Hasta el final

4. Almuerzo tenso

Paso por la cocina para explicar las comidas que le gustan al rey, con postre incluido. Ordeno que lleven todo a la gran sala y me aseguro de colocar la corona de oro sobre mi cabeza para darle una visible primera impresión. Camino de prisa hasta el salón del trono; mi guardaespaldas Kosevic ya está detrás de mí.

—¿Ya lo ha matado?

—Aún me sirve.

Asiente y avanzamos.

—¿Cree que el rey sepa sobre todas las veces en que mandó a asesinarlo?

—Puede que tanto como yo —concluyo y abren las puertas para mí. A mis oídos, llegan voces desconocidas. Detesto el bullerío, pero valdrá la pena soportarlo.

Las paredes y el techo están recubiertos de paneles dorados, con intrincados detalles y molduras. Mi trono está situado en el centro de la sala, sobre un estrado de mármol, la parte del respaldo es de almohadillas rojas para mi comodidad; el resto, está tallado en oro sólido, el cual brilla con un tono cálido y luminoso gracias a los candelabros y la luz natural que ingresa por los seis ventanales. Son tres a cada lado del trono que llegan hasta el techo. Están enmarcados de oro macizo con detalles de filigrana. Todo en este espacio resplandece riqueza. Fuerzo una sonrisa cuando ubico la espalda de los dos hombres. Bueno, admito que pensé que, como el cobarde que es, llegaría con al menos cinco guardias.

Azanzo tranquila y aclaro mi garganta, rápido detienen su cuchicheo. Giran firmes y hacen una reverencia. Los imito. Con el primero que hago contacto visual es con Tedric Whitam. Lleva una barba corta y bien arreglada. Su mirada oliva me inspecciona de pies a cabeza, es indescifrable, muy diferente a la de hace años, más madura y autoritaria tal vez. Puedo decir lo mismo de su figura, ahora casi me lleva una cabeza, tiene hombros anchos y rectos, su postura es la de un hombre entrenado y preparado para las guerras. Aunque, ¿qué guerra lo obliga a entrenar tanto? Puede que yo lo intimide, pero admito que su expresión no me indican eso.

—Reina Roskel —su voz es grave—. Es un verdadero placer estar en su presencia.

¡Ja! podría reír.

—Rey Whitam. Lo mismo digo.

No sé cómo consigo utilizar mi voz suave. Hace un año que no debo fingir frente a nadie que soy una reina de honor y respetable. Me he asegurado de rechazar cualquier invitación a eventos de la sociedad con excusas. Si tengo suerte, esto acabará rápido. No planeo actuar más de lo necesario. Solo hasta que baje la guardia un poco.

—Por favor, antes de ir a las disputas, me encantaría compartir un almuerzo con usted —Busca la trampa en mis palabras—. Hace tantos años que no nos vemos, que sería lo más decoroso ¿no cree?

Calla unos instantes con las manos tras su espalda. Su cara es ovalada, con una mandíbula definida como el filo de una espada. Tan determinante como esta reunión. Sus cejas son espesas, lo que realza la inevitable expresividad de sus grandes ojos cuando mira a Kosevic y luego a mí. Sonríe de lado.

—Bueno, cómo podría negarme.

Retengo el bufido ante su hipocresía. Devuelvo la sonrisa y le indico el camino. Los guardias nos siguen dos pasos por detrás mientras nosotros caminamos a la par.

—Su castillo es muy pulcro —comenta para evadir el silencio incómodo.

—Si, me aseguro de que las sirvientas no descansen —se me escapa y lanza una mirada. Debo controlarme antes de que piense en largarse aunque fuese con las manos vacías.

—Podría llevármelas junto con mi hombre —falla en su intento por bromear, sin embargo, lo ignoramos ambos. Acelero mis pasos para no alargar los momentos de “cordialidad” o explotaré de ansiedad y lo apuñalaré frente a su guardia.

Nos abren la puerta de la gran sala y nos acercamos a la mesa rectangular.

—Por favor —Apunto con mi palma—. Tome asiento.

Él lo hace en una punta y yo en la otra, quedamos a dos metros de distancia, frente a frente y cada quien con su escolta a las espaldas. Esta mesa está rebalsada de comida, tal y como ordené. Desde pollo y verduras, hasta legumbres y carbohidratos. Claro que no puede faltar el azúcar. Una de mis sirvientas abre el vino, nos sirve y luego destapa el cerdo con una manzana en la boca.

—Largo —espeto y obedece luego de una inclinación. Presiento que el rey con su aura de amabilidad, quiere reprenderme ante mi mal trato, pero muerde su lengua.

Llevo el recipiente a mis labios atenta a sus movimientos; él levanta la copa, huele con detenimiento y procede a dar el primer sorbo, degustándolo. Esto se repite dos veces más. Solo resuenan mis uñas golpeando con la mesa en bucle. El nudo en mi estómago se hace más grande a cada minuto. Levanta el reloj de bolsillo que heredó de su padre, está tallado en plata y tiene las iniciales SW.

—¿Está apresurado, su majestad? —sueno neutra y vaya que me ha costado. Eleva su mirada luego de evitarla durante todo este rato.

—¿Por qué cree eso?

—Veo que no ha probado ni un bocado.

Asiente, como percatándose de ello. Está tan firme que su espalda no toca el respaldo de la silla. O puede que esté tenso. Da un último sorbo de vino y entrelaza sus dedos sobre la mesa.

—Ha cambiado mucho señora Roskel.

Me descoloca. No me interesa tener interacciones reales con él. Eso se sale de mis planes y me molesta.

—El tiempo cambia a las personas —sintetizo.

—¿Entonces cree que yo también lo he hecho?

No entiendo qué diablos quiere conseguir.

—¿A qué viene esta conversación, señor?

Suspira. Se asegura de verme fijo antes de hablar, pero no me dejo amedrentar por la intensidad que refleja.

—Me han estado sucediendo un par de cosas muy extrañas en el último tiempo.

Arqueo una ceja.

—¿Cosas extrañas?

Asiente.

—Verá, hace ocho meses he tenido muchos eventos desafortunados.

—¿Eventos desafortunados? ¿Cómo cuáles?

—Inició con un asesino a sueldo —va al grano.

—Dios santo —Abro la boca.

—Si. Pero no consiguió su objetivo. Edgar, mi guardia, lo inmovilizó.



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En el texto hay: tension, enemiestolover, slow burn

Editado: 19.06.2025

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