El sol ilumina con cada rayo de luz la manada Moon, de las pequeñas casas amanecen los lobos para iniciar su rutina de caza luego de una noche intensa y peculiar. La tierra a mis pies, por alguna razón, es más áspera y molesta a cada minuto. Los susurros y miradas constantes no han parado de circular a mi alrededor como si me acecharan, si no estuviera tan acostumbrada a ello, mi reacción tal vez hubiera sido un tanto violenta. ¿El problema? Yo no debería saber un comino de todo esto, porque debería estar junto a Kosevic en un barco camino a Zaveria para conquistar su reino y proclamarme la única gobernante. Sin embargo, continúo en el bosque Atilon por culpa de los cambiaformas que no me permitieron abandonar el territorio cuando se percataron de mi huída mientras Benia se quería devorar a Tedric. Los amenacé de todas las maneras posibles, durante la noche e inicios de la mañana, tuve cuatro intentos de escape en los que me arrastraron sin muchas fuerzas a mi lugar y, al final, ha quedado uno de ellos frente a mí para que deje de intentarlo.
La secuencia se repite en bucle dentro de mi mente, la luna presenciando todo el espectáculo, la suave brisa de la noche acompañando los gritos espantados del rey, los gruñidos de Benia en sintonía con los del alfa, ella parecía ignorarlo, pero en mi opinión, la ira la cegaba a tal punto de no escuchar nada más que a su cabeza pidiendo sangre. Conozco esa sensación.
Brett se sumó a la lista de ignorados cuando quería detenerla, empero ninguno se quedó de brazos cruzados a la hora de separar a la boca de ella del cuerpo de Whitam. El lobo de Benia nunca dejó de atacar o rezongar con saliva cayendo de su hocico, incluso cuando la encerraron en la casa del alfa junto con él, se escuchaban sus aullidos, mismos que han parado hace una hora aproximadamente. Porque sí, aulló durante toda la noche sin parar, en consecuencia, las ojeras de cada persona por aquí, son notorias. A Tedric lo levantaron y llevaron dentro de una cabaña de madera, conocida como “el refugio de cura”, es un área que designa esta comunidad para atender a enfermos y heridos con sus métodos de sanación, según me explicó Benia hace tanto tiempo una tarde tranquila y tan lejana a esta realidad. No tengo conocimiento sobre sus formas de hacerlo, sobre qué tan distinto sea a las atenciones que realiza Lyrian, pero espero que le coloquen un pedazo de hoja del árbol más seco sobre su herida y luego le recen a un dios inexistente así acaba de desangrarse.
—¿Tus ojos siempre son tan oscuros?
La pregunta me devuelve al ahora; aparto mi vista de la cabaña. El tedioso lobo que pusieron a vigilarme, no ha parado de hacerme preguntas sobre los humanos y nuestra “inaceptable” costumbre de comer carne sin ganarla cazando antes. No he respondido a ninguno de sus parloteos y de todas formas continúa.
—No. Solo cuando pienso en matar —Fulmino. Él frunce el ceño.
—No cualquier humano se atreve a lanzar ese tipo de amenazas a un hombre lobo ¿sabes?
—Eso debería decirle algo.
Agrega alguna otra irrelevancia que no escucho pues, la puerta de la casa de Wilmer se abre, Brett sale de allí con el cabello desordenado en todas direcciones y, al verme, se acerca a informarme que el alfa quiere que vaya a su presencia. Ya mismo.
—A mí nadie me dice lo que debo hacer. Mucho menos me da órdenes, así que dígale a su alfa que me quite a esta bestia de encima para que pueda largarme o traeré a todos mis hombres en fila para que destrocen este lugar —apenas respiro entre cada palabra. El lobo detrás mío bufa. Brett por poco revolea los ojos empeorando la situación.
—Ha conseguido que Benia regrese a su forma humana.
Asiento. Lo sospechaba, pero no comprendo por qué razón me lo avisa a mí.
Intuyo que, al estar tan débil, cambiar de una forma a otra rompiendo y acomodando todos sus huesos en un lapso de poco tiempo, no es nada sencillo, mucho menos indoloro.
—Y en su exaltación, ha mencionado tu nombre. Te aconsejo que no desafíes al alfa ahora mismo —Niega con la cabeza—. No está de humor.
Podría decir que la indecisión sella mis labios, que la clara desventaja en mi posición, en los intentos de huida, en el lugar en que estoy, me fuerzan a avanzar junto al lobo camino a una posible muerte, pero no es el caso. El caso es que Benia ya no será una aliada, por poco que eso me funcionara o durara; en su cabeza, ya no existirá la Yvett adolescente e ingenua que alguna vez habitó dentro mío, esa que sonreía cuando cometía un error porque nada era tan grave. Para mí se extinguió hace demasiado tiempo y, aún así, el hecho de que para alguien, mi otra versión siguiera vigente en algún sitio, me reconfortó sólo por un segundo. Hace un año que nada me reconfortaba. En fin, son gajes de mi objetivo y jamás me arrepentiré de cumplirlo, pero no significa que no sepa reconocer cuando un obstáculo ha sido más incómodo que otro.
La puerta se abre, todo lo que tengo tiempo de divisar es una fogata apagada, rastros de cenizas y un sillón de cuero amarronado, a continuación, Brett acelera su paso y llegamos al fondo del lugar, a unas escaleras solitarias detrás de otra puerta, como si bajaramos a una especie de sótano con excesivo polvo. Pelos de, supongo yo, lobo, reposan en el piso e incluso flotan en el aire, dos pequeñas ventanas iluminan la estancia con escasez, creando sombras peculiares. El aroma es espantoso, similar al que había en la cueva donde mantenían cautiva a Benia. Ella luce incluso peor que cuando la hallé en aquel lugar, abraza sus delgadas piernas en un rincón, los sollozos no se detienen ante la dominante voz de Wilmer.
—Cállate. Él no merece que lo lloren.
—Era tu mejor amigo —Sorba por la nariz— ¿cómo puedes odiarlo incluso estando muerto? Zemir te quería.
Su mueca dolida no conmueve al alfa.
—Ni él ni tú lo hacían, malditos traidores —ella quiere reclamarle pero la interrumpe—. Silencio, no hablaremos de eso ahora —Como si deseara ignorar toda la pena que resplandece en Benia, se aparta para dejar de darme la espalda—. He traído a Roskel ante tu presencia.