Desde que soy pequeña me he sentido inferior, no por el hecho de ser diferente, por tener otra ideología, ser mujer o incluso por mi religión, de hecho, ninguna de esas cosas me ha parecido algo para lo cual deba sentirme menospreciada; tal vez mi carácter no permite que me traten de mal modo. Aún así, como todo ser humano tengo una debilidad que también es producida por la odiosa voz de mi cabeza, el no sentirme útil.
Me pregunto desde cuando comencé a pensar de ese modo, que yo recuerde, era un infante despreocupada que vagaba e incluso trepaba arboles como si un animal se tratase, las heridas eran en ese entonces un trofeo por haber conseguido una aventura. ¿Qué fue entonces lo que me convirtió? Quizá se deba a algún recuerdo reprimido, o talvez, a cierto suceso doloroso de parte de mi abuela; si, mi primer recuerdo tormentoso había sido el culpable de mi metamorfosis. Mi personalidad era la más fuerte de entre todas las mujeres en la oficina; no lo niego, es un hecho incorregible e innegable que pudiera comprobarse en todo momento, pero también tenía mi frágil ser escondido acumulándose lentamente hasta verlo estallar en las noches y en completo silencio.
En el momento en que bajé del taxi y vi al hombre que me perseguía como cachorro desamparado volvió repentinamente uno de mis pocos episodios de trágica desolación, esta vez era demasiado fuerte, casi me provocaba nauseas sentirme como un monstruo frente a los ojos de mi jefe y del joven que intentaba que fuera de su ayuda. Pensándolo bien, Andrei no tenía la culpa de nada, no era su culpa que yo no quisiera aceptar, de hecho, la verdadera razón para no aceptar era para mantener mi ansiedad oculta y a raya; como lo explico, no solo era una adicta al trabajo si no que tenía un lado perfeccionista que era capaz de desechar hasta el mejor de mis esfuerzos con cualquier excusa. Si estaba a cargo era obvio que debería estar al frente de todo y si alguien más fallaba era mi culpa; o eso sería lo que pensaría, por el contrario, ser una asociada me mantenía al límite con mi participación y aunque era muy difícil; trabajaba únicamente lo necesario, y para calmarme me ocupaba en alguna lectura o un cigarro mientras disfrutaba del paisaje sentada en el patio de mi casa.
Me detuve estrepitosamente cerca de un banco de piedra, trataba de respirar a bocanadas sin sentir tranquilidad alguna mientras una voz preocupada me invitaba a tomar asiento, estaba a punto de sollozar lagrimas amargas, se notaba claro que había llegado a mi limite emocional; si, únicamente faltaba el comentario de mi jefe para caer en un llanto incomparable. ¿Soy realmente peligrosa?, pensé locamente mientras mi exterior soltaba suspiros profundos y contenía el dolor en una caja de pandora.
Por varios segundos mantuve la cabeza baja ignorando la mirada del hombre, ¿acaso dije eso en voz alta?; no, solo contestó instintivamente imaginando el motivo de mi angustiosa actuación, el cual no estaba dispuesta a reconocer en aquel momento, solté un leve suspiro mientras me sentaba junto a él esperando que ese pequeño hecho devolviera la serenidad a mi rostro sutilmente enrojecido, por un segundó dejé escapar una pequeña risa anhelando poder fingir un poco más y mirando sus ojos con una corta sonrisa cuestioné cómo estaba tan seguro de eso. Inmediatamente me reincorporé para luego mostrarme frente al joven ahora anonadado por mi respuesta, decidí aceptar el trabajo y dirigir la investigación con mis condiciones entre ellas; que el joven me acompañara durante el proceso y se dirigiera a los integrantes del equipo en mi lugar. Esperaba, además, un horario de medio tiempo para poder calmarme, claro, bajo esa premisa ocultaba mi ansiedad laboral, y finalmente pedí integrar en aquel proyecto al desconocido autor del diario; aún no sé por qué pedí algo que ni siquiera me interesaba fervientemente, quizá solo quería ver la determinación del joven tras sus insistentes solicitudes.
Dichas mis demandas esperaba un signo de decepción o al menos una expresiva inconformidad, al contrario, el hombre sonrió feliz y de un brinco se abalanzó a darme un gentil abrazo, impresionada de tal acción solo alcance a poner mis manos en su pecho y alejarlo unos cuantos centímetros de mi rostro. Contuve el aliento tratando de convencerme de no estar interesada en su apariencia que cruelmente me provocaba fuertes latidos. Interesarme en un chico solo porque se parece a un personaje de un sueño lejano; pero que patético suena eso sin importar lo que digan, traté de convencerme de la realidad dolorosa; pero al fin, realidad, la única verdad en la que fielmente puedo confiar.
Al fin llegados a nuestro destino; me dirigí a una de las oficinas del directivo de cultura en literatura ecuatoriana. Una pequeña oficina al final del pasillo con tintes coloniales y pisos de madera lacados, sus paredes lucían recién renovadas con su tono blanquecino adornados por sus marcos y columnas de piedra antigua, jamás antes había visto tal textura en las paredes adornadas por uno que otro panfleto de prestigiosas promociones e invitaciones de exquisitas obras de teatro y danza, todas bien cuidadas y actualizadas para fechas futuras; ni una sola pancarta era un evento antiguo, se notaba la dedicación en aquellos pequeños detalles, cosa que rara vez podía apreciarse en otras instituciones de cultura.