Hasta el final

6. Duelo

Caminamos en círculos sobre el centro del patio como dos lobos a punto de saltar sobre el otro para matarse y decidir quién será el alfa de la manada. No nos quitamos la mirada de encima ante el riesgo de que el primero en apartarla pierda. Las espadas están en el aire. No se rozan ni se acercan.

—Usted sí que sabe dar un buen acto, alteza.

—Oh, le ha gustado. Ni sabe cuánto me alivia —me mofo. Chasquea la lengua.

—No se equivoque. Me ha parecido denigrante. Su gente me recordó a los cerdos en las granjas revolcándose sobre el lodo —subraya. Nuestros pasos son lentos, calculados. La tensión en él no es mayor a la mía

—Debo admitir que tienen ciertas similitudes. Aunque los inocentes cerdos no comparten la pasión por ver la sangre correr como ellos.

El melodioso canto de los pájaros en esta tarde, no contrasta bien con la escena amenazante que mantenemos ahora mismo.

—Debería dejar de hablar tantas pestes de su gente. Lo que ha hecho allí afuera —Apunta con la cabeza— no es gracioso ni mucho menos digno de una reina.

Lanzo el primer movimiento hacia su rostro que esquiva sin complicaciones.

—No me dirá lo que es o no es digno para mi pueblo —continuamos apuntándonos. No sé por qué de repente nuestras respiraciones son tan agitadas habiendo hecho un solo movimiento, tal vez las emociones negativas nos sobrecargan por igual, pero me cuesta calmar mi pulso ajetreado.

—Por favor, sortea a su gente como si se trataran de unos malditos utensilios de cocina —espeta alterado. Me observa como si fuese un monstruo— Usted no debería de reinar nada.

Ahora es él quien da el siguiente paso, es ágil para llegar a mi costado, pero contraataco con una estocada veloz. Mis reflejos siempre han sido mi mejor arma. No se detiene allí, las espadas chocan con una fuerza que comunica cuánto desea atravesarme con ella. Suerte que es mutuo.

Ya no estamos en medio del lugar, nos hemos movido en algún momento del ataque. De nuevo caminamos en círculos, incluso más a la defensiva que al principio.

—Y lo de ese chico —su pecho sube y baja. No sé por qué continúa hablando si podemos solo matarnos. Presiento que necesita desahogar la rabia—, no pasaba los veinticuatro años. Solo era un joven. ¿Cómo pudo ordenar su muerte con tanta frialdad?

—Veintitrés —informo antes de que un destello horrorizado traspase su rostro. Luego lo reemplaza la curiosidad por comprender por qué lo confirmo con tal seguridad, comprendo lo insólito que pueda parecer. Sacude la cabeza y corrige el agarre de su espada.

—Usted no les ofrece la cantidad de alimentos necesarios, no les permite cazar, los lobos serán los primeros en morir. Que les permita salir solo en luna llena no es suficiente y lo sabe. Amenaza a todos de muerte si no obedecen, los obliga a trabajar forzosamente sin un pago a cambio ¿y ahora resulta que también sortea con ellos para que sean sus sirvientes? —reclama con algo incluso más grande que el desprecio— ¿Qué esperaba? ¿Creyó que obedecerían sin intentar asesinarla un par de veces? ¿Que solo cerrarían sus bocas sin exigir una vida íntegra antes?

Sus conclusiones son tan predecibles que podría carcajearme en su cara. Es tal cual lo imaginé. Furioso por las injusticias de un pueblo y desesperado por rescatarlos de su malvada reina. Pero no me interesa darle a nadie, mucho menos a él, una explicación.

Analizo sus palabras y me percato de lo mucho que ha acertado.

—¿Cómo sabe tanto? —detengo mis pasos sin bajar el arma. También lo hace.

—¿Eso es lo único que le importa de todo lo que he dicho?

—No responda con otra pregunta —Entrecierro los ojos. Inhala lento y relame sus labios antes de decir:

—Las habladurías corren rápido —explica—. No todos los reyes del mundo acostumbran a maltratar a su gente, majestad. Es bastante nombrada, aunque puedo asegurarle que no desea saber las cosas que dicen sobre su mandato tan…particular.

El hecho de no abandonar mi reino desde hace un año, me hace ajena a cualquier enorme o pequeño cambio que pueda afectar a la alta sociedad. Mis planes son diez veces más importantes. Pese a ello, no sabía cuánto estaba enterado el mundo de mi nueva y extrema forma de gobernar. No puedo sorprenderme de que estas ratas hayan estado pidiendo auxilio al rey.

—Por eso tanta molestia —comprendo—. No llegó aquí para llevarse a su prisionero —Ladea la cabeza— Desde un inicio su plan fue asesinarme, Trey fue su excusa perfecta.

No es tan mal plan si no lo decifré en cuanto pisó mi castillo, lo admito.

—No sé de qué habla. He venido por Trey. Si aún no me he largado es porque requiere reposo.

Una risa irónica sube por mi garganta.

—Miente. Usted, rey Whitam, sabía cómo estaba manejando a mi pueblo. Y esa intolerable ansia suya por socorrerlos, jamás habría podido quedarse con los brazos cruzados ¿no es cierto?

Calla, sabiendo cuán hipócrita lo hace. Porque con simpleza deduzco lo poco que su hombre en realidad le importa. Sí, intentará llevárselo para disimular y luego dejarlo en la prisión de donde lo sacaron. Ciertamente no le importa tanto. Por lo menos no más que atravesarme con esa arma.

Lo único que hace es observarme por encima de ella y desequilibrar mi paciencia. Por lo visto, la información sobre mí no le llegó por completo o sabría cuánto detesto esperar. Me impulso, las espadas vuelven al juego, tres, cuatro, cinco estocadas sin éxito de mi parte. Avanzo y él retrocede, intento acorralarlo aunque sea casi imposible. Recibe mis golpes cada vez con más saña; doy una patada directa a su pecho y me beneficio del instante en que el aire abandona sus pulmones para realizarle un corte limpio debajo del hombro. Se queja en un gemido apenas audible pero de inmediato recupera la estabilidad. Su herida es profunda y ni siquiera parece afectado. La ira reemplaza su agitación.

—Sí, Roskel —escupe—. Mi plan principal era llegar aquí para acabarla luego de que ningún intento a la distancia funcionara ¿conforme? Usted me quiere cerca para conseguir lo mismo, no quiera dejarme como el asesino lunático —el tono de su voz es oscuro. Más pérfido. Ha admitido lo obvio solo por un corte. Por el enojo que le ha provocado. Y ni yo misma puedo creer cuánto me divierte desequilibrar su hipócrita cordialidad.



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En el texto hay: tension, enemiestolover, slow burn

Editado: 26.04.2025

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