Harper

Te quiero

Harper

 

Estando como estaba, toda loca por dentro queriendo calmar mi crisis —que tanto odiaba. —No me hacía prestar atención a lo que Asier me decía. Era como verlo sintonizado en un canal de televisión que mantengo en mute.  

Me idealicé viéndome ya en mi habitación buscando cualquier cosa que me distrajera y no me llevara fuera, donde me sentía totalmente insegura.

Por qué cuando quería arriesgarme un poco, todo lo que venía después tenía que derrumbarse como una bola de nieve que acabaría estrellándose contra mí en cualquier momento, dejándome tirada en el suelo y sin ganas de moverme de allí.

Aun así, no podía despreciar el gesto de Asier de llevarme a la playa... Aunque después de todo tuviera que aguantar mis rabietas de regreso a casa. Porque sí, mi bipolaridad tuvo que hacerse presente.

—¿Por qué no dices nada? —solté en medio de todo el silencio que llevábamos arrastrando desde que habíamos salido de la playa.

¿Qué buscaba realmente si yo era el causante de todo?

El caos interno era mío y, una vez más, él tenía que pagar el precio de mis estúpidas actitudes raras, que ni yo misma entendía; no sabía si era mi cambio hormonal porque estaba a punto de tener a don Andrés, o si estaba loca de verdad.

Lo que a veces puede ser un hermoso día puede acabar siendo muy frustrante.

—Porque creo que estás demasiado ocupada en tus pensamientos... y me parece que una opinión por mi parte va a ser estúpida ahora.

Le escuché con despreocupación, observando su rostro sin ese brillo peculiar que siempre lleva.

Vale, había apagado las luces de su ser, lo que más me cohibía.

Primero le abrazó y luego acabó atacándole.

¿Quién te entiende, Per?

Había descargado en él todas mis frustraciones internas tras mi desahogo mental.

No sabía qué decir.

—Lo siento…

—Deja de pedir perdón Per… Siempre pides perdón.

—Es que siento que fue mi culpa…

—No todo es siempre culpa tuya... ¿Cuándo vas a dejar de culparte por todo y por todos?

Me reprocha eso último.

—Porque si es culpa mía... Terminé arruinando nuestra salida.

—Y si por una vez dejas de pensarlo... ¿y si esta vez todo ha sido culpa mía?

—¿Y por qué tendrías tú la culpa de todo esto?

—Será mejor que lo dejemos así... No quiero volver a discutir contigo...

Asier pisó tan fuerte el acelerador que de un momento a otro perdí la noción del tiempo y no supe cuándo habíamos llegado a casa.

Sólo quería llorar.

Saqué mis cosas del coche sin decir una palabra a Asier y le di la espalda para volver a casa.

—Hija, ¿qué tal tu día en la playa?

Mi madre se cruzó en mi camino.

—¡No me hables, mamá! —dije enfadada, caminando con desdén.

Abrí con rabia la puerta de mi habitación y acabé dando un portazo tras entrar. Metí la cabeza debajo de la almohada para dejar que toda la mierda que no entendía me pasara en cualquier momento.

—Hija.

Oí la voz de mi madre detrás de la puerta.

—Per… —susurró.

Sentí su mano en mi espalda. Había vuelto a usar la llave de emergencia.

No podía recordar la última vez que me había sentido así, y ella tuvo que venir...

—Son casi las diez de la noche... tienes que comer algo. Asier pasó a preguntar por ti hace un rato. Ya sabes que no me gusta mentirle...

—¿Qué hora dijiste que era?

Me expresé a medias, cogiendo el móvil que tenía junto a la almohada, entrecerrando los ojos para corroborar lo que me había dicho.

Llevaba dormida más de cuatro horas.

—¿Qué le has dicho a Asier, mamá?

Volví a apoyar la cara en la cama.

Mi madre se sentó a mi lado y me quitó el móvil para llamar mi atención.

—Le dije que estabas ocupada con algo de la universidad y que no querías que nadie te molestara…

Era la excusa menos creíble que podía decir, después de saber cómo le había tratado... y pensar que él también había mentido a mi madre al tragarse su mentira. Ninguno de los dos era capaz de creérselo.

—Me doy una ducha y paso a comer algo —dije.

Moví la cabeza hacia la izquierda, en dirección al escritorio, donde pude ver una foto de Asier el día de su graduación.

En eso, empujé mi cuerpo hacia arriba y apresuradamente tomé el celular de las manos de mi madre, corrí al baño y me duché. No podía dejar que las cosas siguieran así.

—¿A dónde vas? —me gritó mi madre en cuanto me vio salir de casa. —Más que sea ponte algo más sobre el pijama…




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