Asier
—Disculpa, Yara —dije pasándome de un solo sorbo todo líquido de mi copa. —No es que sea descortés, pero tengo que ir a la habitación de arriba —señalé con la copa y un dedo levantado hacia las escaleras. —Tengo que ayudar a mi madre con algo.
Sin esperar su respuesta, pasé detrás de ella soltando un pequeño tosido, poniendo los ojos en blanco, sin perdonarme la decisión que había tomado.
—¿Puedo acompañarte, Asier? —se acercó de nuevo a mí con su voz quisquillosa, dándome la vuelta y rodeándome el cuello con sus brazos, para luego jugar discretamente con mi corbata —Yo también quiero ayudar —sonaba muy atrevida, casi siendo devorado por completo con su mirada.
Cerré los ojos un momento, reteniendo todo en mi ser. Cogí su mano y la apreté muy sutilmente, mirándola de nuevo, pues tenía la mirada en otro sitio que no fuera su pelo rojizo bloqueándome la vista.
—Mamá sólo quiere mi ayuda. ¡La de nadie más!
En ese momento, escucho a mi madre, Morgan, acercarse a mí; tan obvio, notando la escena que estábamos teniendo, siendo el centro de atención de muchos. Por lo cual, siento como ella coloca su mano en mi hombro de una manera muy pausada.
—¿Has ido ya a hacer lo que te he pedido, hijo?
Mi madre se vuelve hacia mí observándome de reojo mientras mira a Yara, diciendo:
—¡Oh, Yara! Perdona mi intromisión, pero necesito que mi hijo suba a mi habitación y traiga uno de mis pintalabios, ya que no llevo el de emergencia, y tú mejor que nadie sabes que esta noche tengo que estar regia.
Mi madre se pavonea un poco con su expresión, que le ha salido tan natural, llegando al alto ego de Yara y su familia; una de las familias más ricas de la ciudad.
—¡Oh, Morgan! Ya lo pillo. —Suena un poco emocionada, bajando la mano de mi corbata, manteniéndome aún acunado entre sus brazos. —Solo quería acompañarle, para encontrar el pintalabios perfecto que combine con ese precioso vestido coral que llevas esta noche, que te queda espectacular, por cierto.
Empieza a reírse junto con mi madre de una forma tan molesta.
—Comprendo, querida. Pero Asier sabe perfectamente el pintalabios que necesito. —Mi madre se pone una mano en el pecho —Yo iría a por él, pero los negocios con tu padre no pueden esperar... ¿Qué te parece si, en vez de ir con mi hijo, me acompañas un momento?
En ese preciso instante siento como mi madre me aparta de los brazos de Yara, dejándome totalmente en silencio, mientras disfruto de la escena entre ambas, peleándose por mí. Sabiendo que mi madre iba a ser la vencedora.
—Pero, Morgan... —Yara procede a quejarse.
—No te preocupes querida, ya volverá. ¡Ven conmigo! —la interrumpe, haciendo que Yara me pierda de vista.
Cogiendo a Yara del brazo para que pueda estar con ella, mi madre se gira un momento para indicarme que huya tan rápido como pueda. A lo cual, he estado totalmente agradecido, escapando de la actitud compulsiva de Yara.
Al llegar arriba, he visto mi habitación y, mucho menos iba a hacer lo que mi madre me había pedido, ya que era una simple mentira que Yara descubriría tarde o temprano esa noche, y volvería a atormentarme.
De todas las habitaciones de la casa, había una en concreto a la que podía ir, y estaba en la habitación de invitados, detrás del armario, que ni mi madre Morgan, ni mucho menos mi padre Gael, conocían. Siendo el mayor secreto descubierto y el mejor guardado durante años, desde que nos trasladamos a vivir a Hartford.
—¡Aaah! Me has asustado —oí la voz de una chica en cuanto abrí la puerta que había detrás del armario. Encontrando a Per vestida con un vaporoso vestido floreado.
—¿Qué haces aquí, Per? —dije inmediatamente, dándole la espalda por un momento, para poder volver a colocar las camisas que había tirado en los armarios y cerrar la puerta.
—¿Qué haces tú aquí? —Se vuelve hacia mí un poco exaltada.
—Lo mismo que tú —di un pequeño respingo —¡Ya está! —dije emocionado por haber cerrado la puerta.
Al darme la vuelta, la mire fijamente, mis pensamientos empezaron a volar por un momento.
—Me escondo, porque no soporto a la pesada de Yara.
Pasé de ella un momento y me acerqué a la mesilla de noche para abrir uno de sus cajones y saqué dos bolsas de patatas fritas, lanzándole una a Per.
—Y tus gafas, Per, ¿dónde las has dejado?
—Las dejé en casa —dice Per, procediendo a abrir la bolsa de patatas fritas y a meterse una en la boca —¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso me veo raro?
—¡No! —respondí con la boca llena, —Es que la Per que yo conozco nunca se deja las gafas. Además, —le señalé con un dedo a la cara, —te has arreglado el pelo. Lo cual, viniendo de ti, es un milagro... Casi siempre pasas corriendo a mi lado, con el pelo hecho un desastre —procedí a reírme muy bajito, sin apartar los ojos de su figura. Estaba mucho más guapa —¿Qué extraterrestre te secuestró y te cambió el cerebro?
—¡Cállate Asier! —dice en tono molesto, recogiéndose con el vestido en un rincón de la habitación —¡No quiero recordarlo! —dejó caer la bolsa de patatas fritas entre sus piernas y miró a una pared vacía de la habitación. —¡Estoy harta de que me tomen el pelo! —se expresa muy sutilmente.