—¡LUCAS! ¡LUCAS! ¡LUCAS! —gritaba Angi, irrumpiendo en mi habitación con saltos y risas.
—¿Qué quieres, Angi?
—¡Cuéntame! ¿Cómo te fue con Lucía?
—¿Por qué te alegra tanto más que a mí?
—¡Porque sí! Dime. Dime. Dime, LUCAS —insistió, alzando la voz.
—No grites, por favor. Y no, no voy a contarte nada.
—¿Es cierto que la llevaste a su casa? —Me giré, con los ojos bien abiertos.
—¿Pero cómo diablos te enteras de todo?
—Sam me lo dijo.
—¿Ella le ha contado todo a Sam?
—No, bobis. De hecho, él también está intentando que Lucía le cuente, pero ustedes dos parecen una tumba.
—¿Qué te dijo Sam?
—Que conociste a sus padres. Y que la mamá de Lucía quedó encantada contigo, hablando muy bien de ti. Y su papá dijo que pareces un muchacho decente. Pero a que no adivinas lo que dijo —terminó con una expresión de asombro.
—Me da miedo saberlo.
—Pregunta y ya.
—Solo dime y lis… —Me interrumpió.
—Dijo que eres un buen partido —gritó.
—¿Eso qué significa? —dije avergonzado, como si estuviera frente a desconocidos. Sabiendo perfectamente lo que significa.
—Que los padres de Lucía te adoran. Y lo peor es que Sam dijo que Lucía estaba como tú justo ahora.
—¿Qué? ¿Despierta?
—No, sonrojada —Me giré inmediatamente a verme al espejo.
Esto no suele pasarme, pero ¡maldición! Hablamos de Lucía. Es difícil no estarlo cuando se trata de ella. Desde ayer es la única persona que orbita en mi cabeza, paseándose de un lado a otro, sin poder olvidar lo hermosa que se veía.
—Sam y yo saldremos en la noche, por si quieres venir. Puedo decirle que irás, así se lleva a Lucía.
—No, An. Hoy tengo que ir a un juego por la tarde.
—Bueno. Está bien, Kuki.
—Lucas —mascullé.
—Como sea —concluyó Angi, cerrando la puerta y abandonando mi habitación. Apenas se fue, me tiré en la cama mirando al techo, dejando que el recuerdo de la cena de ayer con Lucía me invadiera por completo. Al final, me sentía vivo. Sentía que estaba experimentando felicidad otra vez.
Había decidido ir al centro deportivo hoy para entrenar un poco. Necesitaba ejercitarme para procesar todas las emociones que estaba sintiendo. Además, la idea de salir con Angi y Sam no me gustaba mucho; para mí era incómodo.
Llegué al centro. Comencé a calentar para empezar mi rutina. Todo marchaba perfecto hasta que un chico que se me hizo familiar llegó al gimnasio. Es el mismo chico con quien Isabel se besó cuando estábamos juntos. Es él. Verlo hizo que volviera a mi estado de ánimo anterior. Fue como si volviera a sentir la herida que había creído desaparecida. Creo que algunas heridas a veces no dejan de doler, pero sí que se aprende a sobrellevar el dolor.
Tras el incómodo momento, abandoné el lugar para irme a la cancha de tenis a jugar un rato con el Slinger Bag. Era el único en la cancha de tenis. Pasé frente a la zona de voleibol, pero Lucía no estaba allí. No la vi. Y a pesar de que ella me había hecho sentir feliz, ahora ya no lo estaba. Era una mierda estos altibajos de emociones que se pueden experimentar en segundos.
Jugué y jugué bajo el viento frío y fresco de la ciudad. El sol estaba poniéndose, ya eran las seis y cuarto, y los colores naranja, rojo y azul oscuro invadían el cielo. Estaba tan concentrado jugando que no noté que tenía público.
—Juegas muy bien —Me giré, congelado, al oír esa voz y verla detrás de mí con una sonrisa.
—N-no sabía que estabas aquí —dije agitado.
—Estaba en práctica con Juli, pero cuando salí vi tu auto y le dije que se fuera, que yo esperaría a Sam. Así que entré y decidí buscarte —finalizó con una sonrisa.
—¡Le engañaste! ¿A poco ya me extrañas? —dije con un tono burlón.
—¿Te sonrojarías si te digo que sí? —dijo, desafiándome.
—No. Porque estoy seguro de que sí me extrañaste.
—¿También sueles ser presumido?
—No. Solo cuando coqueteo —Mis palabras provocaron una sonrisa en ella—. Le dijiste a Juliet que te irías con Sam, pero hasta donde sé, ¿Sam no va a salir con Angi?
—Sí. Por eso me llevarás tú. ¿Puedes?
—¿Y negarme a no pasar tiempo contigo? ¡Obvio que te llevo!
—Creo que también me extrañaste, Lucas —me replicó.
—¿Eso crees?
—No, estoy convencida.
—Pues yo estoy convencido de que estás equivocada.
—¡Ah, sí! ¿Por qué?
—Porque tú fuiste la que vio mi auto afuera y supiste que estaba aquí. Sin embargo, viniste a buscarme. Puedes decirlo —Su expresión era como de ofendida.
—¿Decir qué, tarado? —dijo divertida.
—Que no te he dejado dormir. Que me has creado un espacio en tu mente.