Hasta la próxima vida

9. Sombras en el jardín

NARRA KIRAN / LI BAO

El aire del jardín estaba impregnado del dulce aroma de ciruelos y hojas mojadas. Las piedras del sendero aún conservaban el calor del sol, pero mis pasos eran lentos, casi arrastrados. No había paz en ese lugar, a pesar de que todo a mi alrededor intentaba aparentar lo contrario. Me senté bajo el árbol de flores blancas, el mismo donde Xiao Mei solía descansar, y cerré los ojos. Pero en esa quietud, una voz familiar regresó para atormentar mi vieja y cansada alma.

Cada acto impulsado por amor extiende tu condena... Lo sabes... y aun así, vuelves a elegir el dolor.

Apreté los puños. ¿Era amor o arrogancia? ¿Redención o egoísmo? No tenía respuestas. La voz de Nekau era apenas un susurro, como si flotara con el viento. Pero su peso me golpeó el pecho como una piedra. La verdadera condena no era vagar por el mundo guiando almas hacia el más allá... era la capacidad de amar sin límites.

Había amado a Xiao Mei en silencio, como una vela que brilla en la oscuridad sin buscar ser vista. La había amado en su risa contenida, en su manera de ver el mundo con más esperanza que juicio. Y ahora... había cruzado una línea demasiado lejana.

¿De verdad crees que puedes caminar entre los vivos y no mancharte de vida?

No respondí. Nekau no estaba realmente allí, pero sus palabras ardían en mí como si fueran fuego grabado en mis huesos.

—Así que aquí estabas, escondido como un perro herido...

La voz que escuché no era la de Nekau. Era más joven, más arrogante. Me giré lentamente.

El prometido de Xiao Mei estaba de pie detrás de mí, con una sonrisa torcida en su rostro.

—No estoy de humor —dije con calma, sin moverme de mi lugar.

—Claro que no lo estás. Debe ser complicado amar algo que no puedes tener —se inclinó hacia mí—. O peor aún, algo que ya pertenece a otro.

Su puñetazo llegó de repente, directo a mi mandíbula. La sangre llenó mi boca.

No me defendí. Recibí cada golpe como una penitencia silenciosa, como si cada impacto limpiara un pecado que no podía redimirse.

—¿No vas a pelear? —gruñó, frustrado por mi pasividad. —¿Dónde está tu orgullo?

—No tengo orgullo que valga la pena conservar.

Una sombra más grande que la nuestra se cernió sobre el jardín. Una voz de trueno interrumpió el silencio:

—¡Detente ahora mismo!

Era el emperador. Caminaba entre los guardias como si el suelo se abriera para dejarle pasar. Su rostro era severo, como el invierno.

—¡Estás en la casa de una dama noble! ¡En mi presencia! ¿Te atreves a ensuciar este suelo con violencia innecesaria?

—Majestad, yo... —balbuceó Han Fei—. Él me provocó.

—¡Silencio! —tronó el emperador, dejando ver su ira—. No hay excusa para tu comportamiento. Has deshonrado este lugar y a ti mismo. ¡Guardias!

Dos soldados se acercaron al prometido de Xiao Mei.

—Llévenlo a sus aposentos. Que no salga de ahí hasta que yo lo diga. Ningún sirviente debe acercarse sin mi permiso.

Han Fei intentó protestar, pero la mirada del emperador lo dejó sin palabras. Cuando se desvaneció del jardín, el emperador extendió su mano hacia mí.

—Vamos, muchacho.

Levanté la vista. Había compasión en sus ojos. Con esfuerzo, tomé su mano y me incorporé.

—Gracias... —susurré.

—Hablaremos mañana, antes de que regrese al palacio —dijo con determinación—. Ahora ve. Te enviaré a mi médico personal. Quiero que estés en pie para la reunión de esta mañana.

Asentí con gratitud. Los guardias me acompañaron hasta mi habitación, donde el médico me atendió en silencio. No pude dormir esa noche.

NARRA XIAO MEI

Las criadas murmuraban en voz baja, pero lo suficiente como para que sus palabras llegaran a mis oídos:

—Dicen que el joven Li fue atacado en el jardín...

—Por su prometido, señorita. Nadie se atrevió a intervenir hasta que llegó el emperador.

Me volví hacia ellas, sintiendo un nudo en el corazón.

—¿Qué dijiste?

—Iban a pelear —continuó otra, visiblemente nerviosa—, pero Li no hizo nada... solo se dejó golpear.

Estaba a punto de hacer más preguntas, pero en ese instante la puerta se abrió. Li apareció, su rostro aún reflejaba el dolor, aunque su postura era firme.

—La reunión está a punto de comenzar, señorita.

Lo miré. A pesar de haberse cambiado y de que su expresión era serena, no podía ocultar el ligero temblor en sus labios ni la sombra amoratada en su mejilla.

—Li... ¿estás bien?

—Sí —respondió de manera sencilla, pero sus ojos me suplicaron que no indagara más—. Debemos irnos.

Asentí en silencio. Caminamos juntos por los pasillos de la mansión hasta llegar al gran salón. El ambiente era tenso. El salón estaba dividido en tres secciones: al frente, el emperador en el centro; a su derecha, su consejero imperial; a su izquierda, yo, la cabeza del clan Xiao. A la derecha del salón, más alejados, estaban los miembros del Consejo Imperial. A la izquierda, a la misma altura, los miembros del Consejo de Ancianos... y Han Fei.

La reunión comenzó.

El consejero leyó el edicto que mi padre firmó antes de fallecer. En él, con el sello imperial, se declaraba que yo era la legítima líder del clan, y que ninguna decisión podría tomarse sin mi consentimiento. Ni siquiera mi prometido podría interferir.

—Esto es una locura —interrumpió uno de los ancianos—. ¡Una mujer no puede liderar un clan!

—¡Mucho menos tomar decisiones políticas sin consultar a su esposo! —gritó otro.

El emperador se enderezó en su trono.

—¿Se atreven a alzar la voz en mi presencia?

El silencio cayó como un peso abrumador.

—Este edicto fue ratificado con mi sello. El clan Xiao pertenece a Xiao Mei hasta el último día de su vida. Cualquier intento de socavar su autoridad será considerado alta traición. Y la traición se paga con la muerte.

Un murmullo de horror recorrió el salón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.