Harper

Un momento solo para dos

Asier

La distancia también se había convertido en parte de nosotros. Sin embargo, sabíamos que cuando nos necesitáramos estaríamos ahí el uno para el otro. No siempre es necesario estar tan cerca para decirle a una persona cuánto la quieres; la cercanía también puede ser distancia, y la distancia también puede ser cercanía.

Per me había conquistado con su sutileza y su rara manera de ver la vida frente a sus fragilidades. Aunque ella no lo viera.

Ni siquiera sabía cuándo había aprendido a conducir. Sólo guardaba mi risa interior al sentirla cerca. Y ver las locuras cometidas en una noche por una estúpida nota de voz.

Al escuchar el coche detenerse, el peculiar olor llamó mi atención. El Pollo Guapo era uno de nuestros restaurantes favoritos. Ya me imaginaba la cara de Román, el cocinero, cuando me viera entrar así.

Per me movió el hombro para que me pusiera de pie. Mi cuerpo se sentía demasiado estropeado para querer mover un músculo, pero aquellas alas me llamaban.

Observé cómo Per me quitaba el cinturón de seguridad, sintiendo su pelo bajo mi barbilla, oliendo su dulce perfume. De tanto alboroto, no me había dado cuenta de lo dulce que era.

—Aquí estamos —me dice Per en tono susurrante. —Será mejor que te bajes, porque esas alas no se pagan solas. —Suelta una pequeña carcajada, mientras dirige su mirada hacia mí, encontrando mi reflejo en sus ojos.

—Ya voy —le susurré divertido, viéndole alejarse de mí, dándome un golpecito en la pierna, y luego moviendo mi cuerpo fuera del coche.

—¡Hola Per! —Regina saluda a Harper muy atentamente —Y, ho... Hola, ¿Asier? —dice dubitativa, enarcando una ceja al vernos entrar juntos. —¿Cómo es que estáis los dos juntos? Y, Dios mío, ¡Qué les ha pasado!

—Una larga historia, Gina —respondo, mientras veo a Per limpiarse el vestido.

—Ve al baño, Per. —Indica Renina.

A lo que ella asiente y camina con cierta prisa hacia la puerta que está a un lado de la entrada de la cocina. En eso, Regina se vuelve hacia mí.

—También ve al baño, tienes la cara sucia y toda golpeada. —Me señala con la carta en la mano. —Hasta entonces, voy a por el botiquín. ¡Muévete! —Me da una orden inmediata, de la que no me puedo librar por la intensidad con la que se ha dirigido a mí. —Y espero que no le hayas hecho nada a Per, porque te mato —me amenaza con la carta, dándose la media vuelta, observando cómo su colita de pelo se mueve de un lado a otro; al igual que menea su gran trasero sin que pase desapercibido esa cintura suya.

Chaparrita y amenazante.

Joder, qué se atribuían estas mujeres.  

Al entrar y salir del baño, noto la prisa con la que Regina pasa por delante de mí. Apartándome de un empujón.

—¡No te metas, Asier!

—Pero ¿qué he hecho?

—Lo hablaremos enseguida. Ahora déjanos solas un momento —me fulminó con la mirada mientras se agarraba a la puerta del baño y entraba dando un portazo.

Caminé rápidamente y me paré frente a la puerta.

—Gina —llamé su atención, volviéndome para observar cómo salía del cuarto de baño en dirección al cuarto de empleados, para sacar de allí una pequeña bolsa.

—¡Está bien! Si eso es lo que quieres preguntar, ¡Danos un momento! —Me cerró la puerta en las narices.

Me quedé inmóvil, para después bajar la guardia y caminar con desdén hacia el mostrador.

—¡Cosas de mujeres!

Me doy la vuelta y me encuentro en presencia de Román, un hombre un poco alto, con algo de sobrepeso, con su gorro de cocinero y una pequeña toalla en las manos. Se para muy curioso a mi lado, observando cómo mueve la toalla de un lado a otro.

—¿Qué les ha pasado? Noté la impaciencia de Regina al verlos entrar.

Agaché un poco la mirada, en dirección a mis manos y mis pies.

—Nada, Román.

—Te peleaste por su amor, ¿no? No lo niegues Asier. Sé lo mucho que te importa Per.

—No es que... Bueno, sí... Pero es que un idiota la hizo sentir mal, y yo ya no pude evitarlo... Per no se merece a alguien que la trató así.

—¿Y cuándo piensas decirle lo que sientes? Cada vez que vienen a mi restaurante, cada uno me trae una historia diferente... Pero hoy comparten una similar. Te alejaste un poco de ella, por lo que sentías... Aún recuerdo aquella noche de la graduación, cuando entraste borracho, pateando la puerta y todo a tu paso, porque viste a Per con otro chico.

—No soportaba mis celos… —dije divertido.

—Bueno, ya estamos aquí....

Oigo a Regina mucho más tranquila, a la que miro de reojo un momento, mientras veo a Per salir del baño.

—Aquí viene tu chica —me susurra Román al oído. -No la pierdas de vista, chico.

Román da una palmada en la encimera y se vuelve hacia Per.

—¡Hola, querida! ¿Puedo ofrecerte algo de beber?

—¡Hola, Román! —Per le sonríe. —Sí, por favor... Esta noche ha sido una de las más locas de mi vida.




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