Harper
Sentí que el corazón se me paraba por un momento, hasta que de repente un pequeño calor entró en mi cuerpo. ¿Qué posibilidad había de que unas palabras así paralizaran todo mi ser? ¿Qué debía responder?
Fue el primer te amo de su parte.
La serenidad que notaba en sus ojos me envolvió, me inquietó, me dejó muda, prácticamente indefensa. Estaba desnuda ante él.
¿Qué debía hacer?
Ya no había un mundo en el que pudiera entrar en ese momento, sino sólo el mundo que me rodeaba con él, el mundo que tan solo con dos palabras generó y me impacto.
Sus palabras me movieron tanto, que quería perder la postura y el miedo que ya notaba en mis manos y simplemente poder contestar. Y algo en mí hizo por primera vez una pregunta que ni siquiera en otro momento como este hubiese podido hacerme a misma ¿Qué era lo que realmente estaba sintiendo en ese momento con él?
¿Quizás me quería como su mejor amiga? Pero no se refería a eso. Entonces, ¿qué quería que yo entendiera? ¿Qué explicación necesitaba encontrar para saber la respuesta correcta a lo que él me había dicho? Tampoco debería confundir lo que me dijo y buscarle un doble sentido.
¡Ubícate Harper!
Últimamente estaba abrumada por todo, ni siquiera encontraba claridad en mi vida; y, aunque él no lo viera, yo estaba herida por dentro. Había sido la chica utilizada —porque así me sentía, —la que ni siquiera sabía si estaba correctamente posicionada en sus objetivos como realmente creía. La chica que prácticamente estaba existiendo y no viviendo en ese preciso momento de su vida. Y escuchar un te amo de su parte, hizo que una pieza tan pequeña dentro de mi comenzara funcionar y a generar pequeños choques e impulsos eléctricos, que prácticamente estaban a punto de hacerme un corto, ya que no podía explicar y muchos menos podía entender qué función tenía. Porque ni yo misma estaba funcionando en ese preciso instante.
¡Ay, Dios mío!
¿Responderle también con un “yo también te amo”?
Si lo hacía, simplemente me veía obligada a responder de la misma manera, pero no sería el mismo sentimiento que él generó en mí, porque él encontró el momento perfecto para poder decírmelo y ser capaz indirectamente de calmar todo lo que estaba sintiendo.
¡Concéntrate, Per!
—Gracias por amarme —dije muy despacio, intentando encontrar una postura para lo que se agitaba en mi interior.
¡Al fin, querida! Porque ya me estaba desesperando.
Lo sé querida conciencia, no me lo tienes que decir.
Seguí mirándole a los ojos, sintiendo un estallido interno como si fueran fuegos artificiales, viendo cómo el cielo se teñía de colores en sus ojos grises.
Cerré los ojos un momento y quise tomar aliento —un aliento que sentí que se convertía en asfixia. —Pero la calidez de su mano en mi rostro me despertó.
—Per, ¿pasa algo?
Escuché y parpadeé un par de veces.
—Nada —susurré y dejé escapar una pequeña sonrisa.
Estaba tímida.
—Te has quedado en silencio…
—Es que… lo que has dicho me ha dejado muy pensativa. —dije temerosa.
—Solo te he dicho que te amo…
Esas dos palabras saliendo de su boca volvieron a ser serenas, pausadas y tranquilizadoras en mi ser. Y algo dentro de mí me decía que sólo quería oírlas de él.
—Será mejor que nos vayamos a casa —dije, moviendo la cara para apartar su mano de mi mejilla, —Se nos hace tarde.
—Es primera hora de la tarde —le oí quejarse, mientras le observaba sentado con una mano en la rodilla, muy atento a lo que hacía.
Me levanté lo más rápido que pude de mi sitio y me acomodé el vestido, sacudiendo un poco los bordes que estaban llenos de basura.
Sólo quería esquivar lo que estuviera sintiendo en ese momento, a lo que aún no podía poner nombre.
—Per, ¡Ve despacio!
Oigo decir apresuradamente a Asier, al verme casi llegando a la orilla del río.
Cogí mis zapatos y decidí llevarlos en la mano; y empecé a dar pasos rápidos como una gacela.
—¡Per! —Asier seguía llamándome.
—¡Te espero en casa! —dije casi gritando, mientras salía corriendo.
De lo despistada que iba, al salir del sendero, me topo con el señor Gael, que lleva unos troncos en las manos y casi choco con él
—¡Lo siento! —pronuncié algo agitada, moviendo mis zapatos de un lado a otro.
Viendo como detrás de aquellos troncos el señor Gael, por un lado, procedía a sacar la cabeza para poder verme con más claridad.
—Parece que has visto un fantasma, Per —comenzó a mirarme de arriba abajo, —¿Dónde está Asier?
—¡Aquí, papá! —oí detrás de mí a Asier, que venía un poco cansado y, como yo, con los zapatos en la mano.
—Pensé que te había pasado algo, cuando vi cómo Per salía corriendo del bosque.