9. ¿Por qué?

Tal vez esperaba gritos, una apresurada conclusión de este viaje con ayuda de una lucha cuerpo a cuerpo, una discusión con escupitajos de por medio con un final feliz, al menos para mí, no obstante, el silencio absoluto no fue previsto. Que reaccionara con cuestionamientos, ya que no escuchò ni un sonido, y luego, lo siguiera una expresión de espanto a una de indiferencia, no estaba en mis planes. Sin volverme a dirigir ni una mirada, menos la palabra, envolvió el cadáver en la misma manta, ahora ensangrentada, sobre la que intentaba dormir antes de mis imprevistos actos. Lo colocó sobre su caballo, incluso lo aseguró con unas cuerdas que guardaba en su bolso y montó hacia donde el sol se pone, sin mirar atrás; me frustra seguirlo como a un perro faldero, sin embargo, esa frustración no se compara con la estaca que se clava en mi estómago al ver que mi plan no ha funcionado. Es como si él lo supiera y no quisiera darme el gusto, como si conociera mis intenciones con lujo de detalles.

La impaciencia va a matarme si no comienza a hablar de una vez por todas, no se supone que fuese así. Debía explotar, sacar su espada o usar sus propias manos, gritar la persona maligna y sanguinaria que cree que soy, acercarse para asesinarme y morir en el intento. Morir con mi daga atravesando su corazón y observando mi sonrisa triunfante. En su lugar, todo lo que sucede, es que su espalda yace a unos metros de mi presencia, no hemos parado de cabalgar en una hora, e intentado abrir la boca para saber a dónde pretende llegar sin recibir respuesta alguna.

Me coloco a la par y lo miro, su trote es rápido pero no lo suficiente como para superarme, ya que debe ir con cuidado de que el cuerpo no caiga del caballo.

—Veo que no está de humor —tanteo, sé que las palabras pueden enfadarlo más de lo que es consciente. Pero el silencio prevalece a pesar de su mandíbula tensa—. La muerte es algo con lo que debería estar familiarizado, su padre también está…

—No se atreva a nombrarlo —su tono es duro. La complacencia se instala en mi pecho y mi comisura se eleva.

—Que lo nombre o no, jamás cambiará la realidad.

Sus labios se sellan de nueva vez. Suspiro, el clima es pesado, mi sudor no es excesivo gracias a la sombra infinita del lugar, nuestro andar está acompañado del crujido de las ramas secas en cada pisada, mismo que comienza a irritarme. Siquiera, ahora sé que no aparecerá ningún otro cambiaformas para interrumpir, claro, a menos que…

—Un momento, deténgase ¿a dónde estamos yendo?

Su espalda recta y vista al frente, no voltean hacia mí.

—¿Cómo conoce este camino?

La molestia me invade y colma mi nula tranquilidad, me muerdo la lengua para no armar un escándalo cuando le indico a Bolter que avance y me interpongo en medio de su camino.

—Apártese.

—Yo tenía razón, se ha estado escabullendo a mi reino. Debería condenarlo por esto —escupo. Intenta rodearme pero no se lo permito. Bufa, me lanza una mirada que para nada me afecta.

—No sé de qué habla ni me importa.

—Desde que partimos del corazón del bosque ha andado por un camino que, creía era mera casualidad, pero sí que nos dirige a alguna parte. ¿Cómo sabe hacia dónde está yendo? Jamás ha pisado este lugar —Es más una acusación que un interrogante. No se inmuta, revisa su reloj de bolsillo que siempre lleva a mano y dice:

—No quisiera que me retrase majestad, Zemir comenzará a pudrirse en cualquier momento. Y aunque el mal aroma tarda días en aparecer, con todo el respeto que le tengo a los difuntos, temo que no es de mi agrado cargar con un cadáver por tanto tiempo —pronuncia la última frase con los ojos brillando de repulsión. No hacia el muerto, hacia mi persona, de eso no cabe duda.

—No cambie de tema, le exijo que me dé una explicación ahora mismo —Me altero— ¿Quién en mi pueblo le ha enseñado estos caminos? ¿Y cuantos más aparte de este?

Esmond florece en mi cabeza, creía tenerlo bajo control, empero cómo podría confiar en cualquiera de esos traidores. A la vez, Kosevic es un profesional, habría notado si mentía. La idea de que el rey conoce mi territorio de arriba hacia abajo me causa escalofríos, esto me deja en gran desventaja y, sobre todo, peligro. Sabría desde qué puntos estratégicos atacarme, él quiere quedarse con mi reino, no es algo descabellado de pensar. Tal vez mientras estoy aquí, todos sus hombres invaden mi castillo. Inhalo y exhalo con disimulo para calmarme un poco.

—¿Qué? ¿Acaso matará a quien habló conmigo?

—Lo sabía —Presiono las riendas hasta casi rechinar. Lo ha admitido.

—Por el contrario, no sabe nada —Sacude la cabeza y toma aire— Será una pena para usted saber que no debe matar a ningún traidor, porque él ya está muerto.

—¿De qué habla? No quiera engañarme a mí rey Whitam, ambos sabemos que no lo conseguirá.

—Roskel, siempre creyendo que alguien la engaña, que alguien la traiciona o desea eliminarla —Lo piensa un instante— Bueno, eso último si es cierto pero, en esta ocasión, su paranoia le ha jugado una mala pasada —la burla con que se refiere a mí, resuena en cada palabra que articula. Entrecierro los ojos.

—No me provoque.

—Zemir me habló de su territorio ayer por la noche —Me corta— ¿ya puedo continuar? —no espera una respuesta y rodea a Bolter con prisa. ¿Zemir? Sí, claro. Cabalgo a su lado.

—No me engaña, alguien de mi pueblo intenta ayudarlo y me dirá con exactitud quién es y qué le ha dicho.

—No involucre a más inocentes sin razón —espeta— Zemir mencionó la zona y yo me guio bien gracias a mis entrenamientos, como le comenté anteriormente. No me utilice de excusa para sus homicidios.

—Por supuesto —ironizo—, ¿entonces para qué se dirige a su manada? ¿Qué busca allí?

—Yo no le debo explicaciones, no es mi reina, mucho menos sigo sus órdenes ¿o debo recordárselo?

—No, pero está en mi reino, en mi bosque, utilizando mi caballo, para trasladarse a donde se le ocurre sin más —exclamo—. Y por si fuera poco, yo lo estoy siguiendo a ciegas desde hace horas y resulta que vamos directo al territorio de la manada Moon. Por lo que le exijo que hable de inmediato si no quiere conocer mi peor lado.