NARRA XIAO MEI
El día que Li volvió a abrir los ojos, el mundo pareció detenerse. Habían pasado dos días desde que lo encontré al borde de la muerte. Dos días en los que recé, supliqué y lloré en silencio, temiendo que jamás volviera a despertar. Cuando me avisaron que había abierto los ojos, corrí tan rápido como pude. Mi corazón latía con fuerza, como si supiera que algo estaba a punto de cambiar para siempre.
Entré a la habitación sin pensarlo dos veces. Allí estaba él, sentado en la cama, débil pero vivo. El médico se retiró con discreción, dejando la puerta entreabierta para que el resto de las enfermeras pudieran enterarse de su recuperación.
—Li... —susurré, y en cuanto nuestros ojos se encontraron, las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Corrí hacia él y me lancé a sus brazos.
Me sostuvo, aunque con un poco de temor, como si no pudiera creer que todo esto era real. Sus manos, aún frías, se aferraron a mi espalda. En ese instante, supe que aún lo tenía conmigo, que la muerte no me lo había quitado.
Pero había algo diferente. En sus ojos ya no brillaba la misma luz.
(...)
Los días se convirtieron en semanas. Las semanas, en meses. Y casi un año se había deslizado desde aquel día. Li se transformó en un hombre callado, con pasos ligeros y miradas profundas. Pasaba las tardes solo en el jardín, mirando el cielo con una nostalgia que me desgarraba el alma. Cada noche lo veía escribir, cerrar cartas que nunca enviaba, guardar cosas que nunca explicaba. Sabía que estaba planeando su partida. Lo sabía, aunque no quisiera aceptarlo.
Y como una daga invisible, llegó el día en que me pidió que aceptara un compromiso con otro. Con sung Yu. Un amigo de mi infancia, noble y amable, que siempre me había mirado con ternura. Acepté, sí... pero no por amor. Acepté porque Li me lo pidió. Porque en sus ojos vi un ruego silencioso. Y porque tenía miedo de perderlo de todas formas.
Durante ese año, su distancia fue creciendo. Y una noche, lo vi deambular por la mansión como un alma en pena, como si se despidiera de cada rincón. Lo seguí. Y cuando lo vi detenerse junto al antiguo altar de la familia, parecía que se despedía de cada lugar. Como si respirara por última vez el sitio donde había sido feliz.
Mi corazón ya no pudo soportarlo más.
—Li —lo llamé, mi voz temblando como las ramas en una tormenta—. Necesito hablar contigo. Ahora.
Nos dirigimos a la oficina de la mansión Xiao, ese lugar sagrado que siempre había mantenido cerrado. Cerró la puerta detrás de nosotros con cuidado y se quedó de pie, dándome la espalda.
—¿Por qué me miras así últimamente? ¿Por qué me hablas con tanto cuidado? ¿Qué estás ocultando? —le solté, con la voz temblorosa.
Él no respondió de inmediato. Caminó hacia la ventana, y por un momento pensé que se quedaría en silencio para siempre.
—Porque ya no tengo tiempo —susurró—. Porque debo irme.
—¿Irte? —repetí, sintiendo un nudo en la garganta—. ¿A dónde?
Li se giró, sus ojos brillando con una mezcla de culpa y dolor. Y entonces me reveló todo. Su verdadero nombre: Kiran. Su pasado. Su condena. Su papel como ángel de la muerte. La verdad sobre la noche en que mi padre murió. La muerte de mi antiguo prometido. Los treinta hombres que jamás regresaron. Todo. Excepto una cosa.
Me quedé en silencio. El mundo temblaba bajo mis pies. Mi corazón latía con tanta fuerza que parecía querer romper mi pecho. Cuando finalmente logré encontrar las palabras, le pregunté con un hilo de voz:
—¿Entonces por eso... por eso nunca me amaste?
Vi el dolor en su rostro, y en ese instante supe que la respuesta era diferente.
—Te amé, Xiao Mei. Desde el primer momento.
—¿Y aun así piensas irte?
—Si me quedo, todo se desmoronará. Te arrastrarán conmigo. Ya he pagado el precio por amarte... si me quedo, también te llevarán a ti.
Me acerqué a él, temblando, con los ojos nublados por las lágrimas.
—No me importa lo que seas, ni lo que hayas hecho. Solo quiero estar contigo. Quédate. Quédate conmigo.
—No puedo —respondió, con la voz hecha trizas—. Si me quedo, tú serás quien pague el precio. No lo permitiré.
—¡No me importa el precio! —exclamé, alzando la voz por primera vez—. Ya he pagado todo desde el momento en que te fuiste. ¡Ya lo estoy pagando ahora!
Él apretó los dientes, tratando de contener algo dentro de sí.
—No podemos. Te lo ruego, Xiao Mei... no me hagas esto más difícil.
—¿Difícil? ¡Me estás rompiendo el alma!
Él me miró como si le doliera respirar, como si cada palabra que decía le arrancara un pedazo del alma. Y entonces, como si no pudiera resistir más, me tomó entre sus brazos. Sus labios encontraron los míos con una urgencia que nunca había sentido. Fue un beso lleno de todo lo que habíamos callado. Un beso tembloroso, desesperado. Un beso de despedida.
Nos separamos solo cuando el amanecer bañó de oro las paredes de la oficina. Su respiración se entrecortaba, y la mía también.
—Quédate conmigo —le susurré por última vez.
Él negó con la cabeza y me acarició el rostro, como si ya estuviera guardando ese momento en su memoria.
—Nos volveremos a ver —dijo, y su voz se quebró por primera vez—. No sé cuándo ni dónde, pero lo haremos. Te lo prometo.
—No me dejes sola, Li...
—Nunca estuviste sola. Siempre te llevé conmigo.
Y así, con un último abrazo que deseé no soltar jamás, lo vi desvanecerse. Como el eco de una canción. Como un sueño al despertar.
Me quedé sola, rodeada de documentos, de silencio, y del peso invisible de un amor que no pudo ser... en esta vida.
Pero en mi alma, aún brillaba la esperanza de que algún día, en algún lugar, tendríamos una nueva oportunidad.
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Editado: 15.06.2025