(4) Las sombras del espejo
Clara Martín.
Escucho pasos apresurados bajando por las escaleras y me asomo por la puerta de la cocina. Enzo y Darío bajan como si les fuera la vida en ello y Cristina baja con tranquilidad mirando al dúo con extrañeza.
Darío mira por la mirilla y esta vez suenan golpes sonoros en la puerta.
—Buenas noches. Somos la policía. Recibimos una llamada suya hace unos veinte minutos. ¿Podría abrirnos? —Todos nos giramos hacia Cristina y ella niega varias veces alzando los brazos.
—Yo no he sido —susurra—. No les he dicho ni la calle.
—Señorita, solo queremos saber que todo va bien. Somos la agente García y el agente Gutiérrez —suena una voz femenina tras la puerta—. En un principio no íbamos a venir, porque había dicho que había sido una falsa alarma; pero la vecina de al lado también llamó porque había escuchado gritos durante unos largos minutos.
Miro a los tres sin saber qué hacer. Al final, Enzo tiene la iniciativa de cogerme de la mano llevándome frente a la puerta y Darío me señala la puerta con la cabeza.
—Contesta —me dice. Bueno, más bien me ordena.
Quito los cerrojos de la casa y abro un poco la puerta, dejando ver solo un poco de mi torso y mi rostro. Frente a mí hay dos agentes, un hombre y una mujer, y esta lleva una linterna enfocando el suelo. La luz del rellano se apaga y la mujer vuelve a darle al interruptor para encenderla.
—Buenas noches. Disculpen la tardanza. ¿Pasa algo?
—Buenas noches, señorita. ¿Está alguno de sus padres en casa? —pregunta la chica apagando la linterna, a la vez que yo encendía la luz de la entrada.
—No, mi madre está de cena de empresa y mi padre está de viaje de negocios —Ambos agentes se miraron entre ellos—. Pero, pero yo soy mayor de edad —me apresuro a decir.
—¿Y está sola? —pregunta esta vez el chico. Por un momento dudo en responder, y cuando lo voy a hacer, el agente se adelanta— ¿Podemos pasar?
No sabía qué hacer. Al final, respondo con un “si” casi inaudible y les abro la puerta dejando ver a Darío, Enzo y mi amiga Cristina, quien aún estaba al pie de las escaleras.
Ambos agentes entran en mi casa y solo miran a Cristina. Han ignorado completamente a Enzo y Darío.
—Esto es extraño —dice una voz en mi cabeza: Enzo. ¿Así que mi subconsciente son ellos?
—Muy raro —dice esta vez Darío.
—Solo estamos mi hermano pequeño, que está durmiendo, mi amiga Cristina… —Esta les saludó con la mano y la chica le saludó. Iba a presentar a los chicos, pero el agente Gutiérrez me interrumpe.
—¿No hay nadie más? —dice entrando en el comedor de mi casa. En cambio, la agente García se queda en la entrada del piso.
—Diles que no, que no hay nadie más. No nos están viendo y no entiendo por qué —dice Enzo.
—Eh, no. No hay nadie más —respondo mirando hacia la agente García.
Ella está mirando la casa y tiene a Dario enfrente suya. Él se acerca a menos de cinco centímetros de su cara y empieza a mover los brazos como un frenético. Definitivamente no les están viendo.
—¿Puedes preguntarles si los has visto en algún lado? —me dice Darío. ¿Y a mí qué me importa si los he visto?— A lo mejor nos da una pista.
—Entonces, si no hay nadie más en casa, ¿por qué nos han llamado a la comisaría? —pregunta nuevamente el agente, volviendo junto a su compañera.
—Eh… —digo sin saber qué decir.
—Porque… Nosotras estábamos viendo una película de miedo —Me giro hacia mi amiga confundida— y cuando se ha ido la luz nos hemos asustado… —le interrumpe la agente.
—Pero señoritas, eso no es motivo de llamada…
—No, no. El caso es que cuando se ha ido la luz, yo he ido a ver al hermano pequeño de Clara —Me señala— y ella ha ido a ver la caja de la luz.
La señala y los agentes se giran, ya que está tras ellos, a un lado de la puerta. Darío está apoyado en esta y les saca el dedo de enmedio.
—Nada, que no se enteran —reprocha en alto y se queda mudo por un momento rezando por qué los agentes no puedan escuchar tampoco su voz. Y efectivamente no le han escuchado porque se giran nuevamente hacia mi amiga.
—Entonces, nos hemos ido a la habitación una vez todo había vuelto a la normalidad. Al rato, hemos escuchado varios ruidos en esta parte del piso y hemos pensado en avisar. Y Clara como es cabezota ha bajado, obligándome, para ver si había alguien mientras hablaba con alguno de vuestros compañeros y al comprobar que no había nadie, pues hemos notificado que había sido una falsa alarma —concluye mi amiga la mentira.
—Joder, que bien se le da mentir a Cristinita —dice Darío y ambas lo miramos mal.
—¿Y por eso los gritos que ha notificado la vecina? —pregunta la agente— Porque estabais viendo una película de miedo, ¿no? —Ambas asentimos varias veces y esta asiente lentamente— Está bien, ¿podemos echar un vistazo por la casa? Para asegurarnos nosotros.
—Claro, claro. Quédate aquí, Cristina, si quieres. Yo guío a los agentes.