Ya había aprendido hace mucho a nunca hacer preguntas, porque todas siempre terminaban en problemas. Tales como una bofetada de tía Petunia o un latigazo de una correa en mi espalda por el tío Vernon o simplemente sin comer o encerrándome en mi pequeña habitación por tía Petunia o el tío Vernon. En fin, problemas de los cuales no me gusta ni recordar.
Pero cada pregunta que se hacía en Privet Drive no llevan a respuestas sino a problemas. Si preguntaba porque tenía que dormir en el pequeño armario debajo de las escaleras, Tía Petunia solo se limitaba a apretar los labios como si hubiera probado limón o a mirarme como si fuera basura. Si preguntaba por qué Dudley tenía dos habitaciones y yo ninguna Tío Vernon gruñía diciendo "que tenía que agradecer por siquiera tener un techo sobre mi cabeza". Así que había aprendido a callar, a encogerme, a nunca más hacer preguntas y a volverme invisible cuando la ocasión lo ameritara.
Hoy me encontraba en el pequeño armario mientras repasaba lo que tenía que hacer mañana al despertar, sentí que algo no encajaba bien, pensé que era mi mente jugando conmigo, pero no algo se sentía diferente como si fuera a ocurrir algo que cambiaría las cosas.
Después de unas horas me acosté sobre el colchón que apenas y podía caber en el armario, escuché los ronquidos de tío Vernon que parecían atravesar toda la casa como si fueran rugidos de un motor averiado. Dudley, en su segunda habitación gritaba cada vez que alguien hacía algo mal en el videojuego, y se escuchaba cada vez que comía algunas golosinas. Todo estaba tan tranquilo, tan normal y desagradable como siempre... hasta que oí un golpe seco en la puerta principal.
Me incorporé algo sorprendido. A estás horas nadie nunca visitó la casa de los Dursley. Con suerte, la gente del vecindario cruzaba la acerca con tal de no detenerse a saludarlos.
El golpe se repitió. Firme, casi elegante pero sin ser persistente.
Entreabri la puertecilla del armario, para alcanzar a ver qué estaba ocurriendo. Entre las rendijas pude ver cómo tío Vernon bajaba hecho furia, la cara roja como un tomate cocido. Detrás de él tía Petunia y Dudley bajaban confundidos y también algo molestos por interrumpirlos.
—¡¿Quién demonios llama a estás horas?! —bufó tío Vernon, y abrió la puerta de golpe.
Pude alcanzar a ver qué había un hombre alto, delgado y envuelto en una túnica oscura que parecía beberse la poca luz de la calle. No sabía cómo explicar, pero aquel desconocido parecía... demasiado serio para estar en Privet Drive. Cómo si la calle, con sus setos perfectamente recortados y su impecable aburrimiento no pudiera sostenerlo.
Espere a que el hombre retrocediera al ver a tío Vernon hecho furia. Pero en lugar de eso, aquel hombre apenas movió un pequeño palo de madera, que supuse era una varita -una parecida a la que utilizan las brujas en las películas que Dudley veía- y aunque tío Vernon intentaba cerrar la puerta no pudo hacerlo. Al parecer el hombre hizo algo y sentí curiosidad pero me mantuve callado observando desde el armario, ya después intentaría averiguar que paso.
Pero entonces el desconocido miró adentro de la casa, pasando la vista por todo el lugar. Miro a Dudley, a tía Petunia para después quedarse viéndome por unos minutos.
Sentí que me atravesaban como si me hubiera descubierto en una travesura. Esa mirada, era extraña: dura, como un pozo profundo, pero que también... me hubiera reconocido.
—Harry Potter —dijo el hombre con voz grave, sentí un escalofrío al escuchar que aquel hombre se sabía mi nombre—. Empaca tus cosas. No pasarás una noche más en este lugar.
Me quedé helado, no sabía qué hacer. Dudley chillo —decía que era un secuestrador y que debían llamar a los oficiales—. Tío Vernon parecía estar a punto de estallar, y tía Petunia... palideció como si aquel hombre hubiera sido un fantasma, en lugar de una persona.
—¡Severus! —jadeó tía Petunia, y por primera vez escuche miedo en su voz—. No puedes llevártelo. Albus dijo que...
El hombre que al parecer se llama Severus la interrumpe, de forma fría y grave:
—Albus ha dicho muchas cosas —hizo una pausa para agregar en un tono más frío y con un deje de odio—. Demasiadas mentiras.
Sin darme cuenta abrí la boca mientras terminaba de salir del pequeño armario, y sintiendo como mis manos temblaban ligeramente.
—¿Quién es Usted? —logré preguntar, con voz temblorosa aunque no quería eso.
El hombre entró y se inclinó ligeramente para quedar a mi altura, su túnica negra rozó el suelo.
—Soy Severus Snape, profesor en Hogwarts. La escuela a la que perteneces y he venido a buscarte y a contarte toda la verdad: tu vida así como está corre peligro, y no por quien dicen todos que es.
Parpadeó. Hogwarts. Escuela. Peligro. Era demasiada información en una sola frase.
Snape me miró con intensidad, mientras se percataba que no estaba entendiendo nada de lo que me dijo.
—No fue el-que-no-debe-ser-nombrado quien quiso matar a tus padres, ni a ti aquella noche. Él siempre ha buscado poder, pero jamás ordenó tu muerte. Fue otro... alguien que en el mundo mágico entero llama sabio y bondadoso. El movimiento sus hilos para que lo de esa noche ocurriera y su nombre es... Albus Dumbledore.
Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. En casi once años nadie me había hablado nada bueno de mis padres solo que habían muerto en un accidente y lo que los Dursley siempre decían era que ellos eran una vergüenza para la familia y que mi padre era un borracho y mi madre rara. Y ahora un extraño me habla como si todo lo que he escuchado hasta ahora era una mentira, que mi vida era una mentira cuidadosamente tejida, por alguien que apenas y sabía su nombre.
—¿Mis padres? —Susurre, pero no pude terminar la frase aún con ese miedo a que lo golpeen por hacer una pregunta.
Por un instante, el gesto severo del hombre pareció quebrarse.
—Tu madre fue la mejor bruja que conocí —dijo con voz áspera y algo que parecía ser cariño—. Y tú padre... un insensato, si. Pero no merecía lo que les ocurrió.
Editado: 20.09.2025