Harper

El juego empieza aquí

Asier

Parece que lo que pasó la noche anterior fue algo desarrollado por mi subconsciente.

Estar metido entre las sábanas con la mano en la cabeza, pasándome ligeramente los dedos por los labios me recordó de nuevo lo satisfecho que estaba.

—Asier, Asier...

Oí gritos detrás de mi puerta, de un momento a otro sentí un cuerpo encima de mí.

Me ahogaba...

Abrí los brazos y cogí la figura que tenía encima para darle la vuelta y tumbarme sobre ella.

—Jode, Per. ¿Qué haces entrando así a mi habitación?

Su pelo castaño cubrió un poco su mirada, al tanto que sentía sus ojos recorrerme de arriba abajo; y su pijama de gatita me hizo imaginar muchas cosas.

En ese momento recordé que estaba con el torso descubierto. Me aparté de ella tan rápido como pude y me puse a su lado, cubriéndome con la manta. Observé por el rabillo del ojo cómo las mejillas de Per se calentaban un poco.

Y no podía negar que, mi amiguito también se despertó.

—Te prometo que no he visto nada —dice levantando las manos, con los ojos dando vueltas en dirección a mis brazos.  

—¡No vuelvas a entrar así en mi habitación!

Me soplé un poco el pelo que me cubría la frente, intentando calmar los impulsos que acechaban mi entrepierna.

—¿Por qué has entrado como una carretilla loca sin frenos? —intrigué, bajándome la manta hasta la cintura, lo que me ayudaría a no mostrar nada de lo que allí abajo estaba pasando.

Per se acomoda un poco y se apoya en el respaldo de la cama, acomodándose el pelo, mientras también se levanta el tirante de la blusa, que deja ver un poco de su sujetador blanco.

Necesitaba dejar de tener ideas locas en la cabeza, porque realmente, ya no podía controlarme.

—Ve esto —interrumpe Per en mis pensamientos, sacándome de mi lujurioso viaje con ella.

—Eso...

Miré un momento la pantalla de su móvil.

No cabía duda de que mi plan había funcionado.

Me había atrevido a desnudar a Bruno y a Josh en mitad de la noche. Lo había hecho sin escrúpulos, ya que las ansias de ganar, contagiadas por las grandes iniciativas de Yara, habían dado sus frutos a la mañana siguiente.

Per sigue mirando su celular.

—La foto fue enviada desde el móvil de David. ¡Qué gran amigo tiene Bruno! —dice, un poco aliviada por el momento.

—La foto la hice yo, y fui yo quien se la envió a esa panda de cabrones...

Dije tan tranquilo, sin importarme lo más mínimo lo que había dicho.

—Tú… —Per alucinó.

—No iban a desnudarse solos… No puedo creer que haya tocado el cuerpo de ese idiota —hice una mueca, volviendo la cara. —¿Qué tiene él que no tenga yo?

—¿Qué intentas decir, Asier?

En ese momento reaccioné, ¿Había dicho lo que pensaba en voz alta?

Per se había reído de mí.

—¡No es ninguna broma lo que he dicho! —dije con fervor.

—Creo que será mejor dejar pasar lo que paso con él…

Se aparta de su sitio y me encuentro con sus labios en mi mejilla.

—Te lo agradezco… Ahora los demás tendrán otra cosa de qué hablar, en lugar de mi virginidad perdida.  

No esperaba oír eso último.

Él fue el primero...

Quería disimular mi lujuria, pero al mismo tiempo se despertaban mis instintos. Algo en mí quería hacerle probar que no importaba que Bruno fuera el primero, que lo que viniera después iba a ser mejor.

—Tu virginidad puede haber desaparecido... Pero tu orgullo de mujer que él quería que perdieras, no.

Me quité la manta por completo, dejando esta vez mi cuerpo al descubierto, pero no del todo, ya que aún llevaba los pantalones puestos, y caminé con cierta incomodidad hasta el baño, para poder mojarme la cara.

Cuando salí de allí, me di cuenta de que Per se había acurrucado más en mi cama, estando boca abajo. Lo que me hizo mirar toda su espalda y perderme en su cuello desnudo.

Quería acercarme a ella. La tentación de querer besarla y tocarla estaba ahí. Era tal vez la oportunidad que otro pudiese tomar, pero yo no, aunque quisiera. 

—Hijo —entró en mi cuarto mi entrometida madre, —Hace un momento he oído gritos.

Ella me miró y yo también, mientras me secaba la cara con la toalla.

No podía dejar de mirarla, viendo sus ojos abiertos como platos hondos, atentos a Per.

—¡Oh, Dios mío! —hizo misa por un momento, volviéndose inmediatamente para salir de la habitación.

Suelto la toalla y Per y yo nos miramos directamente a los ojos.

Per se levanta de la cama tirando el móvil a un lado, mientras yo la sigo hasta la puerta, para abrirla con desdén.




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