La primera cabeza rodó por el escenario. Al principio a nadie le importó. Quizás creyeron que se trataba de una broma de mal gusto. Tal vez porque los clientes del table dance estaban tan intoxicados y desconectados de la realidad. Sin embargo, fue hasta que aparecieron otras tres que el caos se desató. Horrorizados, un centenar de clientes y trabajadores, intentaron abandonar el establecimiento. No obstante, el acceso estaba atrancado por fuera.
Dave no tuvo tiempo de girar sobre sus talones cuando el olor a pólvora impregnó el aire, de por sí, contaminado. En segundos, se tiró al piso, incapaz de intervenir. Nunca imaginó que civiles armados se atrevieran a salir del anonimato, mucho menos que desataran el caos y atacaran civiles. Ese no era su modus operandi, porque a los criminales no les gusta la atención, que los reconozcan. Ellos actúan en las sombras.
La música y los murmullos cesaron de inmediato, dando paso a un brutal silencio que ensordeció a propios y extraños. A pocos metros, las bailarinas permanecieron arrodilladas, con las manos en la cabeza como si quisieran protegerse de una bala inminente. Las chicas sollozaban, pendientes de las cabezas a unos cuantos centímetros de ellas. Uno de los encapuchados dejó una nota clavada, al mismo tiempo que conectaba sus ojos con el de una de las mujeres. Ella desvió la mirada rápidamente, arrepentida de tal osadía.
El joven general divisó a unos metros, detrás de una mesa, a dos oficiales a su cargo, que antes del ataque habían entablado amistad con dos clientes habituales. Los soldados hicieron contacto visual atentos a cualquier indicación, pero no podían hacer nada, estaban en clara desventaja, tanto en armamento como en efectivos.
Los hombres armados abandonaron la pista y los puntos flanqueados. Bastó otra tanda de disparos al aire para que la gente se dispersara. Dave los vió desfilar con total descaro rumbo a ese único acceso cubierto por una pila de cuerpos magullados. Uno de ellos levantó la mano, señal que obligó a los otros nueve a despejar la zona. Enseguida se dio una orden por la radio. La puerta se abrió de par en par. Dos hombres abrieron camino para que el líder avanzara.
Luego de que los criminales abandonaran el recinto, la histeria se apoderó del lugar una vez más. Los gritos de adentro se mezclaron con los chirridos de las llantas de afuera. Las bailarinas retrocedieron en dirección a los camerinos. Sus piernas las hacían tropezar de manera intermitente. Al poco rato, el table dance quedó solo con aquellos inmovilizados a razón de la avalancha humana.
Dave avanzó hacia la pista, sin más propósito que el de leer la nota: “el que la hace, la paga”. De la nada, un movimiento brusco captó su atención. Del otro lado de la pista, cerca de la barra, observó a un tipo cubierto por una bolsa negra. Al momento de quitar el plástico, una gorra cayó al suelo, revelando una mata grande de cabello que terminó por cubrir sus hombros. La chica vestida de hombre giró hacia él, pero no estableció contacto visual.
El tiempo se detuvo. Ni el hedor del lugar, ni los gritos de ayuda, evitaron que el joven general apartara la vista.
— ¿Danna? — alcanzó a decir en un suspiro.
Se trataba de Danna, su amiga de la infancia y ex prometida desde hace un año. Pensó que era producto de su imaginación o del humo de los cigarrillos que ya lo habían intoxicado. Dave negó con la cabeza, no era posible que la nieta de un poderoso general estuviera en esa zona de mala muerte. Nada tenía sentido y de cualquier manera ahí estaba esa chica tan parecida a Danna, salvo que ahora usaba ropa andrajosa de hombre.
La chica ni se inmutó ante la grotesca escena de las partes humanas en el escenario, parecía acostumbrada a ese nivel de violencia. Vio el líquido rojo cubriendo el piso, y las pocas personas tiradas en el suelo, con una frialdad indescriptible. Sus ojos se desplazaron hacia la puerta que minutos antes atravesaron las mujeres. De inmediato, emprendió la huida en esa dirección. En el proceso, miró a Dave muy por encima, restándole importancia.
— ¿Danna? — gritó con todas sus fuerzas, una, dos, tres veces. Desesperado por llamar su atención, por mirarla de nuevo y cerciorarse de su identidad, intentó detenerla, pero la joven ya había atravesado el umbral de la puerta. A Continuación, dio inicio la persecución, que fue interrumpida por uno de los soldados a cargo de la misión. Solo alcanzó a llegar a un pasillo que conectaba con diversas puertas corroídas por el tiempo.
—Señor tenemos que irnos, no tarda en llegar la policía — advirtió uno de los soldados a su cargo que impedía el paso por el angosto pasillo con ayuda de su cuerpo. Otro soldado vestido de civil apareció por detrás del joven general.
— ¿Viste a la mujer que salió? — preguntó Dave con voz temblorosa.
— La policía no tardará en llegar.
Dave asintió, no porque quisiera, sino porque entendía la situación. Estaban en un operativo encubierto que desde un inicio no incluyó a las fuerzas de seguridad locales ni estatales. Recobró la compostura y decidió que era momento de marcharse. Ya habría tiempo de procesar lo sucedido, de investigar el paradero de Danna y de tomar decisiones. Acto seguido, aprovecharon la oscuridad y el caos del exterior para abandonar la zona.