NARRA OLENA
El cielo de Rohatyn se desplegaba como un lienzo inmaculado, sin una sola nube que interrumpiera su azul sereno. La brisa era cálida y juguetona, silbando entre los pastizales con esa dulzura que solo las tardes tranquilas saben ofrecer. Caminábamos entre las ovejas, mis hermanas y yo, rodeadas por el ritmo pausado de los balidos y el fresco aroma de la tierra viva. Si había un paraíso en la tierra, sin duda era este.
Miriham iba delante, tarareando una melodía antigua; María charlaba con Anastasia sobre el pan que hornearíamos esa noche. Yo, en cambio, tenía la mente en otro lugar. Mejor dicho, en otra persona.
—Ese Isaí… —dije, más para mí que para ellas, pero con un tono lo suficientemente alto para que me escucharan—. No me digan que no es el hombre más guapo que ha pasado por esta aldea.
—Y educado —añadió Miriham con una sonrisa—. No dejó de agradecer cuando lo ayudamos a sentarse.
—No solo eso —continué yo, dejando que mi voz se llenara de confianza—. Su forma de hablar, de moverse… eso no se aprende entre campesinos. Ese hombre viene de una familia adinerada, lo juro por el broche de madre. Y ¿vieron su abrigo? Solo un comerciante exitoso o un noble podría vestirse así.
—¿Y ya estás pensando en el altar para casarte con él, Olena? —bromeó María, levantando una ceja con picardía.
Me giré hacia ella, haciendo como que me ofendía.
—No me caso con cualquiera, María. Pero si tuviera que elegir a alguien, Isaí no sería una mala opción.
—Si piensas en conquistarle, más te vale darte prisa. —Su tono cambió un poco, como si quisiera ver cómo reaccionaba—. Parece que él ya tiene un ojo puesto en Alina… y, por la forma en que se miraron, dudo que sea solo cortesía.
El nombre de mi hermana me atravesó como una espina. Alina. Siempre tan dulce, siempre tan callada. Siempre ganando corazones sin hacer nada.
—¿Alina? —solté una risa que no pude contener del todo—. Vamos. Isaí puede haberla mirado con amabilidad, pero eso no significa que sienta algo por ella. Y si lo siente… bueno, se le pasará. Isaí terminará a mi lado, cueste lo que cueste.
—Eso suena a una advertencia —musitó Anastasia, divertida.
—Quizás lo sea —respondí con una sonrisa afilada—. Que ninguna se confíe. No suelo perder en asuntos del corazón.
Justo en ese momento, escuchamos pasos acercándose entre los arbustos. Sefora apareció del sendero, con una expresión seria pero curiosa.
—¿Qué están tramando aquí?
—Nada malo —respondió Anastasia con un tono juguetón—. Solo escuchando a Olena hablar de su nuevo amor.
—¿Ah sí? —dijo Sefora, cruzándose de brazos mientras nos miraba una por una—. ¿Y quién es el afortunado?
—Nadie que no merezca serlo —respondí, encogiéndome de hombros—. Solo un forastero con modales impecables, un rostro que podría ser de una estatua griega y una herida en el costado que Alina se encargó de empeorar.
—Y tú no estarás pensando en coquetearle también, ¿verdad, Anastasia? —le dije en broma, fingiendo celos.
Ella me miró con esos ojos brillantes de quien sabe que aún está libre de los enredos del amor.
—Tranquila, hermana. Aún no estoy en edad de casarme. Aunque guapo sí es, no te lo voy a negar —añadió con una risita.
—Si realmente piensas atraparlo —intervino Sefora, más seria— será mejor que te des prisa. Dicen que no planea quedarse mucho tiempo en estas tierras.
Mi corazón se tensó por un instante. ¿Irse? No, no ahora. No sin siquiera conocerme de verdad. Me quedé en silencio por un par de segundos, evaluando mis opciones, y luego, con toda la convicción que pude reunir, dije:
—Entonces, será mejor que empiece ya. Isaí no se irá sin antes enamorarse de mí.
Las miradas entre mis hermanas se cruzaron como chispas. Algunas divertidas, otras incrédulas. Pero yo no hablaba en broma. Ya me lo imaginaba tomándome de la mano, pidiéndome bailar bajo las luces de una fiesta del pueblo, confesándome su amor con el mismo fervor con el que miraba los libros en el estante de padre.
El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de tonos naranjas y dorados. Recogimos el rebaño con tranquilidad, charlando sobre cosas cotidianas, pero yo ya no prestaba atención. Mi mente estaba ocupada trazando mi estrategia.
Al llegar a casa, la emoción burbujeaba dentro de mí. Isaí dormiría esta noche bajo nuestro techo. No iba a dejar pasar esa oportunidad.
Dentro, el calor del hogar nos envolvió como un cálido abrazo. Mientras ayudaba a Miriham a organizar algunas mantas, Sefora pasó junto a la habitación de Alina y se dio cuenta de algo.
—¿Dónde está Alina?
—Nathalia acaba de salir del cuarto —respondió Anastasia, mirando hacia el pasillo—. ¿No está con ella?
—No —contestó Sefora—. Solo vi a Nathalia. Alina no está por ningún lado.
Nathalia, al escuchar su nombre, se acercó desde la cocina.
—Está dormida —dijo riendo —Está en la cama desde hace un buen rato. Cayó rendida. Ni bien tocó la almohada, se quedó dormida. Intenté despertarla... pero lo único que logré fue un almohadazo en la cara.
Anastasia soltó una risita.
—Eso suena muy a Alina.
—Sí, pero duerme como si no hubiera como si no hubiera dormido en días —añadió Nathalia, preocupada—. Ni siquiera murmuró. Solo se dio la vuelta y siguió durmiendo.
—Quizá el susto de hoy le pasó factura —murmuró Miriham.
Las risas llenaron la habitación, pero yo apenas sonreía. No era por falta de humor, sino porque mi mente ya estaba en otro lugar: en Isaí, en la cena, en lo que diría, en cómo me vestiría. Esta noche marcaría el comienzo de algo. Lo sentía.
Porque cuando se trata del amor verdadero, ese que llega de repente, sin previo aviso, una mujer como yo no se queda sentada esperando. Lo busca. Lo provoca. Lo conquista.
Y Isaí… Isaí aún no lo sabía, pero su corazón ya tenía un destino.
#3487 en Otros
#487 en Novela histórica
#7261 en Novela romántica
romance prohibido, romance historico, romance prohibido y un secreto
Editado: 02.07.2025