Hasta decir lo que siento (borrador)

Capítulo 1

Las clases comenzaron con esos fríos vientos que perseveran antes de llegar la primavera, de esos que podrían hacer que tu cara ardiera durante las mañanas. No puedo acostumbrarme a levantarme tan temprano. El tedioso sonido de la alarma sonando insistentemente, este clima, sentir que mi cama era la más suave del mundo y tener la primera clase con uno de los maestros más aburridos no ayudaba en nada a que fuera más fácil. De cualquier manera, las cosas estaban un poco extrañas.

Había más jóvenes en la escuela al empezar las clases. Pensé que quizás serían los de nuevo ingreso, pero al parecer eran estudiantes de la escuela vecina. Hicieron varios recorridos guiados durante la primera semana de clases, cosa inusual. Ellos eran fácilmente reconocibles porque, además de llevar un gafete con una cinta de un azul opaco que nadie más usaba, su vestimenta era ligeramente más formal, con pantalón de mezclilla oscuro, camisa blanca, saco y a veces un chaleco de vestir.

A donde iban atraían las miradas. Era un grupo inusual con el que algunos habían tenido la oportunidad de convivir mientras desayunaban en alguna de las cafeterías o descansaban en las palapas afuera de nuestro edificio. Los invitados también miraban la escuela con detalle y murmuraban entre ellos cuando se les quedaban viendo durante demasiado tiempo, respondiendo a veces ya fuera con un saludo o una sonrisa. Definitivamente habían sido el centro de atención.

El maestro Isaac terminó su clase y justo antes de que abandonara el salón llegó el tutor, el profe David, acompañado de cuatro de esos jóvenes. El anuncio fue rápido.  A partir de un programa experimental y en colaboración con la otra universidad, nos asignaron a esos estudiantes para asesorías. «Ya que no parecen querer acercarse a sus profesores y su promedio deja mucho que desear», fueron las palabras del tutor. Un programa experimental bastante extraño. ¿Por qué traer a alumnos de otra escuela?

Como fuera, estarían con nosotros durante dos semestres. Observándolos un poco mejor, solo pude reconocer a un compañero de prepa con el que no hablaba hace un par de años. Recuerdo que era muy amable y siempre se ofrecía gustoso en ayudarme con algunas tareas; ocasionalmente hacíamos equipo. No parece haber cambiado demasiado en este tiempo.  Él me reconoció casi de inmediato y tan pronto lo hizo me sonrió. Correspondí el gesto. Tener a alguien conocido da más confianza.

Los cuatro tenían una vestimenta similar, pero había uno que destacaba por sobre el resto. Un joven que se miraba mucho más cansado, con grandes ojeras bordeando sus parpados, un ligero aire de fastidio y cubría la mitad de su rostro con una bufanda. Los otros no se miraban tan fatigados y su postura era más relajada. Él se mantenía como un soldado en fila.

—Buenos días —dijo el joven con una voz rasposa y ahogada —. Disculpen mi tono. Me enfermé y aun no me recupero. Pueden llamarme Evan. Estoy a cargo, tanto de este grupo para las asesorías, como de mis tres compañeros aquí presentes.

—Yo soy Alberto. El segundo al mando —dijo rápidamente, arrebatándole la palabra al otro muchacho. Su voz seguía siendo tan animada como recordaba —. No quiero que Evan pierda la voz, así que explicaré el resto. Yo y mi compañero Álvaro —mencionó señalando a un chico de cabello negro y robusto—, nos encargaremos de las asesorías para las materias teóricas. Por otro lado, nuestra jefa y mi compañero Brandon se encargarán de la parte práctica —“¿jefa?” —. También podemos llegar a sustituir a alguno de sus maestros en caso de ser necesario…

Dejé de prestar atención y me centré en Evan. Su voz era considerablemente ronca, pero podría decir que era por estar enferma, su estatura era similar a la de sus compañeros y la gabardina larga no dejaba apreciar del todo bien su figura, también estaba ese cabello ondulado que ni siquiera llegaba a su mentón y que junto a su expresión de completa seriedad le daban un aire diferente. Además, ¿a quién se le ocurre llamar a una chica Evan? A simple vista me parecía un muchacho cualquiera.

Ella dirigió su mirada en mi dirección, sorprendiéndome. Parecía tratar de familiarizarse con nuestro grupo y no había fijado su atención en nada hasta que llegó a mí. Fue un tanto intimidante. Ni siquiera parpadeaba. Era una mirada pesada, aguda y penetrante. Me costaba un poco mantener el contacto visual. Luego de un par de segundos, inclinó ligeramente la cabeza cerrando sus ojos, como en un sutil saludo, antes de volver la vista al frente. ¿Se habrá dado cuenta de que me quede mirándola?

Al terminar su introducción se marcharon junto al maestro.

 Bastaron unos pocos instantes para que el salón se empezara a llenar de murmullos cada vez más fuertes. Obviamente hablaban de nuestros nuevos asesores. Había algunos que comentaban lo molesto que sería tenerlos rondando por ahí, otros que poco les importaba y un reducido número que opinaba que serían de ayuda. Tampoco faltó el comentario de cómo usarlos para conseguir la respuesta de los exámenes. Compartía la opinión de que podrían ser un buen apoyo, y aunque trataba de concentrarme en eso, no paraba de pensar en que su…  jefa, no debió de venir teniendo un aspecto tan terrible.

La segunda clase terminó, dándonos por fin un merecido descanso. El grupo se dispersó casi de inmediato. Pensé en invitar a Samara e Irene a comer en la cafetería hasta que vi a esta última saliendo disparada del salón ensimismada, con una cara que hasta ese momento no había visto, dejando a nuestra amiga al cuidado de sus cosas.




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