Jonathan
Camino en la oscuridad; la calle está prácticamente vacía. Estoy agotado y la cabeza me late con fuerza; ese uppercut realmente me lastimó. Me masajeó la sien intentando calmar el dolor y aceleró el paso para llegar a casa cuanto antes. Necesito descansar.
Los últimos meses han sido un verdadero infierno: entrenar con el campeón, las sesiones de sparring interminables y las peleas amateur cada dos semanas. Una tortura. Pero todo valdrá la pena cuando cumpla mi sueño. Solo falta un mes para mi debut profesional. “Solo debo seguir entrenando y darlo todo”, me repito, antes de empezar a trotar rumbo a casa.
Al llegar, me detengo frente a la puerta y respiro hondo. Sé que al otro lado me espera un regaño. Apenas abro, un aroma delicioso me envuelve y me guía directo a la cocina.
Allí la veo: mi esposa, hermosa como siempre, con su cabello negro cayendo sobre los hombros mientras prepara lo que, por el olor, seguro es spaghetti. Me acerco en silencio y la abrazo por la espalda, haciéndola saltar ligeramente de sorpresa.
—¿Cómo te fue, amor? —pregunta con una risa suave, aún envuelta en mis brazos. Amo a esta mujer.
Suspire con una sonrisa cansada, consciente de lo que venía.
—Podría decirse que bien —respondo mientras la suelto y voy a sentarme a la mesa—. Lo único malo es que casi me noquean —sabía que me arrepentiría de decírselo.
—¿Otra vez, Jonathan? —regaño, dejando lo que hacía para acercarse con expresión severa. Por la forma en que me mira, sé que me quiere matar.
—Sí —murmuró, resignado, sabiendo que mi explicación no cambiará nada—. Pero qué se le va a hacer... el señor Knox quiere que entrene con el campeón.
—No me importa. Odio verte lastimado —ya me esperaba esa respuesta. Su voz es una mezcla de enojo y preocupación.
Apoya sus manos en mi rostro, buscándome moretones o alguna señal de daño. Por suerte, esta vez no tengo ninguno.
—Tranquila, no me pasó nada. —O al menos eso creo. Me duele la cabeza, pero es normal después de un golpe así. Lo que sí me preocupa es que no recuerdo gran parte de la pelea.
Pero esto es el boxeo: siempre sales lastimado, y ella lo sabía.
—¿Y cómo estuvo tu día? —pregunté, intentando desviar el tema.
—Bien, me ascendieron —respondió con un tono aún molesto, aunque no pudo ocultar la emoción en su voz—. Ahora soy asistente del chef principal. —Su semblante cambió, se suavizó—. Mañana empezaré a trabajar con el gran Dimitri Petrov —anunció mientras servía dos platos de spaghetti.
—¿Estás emocionada? —pregunté al ver la felicidad en su rostro. Parecía un niño al que le acaban de regalar un juguete nuevo.
—No tienes idea —dijo, colocando los platos en la mesa antes de sentarse a mi lado.
La cena fue espectacular. Compartimos nuestras experiencias, hablamos de nuestro futuro, nos dijimos cuánto nos amamos —como todas las noches— y después nos fuimos a dormir.
La noche pasó en un abrir y cerrar de ojos, como si apenas hubiera cerrado los párpados. El tiempo voló mientras mi mente no dejaba de darle vueltas a mi futura pelea.
Por la mañana, abrí los ojos y vi a Isabelle a mi lado, aún dormida. Me senté en la orilla de la cama para estirarme antes de ponerme de pie. Caminó tambaleándome hacia la cocina y comienzo a preparar el desayuno.
Preparo unos cuantos huevos y los acompaño con un café. Sirvo la comida en dos platos y los colocó en la mesa. Estoy tan cansado que siento como mis párpados se cierran, pero los obligó a mantenerse abiertos.
—Buen día —la voz de Isabelle llama mi atención.
Giré a verla. Tenía el cabello revuelto y llevaba puesta una de mis camisas, demasiado grande para ella; le caía hasta los muslos, y aun así se veía preciosa.
—Buen día, amor. Parece que dormiste bien —respondí, dejándome caer en la silla.
Tras mi comentario, Isabelle me sonrió de manera coqueta, se sentó a mi lado y desayunamos juntos antes de salir a nuestros trabajos.
Ella se vistió con un impecable traje de chef blanco, mientras yo opté por lo de siempre: una pantalonera negra y una camisa azul.
Subimos al auto y conduje hacia el restaurante donde trabaja. Durante el trayecto, no podía dejar de pensar en cómo le iría en su nuevo puesto. Sabía que se pondría nerviosa al conocer gente nueva; siempre había sido así, incluso desde la universidad.
Llegamos frente al restaurante: un lugar enorme, imponente y elegante.
—Que tengas un buen día, y suerte —le dije antes de darle un beso en los labios. Espero que le vaya bien.
—Gracias amor—respondió, y se dirigió hacia la entrada. Su rostro dejaba ver inseguridad y miedo. Pero esperaba que pudiera adaptarse.
Tras dejarla, continué manejando hacia al gimnasio. En el camino, mi mente seguía dándole vueltas al asunto. La presión podría ser demasiado para ella. ¿Y si tiene un ataque de pánico? Me obligué a confiar en su fortaleza y suspiré, despejando mis propios nervios para concentrarme en lo que me esperaba.
Estaba listo para otro día de trabajo. Lo más probable era que el señor Knox quisiera que hiciera otro sparring con el campeón. Si él ganaba un par de peleas más, tendría la oportunidad de pelear por el título nacional de Canadá. Qué envidia, yo desearía estar en su lugar.
Editado: 17.09.2025