambio ha pegado —dice Patricia con la boca abierta.
—¿Sabes qué hace aquí?
Brad se marchó hará ya cinco años. Sus padres se divorciaron y él se fue a vivir con su madre. Nunca quiso saber nada de su padre: engañó a su madre con su profesora de primaria.
—Su madre murió hace una semana, al tener todavía diecisiete ha tenido que mudarse con su padre... pobrecito. Vamos a saludarle.
—Ni hablar —dice encendiendo el ventilador y tumbándose de nuevo.
—Vamos, ¿aún te gusta?
—¿De qué hablas? —dice levantando una ceja.
—Soy tu madre, ¿crees que no me daba cuenta de que te pasabas las horas mirándole por esa ventana?
—No es cierto...
—Pues si estoy mintiendo, ves a saludarle —dice Patricia apagando de nuevo el ventilador.
Tabitha resopla frustrada y decide ir. Ya no es la niña de antes. Aquella enamorada en secreto, demasiado tímida para atreverse a hablar con él. Cuando pone un pie en la calle, el aire caliente le invade de golpe. Cruza la calle con determinación y seguridad.
—Hola —saluda con la mano, para luego apoyarse en el coche cruzada de brazos.
—Hola —contesta Brad sin apenas mirarla. Tiene el cabello oscuro y repeinado con gomina: brilla con la luz del sol.
—Cuanto tiempo sin vernos... —él sigue sacando cajas sin prestarle atención. Tabitha empieza a sentirse frustrada—Siento lo de tu madre.
Él se para delante de ella con una caja de cartón en las manos, para mirarla mejor:
—Perdona... ¿nos conocemos?
Tabitha aprieta la mandíbula con fuerza. ¿Si nos conocemos? ¡Pero si hemos sido vecinos toda la vida!
—¿Eres imbécil? —le dice ella—. Soy Tabitha, tu vecina de enfrente durante doce años.
Brad mira en dirección a la casa unifamiliar para luego mirarla a ella.
—Ah, ya...
Después de eso, vuelve a lo suyo, como si nada hubiera pasado y entra en la casa.
—¿De verdad no te acuerdas de mí? —ella se pone enfrente de él enfadada— Brad se encoge de hombros como respuesta—. Vamos, ¿qué tienes amnesia o algo?
—Mira, lo siento pero no tengo tiempo para esto ahora —la esquiva para entrar en aquella casa, el último lugar donde le gustaría estar.
—¡Oye! —Brad se gira para ver a la chica que le apunta con un dedo—. ¡Haré que te acuerdes de mí!
Él se queda anonadado, viendo como la chica se aleja, la cabellera se balancea con cada paso decidido de Tabitha, que ya ha pensado en un plan.