Hasta la próxima vida

15. La luz del atardecer no olvida

NARRA ISAÍ/KIRAN

Me quedé en la sala después de que Natalia ayudara a Alina a regresar a su habitación. A pesar del vendaje en mi costado, la herida seguía latiendo con un ardor constante, como si mi cuerpo me recordara que no pertenecía a este lugar... ni a ningún otro.

Abigail, la madre de Alina, se sentó a mi lado con esa delicadeza que solo las madres saben tener. Con manos firmes pero suaves, pasaba un paño húmedo por el borde de la herida. Podía notar la preocupación en su rostro, aunque intentara disimularla.

—Lamento mucho lo que ocurrió —dijo en voz baja, sin mirarme a los ojos—. Sé que algunas de nuestras hijas no fueron… precisamente amables.

—No se preocupe, señora —respondí con una leve sonrisa—. Estoy acostumbrado a no encajar. No me ofende.

Ella se detuvo un momento, como si quisiera compartir algo más, pero al final no lo hizo. En lugar de eso, siguió con su tarea mientras el silencio se instalaba entre nosotros. Un silencio cómodo… algo inusual para mí.

Poco después, el padre de Alina, Paser, entró en la habitación. Era alto, caminaba con tranquilidad y su voz era cálida. Se notaba que era un hombre justo, de esos que no necesitan gritar para ganarse el respeto.

—Espero que mi esposa no lo haya interrogado demasiado —bromeó al sentarse frente a mí.

—Solo lo necesario para curar una herida —respondí, mirando hacia mi costado vendado.

—Entonces ahora es mi turno —dijo con una sonrisa—. Cuéntanos sobre ti. ¿De dónde vienes, Isaí?

—Del sur —contesté tras una breve pausa—. Mucho más lejos de lo que la mayoría recuerda. No tengo hogar, ni destino. Solo caminos.

Vi a Abigail fruncir ligeramente el ceño. No era desconfianza… era compasión.

—¿Y siempre ha vivido así? —preguntó con voz suave.

No pude evitarlo. Mis ojos se dirigieron hacia la ventana, donde el atardecer comenzaba a teñir el cielo de un hermoso naranja y dorado. Era el mismo color que solía cubrir los jardines cuando Xiao Mei y yo regresábamos a casa, caminando en silencio tras pasar horas juntos.

—Hace muchos años… conocí a una joven —dije, sin pensarlo demasiado—. Ella era de la nobleza. Yo solo era un extranjero, un simple sirviente de su padre. Pero entre nosotros nació algo… algo que nunca debió ser.

Sentí cómo el ambiente en la sala cambió. Ya no era un interrogatorio ni una charla trivial. Era algo más íntimo, algo que no había compartido con nadie en siglos.

—¿Qué pasó con ella? —preguntó Abigail, con esa ternura que solo una madre puede mostrar por el dolor ajeno.

—Nos separaron. La vida… el deber… tal vez incluso Dios. Nunca lo supe del todo. Solo sé que la perdí. Y no hay un solo día en que no la recuerde.

Paser se apoyó en sus rodillas, mirándome con una expresión serena.

—¿Aún piensa en ella?

—Todos los días —respondí, sin apartar la vista del cielo—. Hay amores que no se desvanecen con el tiempo. Solo… se esconden dentro de uno, como si vivieran allí para siempre, aunque el mundo siga girando.

—Tal vez Dios aún le dé la dicha de encontrarla de nuevo —susurró Abigail.

Quise responder con una sonrisa, pero lo que salió de mi boca fue otra verdad, más pesada y más honesta.

—Tal vez ya la he encontrado… y solo estoy aprendiendo a reconocerla.

Vi a Abigail fruncir ligeramente el ceño. No era desconfianza… era compasión.

—¿Y siempre ha vivido así? —preguntó con voz suave.

No pude evitarlo. Mis ojos se dirigieron hacia la ventana, donde el atardecer comenzaba a teñir el cielo de un hermoso naranja y dorado. Era el mismo color que solía cubrir los jardines cuando Xiao Mei y yo regresábamos a casa, caminando en silencio tras pasar horas juntos.

—Hace muchos años… conocí a una joven —dije, sin pensarlo demasiado—. No sé si lo entendieron. Tal vez sí. Quizás no necesitaban entenderlo todo, solo sentirlo.

Fue en ese momento cuando las voces de las hijas menores interrumpieron la atmósfera. Entraron con la ligereza de quienes no llevan el peso del pasado. Risas, cabellos alborotados, el aroma de harina y hojas secas. Una de ellas preguntó, con toda naturalidad:

—¿Mamá, él se queda a cenar?

Paser me miró con esa mezcla de hospitalidad y agradecimiento que solo alguien verdaderamente bueno puede ofrecer.

—¿Nos haría el honor de acompañarnos esta noche? Es lo menos que podemos hacer por lo que hizo por Alina.

Me incorporé un poco. La costura en mi costado me recordó que aún no estaba completamente recuperado.

—No quiero causar más molestias. La noche es joven… podría seguir avanzando.

—La noche es joven, sí —interrumpió Abigail—, pero su cuerpo necesita descanso. Y tal vez también su alma. No hay deshonra en aceptar un refugio… aunque sea por una noche.

Sus palabras no sonaban a obligación. Eran un consuelo. Y hacía mucho que no escuchaba uno.

—Está bien —respondí, bajando la mirada por un instante—. Me quedaré.

Paser sonrió. Abigail también.

—Una noche puede cambiar muchas cosas —dijo él con calma.

No respondí. Solo asentí, mientras mi corazón —ese viejo testigo de siglos y despedidas— comenzaba a latir con algo que no había sentido en mucho tiempo.

Esperanza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.