Las olas arrastraron el cuerpo casi inerte de la joven mujer envuelta en su vestido blanco, raído por el constante choque contra las rocas. Hubiera muerto de no ser por la magia del lugar que desprendía un halo de energía color violeta que, a su vez, envolvía cada parte de su cuerpo. Al principio permaneció flotando en el aire, con los brazos extendidos. Su cabello erizado, con vida propia, moviéndose a la par de la corriente de aire y de pequeñas partículas de energía eléctrica.
La joven conocía ese lugar, aunque no sabía de donde. El extraño silencio junto ese aroma a eucalipto, ocasionaron que aquellos pensamientos catastróficos fueran desapareciendo. La tranquilidad se apoderó de su mente, en tanto que los músculos atrofiados por el estrés y el esfuerzo sobrehumano, rompieron cada uno de los nudos formados alrededor de los hombros, cuello y cara.
Ni siquiera tuvo que abrir los ojos para saber donde se encontraba. Conocía ese lugar, aunque desconocía si la familiaridad provenía de sueños o de la vida real. En un momento, sintió como su cuerpo alcanzaba la espuma generada por las olas del mar. No se sumergió de inmediato, sino que permaneció encima del agua por demasiado tiempo. Casi una eternidad.
La expectativa de caer al fondo, a lo desconocido, a una muerte inminente, era lo que más atormentaba a su corazón. Los pensamientos negativos volvieron con más fuerza, dispuestos a destrozar su cordura. Ya no tenía sentido luchar cuando la guerra estaba perdida desde un principio. Emma lo tenía claro. Ella era como una pequeña hormiga obrera contra la inmensa vastedad del vacío.
Hasta ese momento es que el rugir del mar le dio la bienvenida, rompiendo el silencio para entregarse al caos de las olas.Su nuevo hogar la recibió con los brazos abiertos. El líquido brindó alivio inmediato a sus temores infundados. Su cabello, largo y dorado, alcanzó un brillo descomunal, auxiliado por los cálidos rayos del sol que lograron atravesar la superficie del agua.
Transcurrido un tiempo, el cuerpo de la chica llegó a la cima de las turbulentas aguas. Como pudo se las arregló para respirar entre cada subida y bajada. Recuerdos vagos de ella dentro de un contenedor, conectada a decenas de cables regros y rojos, llegaron a su mente mientras hacía esfuerzos por recuperar el control.
El miedo se apoderó de cada una de sus extremidades. Pesados grilletes aparecieron en sus muñecas y tobillos, no eran de metal sino de líquido. Fue hasta que comenzó a tragar agua que todos sus sentidos de alerta se activaron. Su respiración vaciló con cada movimiento desesperado, su corazón latió de forma irregular cada vez que luchaba contra la corriente. Y aún así ningún esfuerzo valió la pena.
El cuerpo de la joven se hundió unos cuantos centímetros cuando la pesadez del agua logró envolverla, Emma nunca cerró los ojos, pese a su vista borrosa, descubrió que una figura humanoide nadaba hacia ella. Sus largos y delgados brazos se impulsaban a toda velocidad como si no existiera el agua. La chica dejó escapar el poco aire que aún quedaba en sus pulmones. Se arqueó hacia delante. Aleteó brazos y piernas. No obstante, en lugar de salir, se sumergió todavía más.
Emma sintió dos manos ásperas y frías sobre sus piernas. pronto se encontró fuera del agua y en medio del cielo. En lugar de agua, la recibieron rafagas de viento. El aroma a eucalipto regresó a sus pulmones. El nudo contenido en la garganta se disipó. El calor y el frió impactan su cuerpo por igual. Luego cayó al suelo rocoso, pero no con violencia. Parecía una hoja de árbol que primero levita, luego cae sin que se alteren ninguna de sus terminaciones.
La noche apareció enseguida mientras el viento ligeros remolinos de energía alrededor de la joven. Aún no se animaba a abrir los ojos por la comodidad que le resultaba evadir su destino. Ni siquiera el frío la ahuyentó, siguió inmovil y atrapada entre las piedras y el constante golpeteo del agua. Lo real se volvió irreal. Los pasos hicieron que las rocas se movieran a un costado de su cabeza, pero ni así se movió.
Decidió que no tenía caso luchar por su vida, simplemente porque estaba cansada. No hace mucho descubrió una terrible verdad; una noticia que acabó con sus esperanzas. Si antes todo parecía fantasioso, ahora era una pesadilla de la que solo había una salida: huir al mundo creado solo para ella. El regalo de su padre antes de morir. Aquello utilizado por su madre antes de la devastación.
Lo único que siempre anheló era tener una familia: un padre, una madre y a sus hermanos. Ahora que lo recordaba, no tenía sentido. ¿Por qué desear algo que ya poseía? La respuesta llegó parcialmente a su cabeza, en ese momento no había nadie cerca de ella, ni siquiera cuando despertó en el hospital.
Emma estaba sola en un mundo ajeno a la cordura. Abrió los ojos para comprobar el cielo estrellado que la recibió con amabilidad. Como una madre a su hija. Dejó escapar una lágrima, luego otra. Un extraño sentimiento se apoderó de su última esperanza. Aunque no reconoció esa emoción, la entendió a la perfección.
La última pizca de humanidad que conservaba su cuerpo se había esfumado en cuanto su abuelo reveló su terrible origen. Emma nunca fue la hija ni la nieta, solo un objeto y una finalidad. Nunca un ser humano. Recordaba poco, pero lo suficiente para tanto su origen como su futuro.
Deseó con todas sus fuerzas la posibilidad de suprimir el dolor, la angustia y la decepción, ser como un robot que no tiene emociones. Suplicó porque su mente se reseteara igual que una computadora, para olvidar aquello que la hacía sufrir.