Haría falta una diosa para sacar un clavo

Capitulo I

Muchas veces me he desvelado pensando el por qué estoy en este mundo; la respuesta parece no aparecer durante varios minutos hasta casi el amanecer cuando finalmente en mi cabeza una voz aparentando una versión extraña de mí misma, dulce y elegante me responde con una frase tan simple “Es porque hay algo que debes encontrar”, es sin dudas el propósito de vida más fácil diría yo; solo me estoy mintiendo es claro que así es. Como todas las personas; los objetivos son diferentes, unos desean ser los mejores profesionales del mundo y creerse por encima de los demás con sus miles de éxitos mientras en silencio se castigan compadeciendo su falta de felicidad, estrés y demás problemas que se generan así mismos. Otros solo tienen el sueño de vivir tranquilos con una familia feliz como en cuentos, pero se quejan porque no todo es un lecho de rosas pues las deudas no perdonan ni la más efímera felicidad.

Desde pequeña he oído aquella voz con su misterioso acento femenino recordándome una y otra vez que busque algo en especial, diciéndome: “Oye no olvides lo que debes hacer” provocándome una sensación de soledad indescriptible; me mortificaba casi todos los días buscando a mi alrededor algo que ni siquiera sabía que era, si era una persona, un objeto o un animal, quizá era una meta como los demás niños quienes deseaban ser doctores, policías, profesores, etc. Detestaba esa idea con tanta pasión por el ligero hecho que sería frustrante buscar algo tan simple, prefería mil veces que fuera una persona, que una profesión o un objeto insignificante. Cuando me preguntaban yo no sabía que responder; no era que estuviera indecisa al respecto solo no me interesaba ser algún profesional en particular o incluso la idea de llegar a ser adulto, de hecho, me atrevería a decir que la sola idea de crecer sin saber qué hacer con mi vida me aterraba ¿Qué dirían mis padres si les dijera? Estoy segura que se decepcionarían de que su hija no tuviera iniciativas o metas, quizá me imaginen como una pordiosera vagando de calle en calle por algo de comer, para empezar mi familia era pobre y vivíamos en una casa hecha de adobe con un tejado lleno de goteras, aunque para mí eso era divertido, me emocionaba usar un plástico sobre nosotros y la cama para evitar mojarnos casi como una carpa, veíamos a través del fino “campo de fuerza” las gotas salpicar para luego competir entre ellas a ver quién llega al suelo primero, en las mañanas salía al patio lleno de plantas a jugar descalza entre los árboles o recoger zanahorias, espinacas incluso moras que crecían junto a la calle, me gustaba aquel arbusto casi al punto de  tratarlo como un amigo imaginario, hablaba con él y le contaba mis anécdotas imaginarias o programas que veía en la televisión mientras deleitaba sus dulces frutos, sentía que me protegía de alguna manera con sus largas y blanquecinas ramas llenas de pequeños espinos de los autos y  extraños transeúntes manteniéndome dentro de los dominios de mi pequeño hogar.

Recuerdo que en mi niñez; no incluso hoy siempre he visto las cosas de diferente forma, me gusta bailar, pero lamentablemente soy excesivamente perfeccionista por lo que me deprimo cuando una coreografía no me resulta parecida a la de aquellos famosos que he visto en televisión, me exijo demasiado en variadas ocasiones, pero sé que eso no habría sucedido si no hubiese escuchado aquella conversación entre mis padres. Una mañana desperté y me dirigí a mi cotidiano paseo cuando me desmoroné entre los cultivos de espinacas, mi querido arbusto de moras había desaparecido dejando un montón de tierra alrededor y algunas pequeñas ramas destrozadas; grite conmocionada haciendo que mi abuela quien entonces me cuidaba saliera asustada, aquella mujer de no tan avanzada edad con algunas canas notorias entre su larga cabellera negra había cortado la planta por la tarde mientras dormía y mis padres trabajaban cuidando una Quinta. 

Mis padres se enteraron casi por la noche luego de llegar del trabajo y confrontaron a la señora en la cocina, entre tanto yo me escabullí al otro lado de la habitación y por un pequeño agujero en la pared esperaba un juicio justo a quien había asesinado descorazonadamente a mi protector. Siempre que recuerdo aquella escena mis lágrimas comienzan a brotar desconsoladamente de mis ojos, dos adultos extremadamente cansados de la ardua jornada laboral sentados en unos pequeños bancos de madera, ambos preguntándose por que continuaban viviendo con una anciana que solo parecía complicarles la vida, era normal en mi opinión que esa idea cruzara por sus mentes ya que aunque era mi abuela materna y la casa le pertenecía, quienes pagaban los gastos tanto de servicios básicos como de los alimentos eran mis padres. Esperaba que una justicia divina apareciera ante ellos y reclamara por las acciones de la anciana, pero en su lugar vi a la mujer excusándose en que las ramas de mi protector eran peligrosas para una niña tan juguetona como yo, la mujer no dejaba de argumentar que todo era por mi bien y concluyó indicando que además odiaba esa planta por que lucía como un arbusto enorme y desparramado en la calle.  El vacío en mi pecho me impedía respirar con normalidad seguido de un ligero ardor en mis ojos que me hizo frotarlos viendo en mis manos lo que parecía ser agua, pero su sabor era salado y continuaba brotando de mis ojos; estaba llorando por primera vez en mi vida y sentí el dolor de perder alguien preciado de la peor forma para un niño, sé que en este punto dirán que solo era una planta, hubiese sido peor una persona o un animal, lo sé, pero aquel arbusto era igual o incluso más valioso para mí que cualquier otra cosa lo hubiese sido para los demás.

En mi corta edad de 3 años había comprendido muchas más cosas que la mayoría en aquella edad, por ejemplo, cuando mis padres peleaban por alguna razón al final siempre concluía que la autora había sido mi abuela. Aquella mujer adoraba comentar entre las hermanas de mi madre sobre nuestro estilo de vida y se quejaba de que su hija viviendo en casa no hacía más que dormir, insinuaba que mi padre tenía un romance con la dueña de la Quinta para la que trabajaba y de mi comentaba que era una niña enfermiza que no sabía comportarse. Por mi parte estaba segura que nada de eso era cierto, después de todo mi padre nos cuidaba y demostraba afecto siempre que podía con fuertes abrazos a mí y pequeños coqueteos a mi madre o algunos besos sorpresivos que la dejaban como un tomate, mi madre madrugaba los días que estaba libre del trabajo y hacia todos los quehaceres para luego dormir conmigo cerca del mediodía; yo era diferente le tenía miedo a mi abuela, era normal que no le hiciera caso cuando me ordenaba algo, pues entre más lejos estuviese de ella me sentía a salvo, por otro lado sí; era enfermiza pero, no por que saliera descalza al patio, si no que aquella señora sostenía el hábito de regalar mis sacos a mis primas, era una suerte que mis zapatos no le quedaran a nadie más que a mí, a veces ella me daba muy poco de comer o incluso me pedía que juntara mis pequeñas manos para servirme un puñado de arroz y unas tiras de carne. En aquel entonces no podía decir sobre mis injusticias a mis padres, ellos milagrosamente llegaban despiertos a la casa y conseguían comer algo antes de caer rendidos, pero la razón más obvia era que rara vez podía articular una palabra entendiblemente, era muy desesperante, pero si lo pienso bien a duras penas empezaba a hablar y no tenía muchos ejemplos de esta habilidad a mi alrededor.



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En el texto hay: comedia, romance de epoca, romance y desamor

Editado: 24.10.2021

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