Asier
Ya era hora.
Verme al espejo todo inquieto me hacia ver que estaba entre la espada y la pared.
Es irremediable querer cambiar las cosas, más cuando ya todo escapa de tus manos y sientes que el tiempo del que dispones ya no es sostenible.
Harper… es el nombre que no puedo sacarme de la cabeza, la imagen que no puedo dejar de ver en mis sueños.
Esto era lo que podía hacer por ella.
—He sido cómplice de todo esto —dice mi padre suspirando, mientras pone las manos en mi pecho para ajustarme la corbata —Puedes dejar de...
Me moví un poco y estiré el traje, para mantenerme firme.
—Sabes que no puedo —dije abatido, mientras me miraba por el espejo.
—¡Mírame Asier! —terminó mi padre de tirarme la corbata y me cogió la cara entre las manos —La vas a romper.
—Es mejor esto, a que se martirice toda la vida buscando algo que no tiene arreglo… Sé que le dolerá… Pero me dolerá más verla querer intentarlo y sufrir.
No había vuelta atrás en la decisión que había tomado. Desde niño tenía grandes sueños, pero ahora sólo me aferraba a vivir y cumplir uno… Y que éste hiciera que la persona a la que amaba pudiera vivir realmente sus sueños.
Me alejé ligeramente de mi padre para poder caminar hasta el escritorio. Recorrer cada rincón de mi habitación, echarle un último vistazo, me llenó de tristeza. Tenía ganas de gritar y salir corriendo. Estaba tan lleno de miedo, pero tenía que dejarlo salir todo.
Mi padre se acercó a mí y me puso la mano en el brazo, deteniéndome un momento. Me volví y le miré muy sereno, pidiéndole que mantuviera la calma como siempre ha hecho.
—Todo irá bien… —hice una pausa y un pequeño gesto con la mano para poder coger el bolígrafo del portalápices —Dile a mi madre que saldré enseguida y, por favor, que no dejes entrar a nadie en mi habitación. Ni siquiera a Per.
—Siempre te ha gustado…
Las palabras de Yara resuenan en mi mente.
Dejé escapar una pequeña sonrisa de lado con el corazón en la mano. Y procedí a escribir. Ahora el tiempo que parecía fugaz se hizo eterno entre estas letras…
—Ya he terminado —le dije a mi padre, que montaba guardia a la entrada de mi habitación.
—¡Cariño, qué guapo estás! —Mi madre alucina al verme.
Le dediqué una pequeña sonrisa y me acomodé un poco.
Le hice un gesto a mi padre y él puso la mano de lado para que mi madre se enganchara a él y pudieran bajar las escaleras. Propiamente era una orden de mi parte.
Me encantaba verlos juntos…
Y de repente vi cómo Yara subía las escaleras a toda prisa. Su pelo rojizo era muy favorecedor y aquel vestido rojo ajustado, resaltaba perfectamente su ser hechizante
—¡Hey! Porque vas toda descarriada —dije divertido.
—Olvídalo… —sonó un poco agitada —Per ha desaparecido. Entro en casa conmigo, pero ya no la encuentro.
Parecía bastante desesperada.
—¡No te rías! —me dijo muy seria.
—No me rio. Tan solo que verte así —le sonreí —No creí que te preocupara tanto la repentina desaparición de Per.
Internamente ya sabía dónde podía estar.
No iba a ser tan dificultoso encontrarla.
—La he buscado, pero no la encuentro… No puede dejarme sola con esto.
—Yo la buscaré… Tú baja —le hice un gesto con la mano, tratando de calmarla—, y diles a los invitados que pronto comenzará el baile.
—¿Sabes dónde está?
—Tú no te preocupes y ve a hacer lo que te he dicho.
Le guiñé un ojo.
Yara, así como subió las escaleras, bajo lo más rápido que pudo y se escabulló entre la multitud para acercarse al DJ y quitarle el micrófono, y decirles a todos que pronto empezaría el baile.
Este juego de máscaras…
Per lo había hecho perfecto.
Dando un saludo a todos desde mi lugar me excusé y retrocedí para perderme en el pasillo, e ir hacia donde creía —o, mejor dicho, sabía —estaría Per.
—Otra vez escondiéndote —dije divertido, mientras abría la puerta del armario.
Por la estrechez del armario. El traje era un poco ajustado y, aunque era incómodo, cuando entré por la puerta y la vi con su precioso vestido azul, dejé de quejarme.
Era una princesa de verdad. Aunque éramos grandes para jugar a este cuento de hadas.
—Y tú siempre encontrándome.
Vi en los ojos de Per un brillo increíble, que me puso muy sensible.
Me acerqué y le aparté un mechón de pelo mientras intentaba esconderse de mí.
—No lo hagas —susurré —Deja de esconderte, Per. Hoy eres la anfitriona de esto.