Asier
Per era muy distinta a como la veían los demás —o, mejor dicho, la veía yo. —Aparcada con su vaporoso vestido floreado, que le llegaba por encima de las rodillas, bajita por excelencia —lo que me encantaba —, con el pelo castaño suelto, aquellas lentillas transparentes que dejaban ver el marrón natural de sus ojos; era otra persona.
Aun así, su deslumbrante figura de pie en aquel pasillo no era excusa suficiente para detenerme, aunque me hubiera gritado que parara. El audio que recibí —y que de seguro ya había rodado inmediatamente por el móvil de todos los demás chicos —encendió un fuego que no pude calmar. Por eso, odiaba al grupo de cotillas de la facultad; y, lo odiaba aún más cuando se mentía a Per, como estaban haciendo ellos.
Dando unos pasos atrás, no dudé en subir corriendo las escaleras hasta donde estaba ella para cogerla de la mano y bajar juntos. Las miradas estaban ahí y también los comentarios. El silencio de la sala en ese momento me hizo oír con claridad lo que decían los demás. Mientras seguía apretando la mano de Per, atravesamos la multitud y las miradas. Era una escena que mi madre iba a disfrutar, pero por la que yo tenía que disculparme.
Cuando salí de casa, abrí el coche y le dije a Per que subiera; y, aunque ella no quería, volví a insistir. En ese momento, no esperaba tener una discusión esa noche con Per.
—¿Por qué no me hablaste de Bruno? —Sonaba molesto.
—Porque siempre que te cuento algo sobre un chico, te entrometes.
—¡Porque te estoy protegiendo, Per! Porque no quiero que un idiota como Bruno te haga lo que te hizo.
—Ya párale, Asier. ¡Para el coche! —Per grita —¡Para el maldito coche, he dicho!
Pisé el freno de golpe, haciendo que nuestros cuerpos fueran de un lado a otro, deteniéndonos en la avenida Wethersfield, cerca de Colt Park. Mientras Per abre la puerta del coche y se baja con total desdén, escuchando el fuerte ruido de la puerta al cerrarse, yo me limité a mirarla mientras me aferraba al volante. ¿Qué podía hacer ante su enfado? Sacudí la cabeza por un momento, e impaciente, me quité el cinturón de seguridad y también salí del coche a toda prisa, poniéndome a un lado del mismo, para gritarle a Per, que va sin frenos delante, viendo como casi se cae por culpa de uno de sus tacones que se queda clavado en el suelo, y da un berrinche.
Me sentía impotente ante la ira de Per, y era algo que no podía controlar, aparte de simplemente darle su espacio. Casi nunca nos peleábamos; y tenía razón, a veces era un poco entrometido en sus relaciones. Pero era algo que me llenaba de rabia cuando simplemente escuchaba en los baños de la facultad cuando hablaban de ella. No se lo decía por temor a que me recalcase lo que justamente hizo esta noche. Me sentía estúpido. Apartarme por mis sentimientos a ella era estúpido, a pesar de ser su mejor amigo.
—¡Per, detente! ¡No le sigas, Per!
Le supliqué, aunque sabía que no estaba escuchando lo que le decía, que siguiera caminando mientras notaba como empezaba a sollozar, pasándose de un lado a otro la mano para controlar el llanto, tapándose un poco la nariz. Mientras yo maldecía todo lo que estaba pasando.
—¡Harper! —grité, golpeando mi coche, que empezó a hacer ruido, y lo apagué de inmediato.
Rara vez la llamaba así, y Harper lo sabía. Sólo cuando estaba muy enfadado era la única vez que la llamaba por su nombre. Y soportar su rabieta encubriendo al idiota de Bruno —ya que, lo único que ese imbécil lleva en el cerebro es paja, aparte del béisbol —me hizo sacar toda mi rabia contenida.
Observo cómo se detiene, y me acerco lentamente con las manos en los bolsillos del pantalón, mirando a un lado y a otro, sólo para evitar chocar miradas con ella.
—Eres igual que los otros —me gritó Per, —¡no lo niegues! Eres igual que esos malditos gilipollas —Per extendió la mano señalando en dirección a la casa.
—¡No, no soy igual que ellos! No me generalices, Harper.
Sigo llamándola por su nombre, caminando despacio para controlar sus impulsos, y estar muy atento en su enfado del momento.
—Me conoces desde que éramos pequeños. No hemos creado juntos, Per —apacigüé mi ira.
—No soy más que la hija de la criada que trabaja en tu casa. A la que todos etiquetan como la empollona. La chica tonta que todos pueden pasar por alto, y aprovecharse de mí por ser atenta —su voz se quiebra. — Me esfuerzo tanto para que algún día dejen de verme así; y ahora soy el trofeo que muchos hombres quisieron tener, y sólo Bruno consiguió. Ahora todos me verán así, como la chica que le abrió las piernas a ese idiota y cuya dignidad se pierde en lo que otros digan de mí en el maldito chat de chismes de la facultad —grito esto último.
—Vámonos, que aún queda la fiesta en casa de Asier —oímos hablar a alguien, mientras Per y yo estamos en el parque. En eso, ambos reconocemos la voz. Era exactamente Bruno, que está acompañado por Josh y David, caminando por un lado de la acera.
Per me miró y yo le devolví la mirada, sólo para darme la vuelta y salir corriendo. Tenía muchas cosas que decirle, pero la oportunidad de darle una paliza a Bruno no se me iba a escapar de las manos. Haciendo todo lo posible por escapar de Per que aún me mantenía acorralado en su mirada. Bloqueé todos mis sentidos a causa de la ira que renacía en mí. Apretando el puño, dando pisotones, oí a Per gritarme.