NARRA KIRAN
Han pasado muchos años desde aquella despedida. Años en los que aprendí a vivir sin ella, a no buscar su risa entre los árboles ni su fragancia entre las flores. Me establecí en un pequeño pueblo, olvidado por los mapas y por la gente. No porque temiera ser encontrado, sino porque cada rincón del imperio me traía recuerdos de ella. Y, sin embargo, no pude irme del todo. Algo en mi interior sabía que esto aún no era el final.
Era una mañana gris. El cielo parecía estar cubierto de nostalgia, como si supiera lo que estaba a punto de suceder. Mientras me ponía el manto sobre los hombros, sentí un pequeño peso diferente al roce de la tela. Entre los pliegues, un sobre blanco, tan simple como sagrado, reposaba allí, con mi nombre escrito en una caligrafía que me era familiar.
Xiao Mei.
Mi corazón dio un vuelco.
No necesité abrirlo. Cerré los ojos... y cuando los volví a abrir, allí estaba. En la penumbra de una habitación silenciosa, impregnada del suave aroma de lirios secos y papel de arroz. Y en el centro, recostada sobre una cama adornada con mantas tejidas a mano, estaba ella. Xiao Mei, pero no la joven de mirada vivaz y risas contagiosas. Era una anciana ahora, con el cabello plateado y la piel marcada por el tiempo... pero su luz seguía ahí, intacta. Hermosa, eterna.
Sus ojos me encontraron entre la sombra, y aunque no pronunció mi nombre, lo leí en su sonrisa.
—Has venido... —susurró.
Me acerqué, tratando de controlar el temblor en mis pasos, y me senté a su lado. Nuestras manos se encontraron, como si nunca se hubieran separado.
—Claro que vine —le respondí, casi en un susurro—. Siempre volveré a ti.
Charlamos durante horas, como si el tiempo quisiera detenerse un momento más. Me habló de su vida: su matrimonio, sus hijos, sus nietos. Había sido feliz, o al menos lo había intentado. Yo solo la escuchaba, grabando cada palabra, cada matiz, como si fueran oraciones sagradas.
En un instante de silencio, cuando el sol comenzaba a filtrarse tímidamente a través de las cortinas, las palabras salieron de mis labios sin que pudiera detenerlas. Lágrimas cayeron, calientes y desgarradoras, manchando sus manos envejecidas.
—Perdóname —murmuré entre sollozos—. Por haberte mentido. Por ocultarte la verdad sobre tu padre. Por haberte dejado... aun sabiendo cuánto dolería. Por ser cobarde cuando debí ser fuerte. Por amarte en silencio cuando debí gritarlo al mundo.
Sus dedos temblorosos acariciaron mi rostro, en un gesto tan suave y maternal que me rompió el corazón aún más.
—Hiciste lo que debías, Li... —dijo, su voz apenas un susurro—. Nunca te culpé. Siempre supe que me amabas. Incluso cuando te fuiste... te sentí a mi lado.
La abracé con fuerza, como si eso pudiera detener lo inevitable. Su corazón latía débilmente, pero aún estaba allí. Y, sin embargo, mientras la sostenía, sentí su cuerpo aflojarse, como una flor que cierra sus pétalos por última vez. Me quedé así, sin soltarla. No quería mirar. No quería confirmar que ya no estaba.
Una suave brisa recorrió la habitación. Sentí una mano en mi hombro. Al girar, ahí estaba ella. Xiao Mei... joven, radiante, tal como la primera vez que nuestros caminos se cruzaron. Su espíritu me miraba con dulzura, envuelta en una luz que parecía de otro mundo.
—Kiran —dijo con ternura—. Es hora.
Mis labios temblaron. Quería hablar, decirle que no estaba listo. Pero, ¿cuándo se está realmente listo para despedirse del amor de tu vida?
Una puerta de luz se abrió ante nosotros, silenciosa y serena. Ella se volvió hacia mí, y nuestras manos se tocaron por última vez.
—Prométeme algo —susurró—. Que volverás a buscarme. No importa dónde ni cuándo... solo prométeme que lo harás.
—Te lo prometo —respondí—. En cualquier vida, en cualquier tiempo. Siempre.
Nuestros labios se encontraron en un beso ligero, como un susurro del viento, y luego ella cruzó la puerta. No hubo dramatismo, ni lágrimas... solo un silencio lleno de amor.
Han pasado dos años desde aquella despedida.
Hoy estoy frente al mar. Las olas susurran su nombre, y el viento parece llevar su voz. En mi pecho hay dolor, sí, pero también paz. Porque ahora lo sé.
El amor verdadero no muere. Solo duerme... hasta que llegue el momento de despertar, una vez más.
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Editado: 02.07.2025