Tengo una facilidad innata para hablar y encantar con ellos a las damas, es algo que mi madre siempre mencionaba frente a sus amigas.
Desde que pude articular palabras tengo aquella capacidad que no me desagrada del todo, de hecho, me ha favorecido tanto que casi me parece aburrido actualmente encandilar muchachas con facilidad, por eso busco mujeres fuertes y de carácter para mi satisfacción de desafiarme a mí mismo cada vez sobre coqueteos, frases delicadas y mis mejores armas para poder enamorar a las jovencitas que parecen imposibles para cualquier otro que huye cobarde sin siquiera afrontar a tal desafiante espíritu femenil. No obstante, en cuanto logro endulzar el corazón frio y despiadado de cada una de ellas mi espíritu aventurero vuelve a caer en la monotonía aburrida que tanto detesto; las dejo sin reparo excusándome con cualquier argumento que casualmente funcione o invente en el momento, por más absurdo que parezca mis pretextos sin embargo no dejan de funcionar, después de todo, mi objetivo se consiguió magníficamente a la perfección al punto que no importa que tan fantasiosa suene mi forma de alejarme de ellas, todo al final funciona.
Mi infancia fue trágica contrariamente a mi presente; el hombre al que debería llamar padre huyó sin más cuando era un mocoso de apenas 4 años, ya ni siquiera recuerdo como era incluso si lo viera hoy no lo reconocería, en parte debería agradecer a ese hecho que ahora soy capaz de tratar con casi todo tipo de mujeres, después de todo el ver llorar a mi madre todas las noches hasta que tuve la capacidad de comprender la realidad trágica y devastadora. Decidí entonces deleitarla con mis primeras frases llenas de halagos, aunque toscos y típicos de cualquier niño, no obstante, era suficiente para hacer sonreír a mi procreadora, al menos por unos años hasta que conoció a un sujeto de nombre Steve. El tipo no era precisamente una gran persona, en realidad, aprovechaba cada oportunidad que tenía para insultar de manera disimulada o fumar cigarrillos en la casa, su higiene de hecho era casi insuficiente cuando se quedaba a dormir; cuanto detestaba su presencia en casa, pero no podía quejarme ya que mamá parecía lucir más relajada. A los diez años finalmente conseguí deshacerme del sujeto y del apego que mi madre había generado hacia su asquerosa personalidad, luego de un tiempo continué mi vida estudiantil siendo el foco de atención para la mayoría de la población femenina dentro y fuera del instituto.
Como es de esperarse, en toda historia existe otra cara de la moneda; un ser contrario al del protagonista, en mi caso era una pequeña niña de doce años llamada Alex Sánchez, su dulce mirada grisácea contrastaba su personalidad fuerte, al igual que su piel pálida lo hacían con sus cabellos negruzcos. Al crecer, ambos nos convertiríamos en amigos mientras que en mi corazón se clavaba el enorme deseo por conquistarla, mi corazón no dejaba de pedirme a gritos que intentará alguna de mis mejores artimañas románticas, mi cerebro por otro lado, sabía con certeza que jamás funcionaría, pues a diferencia de otras chicas ella diferenciaba muy bien ese tipo de trucos; no me sorprende de una doncella que tuvo que soportar toda su infancia con un padre y hermanos promiscuos.
Alex, mujer independiente, fuerte, segura, confiable, pero, sobre todo muy impredecible; nunca supe que cruzaba por su mente y estoy seguro que nadie lo sabría incluso si se lo preguntara. Tratar con ella era como bailar cuando daba dos pasos asegurados, siempre terminaba retrocediendo uno sin darme cuenta, al final del día terminaba más enamorado que antes de aquel celestial ser; por desgracia era el único que terminaba así al final del día. Se escapaba sin más haciéndome pensar que era yo quien la dejaba libre; tal vez así era, no deseaba darle el mismo trato que a otras mujeres, pero jamás hacia desmerecedora a alguien de mis más finas atenciones, siempre consideré que una mujer se merece el mejor de los tratos por parte de un hombre, pero con Alex terminaba estallando por su loca paranoia de que le rompería el corazón de la forma más vil y despiadada.
Durante varios años continué con su juego de baile al punto de otorgarle mi más profunda confianza, incluso confesando mis coqueteos con otras damas; ¿Qué hombre le declara sus aventuras amorosas a la mujer que más ama? sin dudas soy ese hombre, estúpido enamorado con un corazón clavado por un sentimiento tan hermoso y a la vez tan doloroso. No obstante, el juego tarde o temprano llegaría a su fin, como todo adulto ella maduraría y se convertiría en una diseñadora con gran talento, en cambio, mi talento me llevaría por el camino de la literatura y la creación de los poemas más bellos y sensuales dirigidos a la población femenina. Mis éxitos con la pluma me embarcarían por un viaje al continente europeo alejándome de mi primer amor por varios años, pero acercándome a la belleza encantadora de doncellas de todo tipo; mi dulce y frágil tentación, las mujeres de diferentes localidades eran una nueva expectativa para alimentar mi orgullosa habilidad, tantas diferencias entre ellas las hacia únicas en todo sentido, y eso solo me incentivaba a provocar sus más instintivos actos.
Nunca creí que un corazón tan juguetón como el mío, aún recordaba la esencia de mi amada, pero milagrosamente lo hacía, cada cierto tiempo la recordaba entre cigarrillos y delicados desnudos entre mis sabanas, el espejismo de verla en mi habitación rogándome mis más sinceras caricias se hacía tan fuerte en mis solitarias borracheras. —Haría falta una diosa para sacar este clavo, una diosa majestuosa para quitar el clavo que se atoró en este miserable corazón de madero—. Me repetía cada oportunidad, cada momento de soledad mientras observaba la ciudad de España encender sus luceros en la oscuridad. Así fue hasta que una mañana una carta llegó, una invitación para una boda entre mi doncella Alex y un hombre que casualmente se llamaba Esteben, estoy seguro que en aquella tarjeta de bordes dorados y letras estampadas en pan de oro faltaba invitar al funeral de mi corazón, el cual en ese preciso momento agonizaba junto con su dueño en la entrada fría y solitaria de un oscuro departamento.