La peor semana de mi vida; todo se ha ido, poco a poco, a la mierda. Desde la discusión con Angi, mi mente ha sido un caos, mi cabeza se ha tornado un problema. No he logrado dormir en días y el nivel de agotamiento es altísimo, por lo que en clases he estado bostezando mucho. Las noches me han parecido tan largas por no poder conciliar el sueño que el nivel de frustración, estrés y ansiedad son asfixiantes. Son las cinco de la tarde. Aunque normalmente los sábados decido quedarme en casa, justo ahora no quiero estar en ella. Decidí salir a correr, llevaba mis audífonos puestos, pero oír música deprimente ahora no me ayuda mucho a mejorar mi estado; aun así, es lo más cercano que tengo para poder expresar lo que siento a través de las letras de otros. Estoy en el parque, decido hacer un poco de ejercicio utilizando las máquinas de ahí. Hay niños, ancianos, hay muchas personas hoy aquí.
Como este parque tiene muchos bancos, es muy fácil encontrar lugares vacíos para poder sentarse. Así que me senté en mi lugar de siempre. Tomando agua, veía a todos alrededor: niños correr, mamás hablando, un padre jugando con su hijo. Todo a simple vista luce perfecto, menos yo. Una tormenta que arrasa todo a su paso junto con un día colorido de primavera.
—¡Maldición! —susurré.
—¿Por qué maldices, joven Lucas? —Esa voz me hizo volver en sí. La voz de la señora Teresa, para mí, es tan dulce como las notas de una guitarra.
—Señora Teresa —me levanté—. Perdóneme, no tenía idea de que estaba usted ahí.
—Descuida, joven Lucas, no pasa nada. Ven, siéntate. No te quedes ahí parado —me senté—. ¿Quieres hablarme de por qué has maldecido, Lucas?
—La verdad, señora Teresa, es estúpido.
—Estúpido o no, Lucas. Déjalo salir. Dime, conversa con esta pobre anciana lo que te molesta.
—¿Cómo sabe que algo me molesta?
—Joven Lucas, es muy fácil saberlo. Tus miradas tienen voz propia y tú, solamente tú, eres quien no sabe oírlas. Sé que no estás bien porque detrás de esa expresión de chico fuerte, estable y rudo, hay un corazón que quiere latir otra vez. Tienes ganas de sentirte vivo, pero tú más que nadie sabe que esas ganas de sentirse vivo no vienen solas. Quieres a alguien que te devuelva el calor y te saque del eterno invierno que ha congelado tu corazón, Lucas.
—Tiene razón, señora Teresa. Para qué negárselo.
—Sabes, la vida adolescente es muy juzgada por los adultos; la mayoría cree saber más que uno mismo. Pero yo, como anciana, veo la etapa de la juventud como la etapa más difícil de asimilar. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque es la etapa donde aprendes a vivir por ti solo, Lucas. La vida no comienza cuando te independizas, no. La vida comienza cuando te das cuenta de que tienes que empezar a hacer las cosas por ti mismo y valerte por ti. De que debes dar pelea por tus sueños, de apostar por lo extremo, experimentar lo que te da miedo y de aprender de todos los errores. Lucas, eres muy joven para ser perfecto. Eres un encanto de chico, permítete sentir.
—No puedo, señora Teresa.
—¿Qué no puedes, Lucas?
—No puedo sentir algo por alguien.
—¿Por qué, Lucas? ¿Qué te lo impide?
—El desastre que soy, el monstruo que crece dentro de mí, la mie… —la miré— digo, la basura que llevo dentro. Soy el peor ser humano para permitir que alguien entre a mi vida justo ahora. No estando así.
—Pero, joven Lucas, ni siquiera me estás escuchando.
—¿Por qué lo dice, señora Teresa?
—Porque te acabo de decir que eres muy joven para ser perfecto. Ni yo, que tengo ochenta y cuatro años, soy perfecta, joven Lucas. ¿Por qué quieres esperar a que te sanes? Tus intenciones de arreglar lo que eres para abrirte a amar a alguien son muy lindas, pero no has entendido algo: hay heridas que no puedes vendar por ti mismo, debes dejar que alguien más lo haga por ti.
—Es muy complicado, señora Teresa. Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Tienes razón, joven Lucas. Pero aquí te voy con una fuerte: estás encerrado en un pensamiento donde solo tú eres quien da las órdenes de lo que vas a hacer. No eres un robot. Eres un ser humano de carne y hueso. Un chico que siente, que llora, que ríe, que sueña, que ama, que aspira. Eres el monstruo que alguien busca, eres el desastre que alguien sueña y eres el chico soñado de alguien más, aunque no quieras aceptarlo. ¿Sabes cómo te darás cuenta?
—¿Cómo?
—Cuando sonrías, cuando tu alrededor pare de girar, tus pensamientos se callen y tu corazón lata de manera anormal. Cuando desees que el tiempo pase lento para quedarte con quien te hace sentir bien. Cuando eso te suceda, tendrás que saber que ya no depende de ti el querer sentir el calor y la llama del amor otra vez. Porque eso es lo que anhelas, aunque intentes una y mil veces ahogar la idea. Otra cosa, porque ya debes irte: está oscureciendo. Tus emociones dejarán de jugarte sucio cuando aceptes tu realidad.
—Gracias por el consejo, señora Teresa. Es usted una gran persona.
—No hay de qué, Lucas. Lo que te he dicho fue el consejo que me dio mi madre cuando yo tenía tu edad. Ve, Lucas. Ve a casa.
—Gracias —me levanté.