NARRA NATHALIA
El aroma del pan recién horneado se entrelazaba con el vapor del café y el suave crepitar de la leña en la cocina. Era una de esas mañanas en las que toda la casa parecía respirar al compás de sus habitantes, despertando lentamente entre el murmullo de las tazas y el roce de los delantales. Yo removía la sopa con una mano y vigilaba la sartén con la otra, mientras mis hermanas iban y venían, llenando el aire de risas, cuchicheos y cucharones.
Todas, menos Alina. Sentada en el comedor, con el pie aún vendado y apoyado en un banco, parecía estar en otro mundo. Su cuerpo estaba presente, claro, pero su mente... su mente vagaba lejos. Tenía la mirada perdida, como si en la veta de la madera de la mesa pudiera hallar la respuesta a un secreto que se le escapaba entre los dedos. Apenas había probado bocado y llevaba el cabello recogido a la prisa, con ojeras marcando su rostro. La observaba de reojo mientras cortaba el pan, sintiendo que algo en ella se deshilachaba sutilmente, como un hilo que comienza a soltarse del telar.
Entonces, Isaí bajó. Su saludo fue cálido y medido, como siempre: “Buenos días a todos.”
Las voces de la cocina le respondieron con entusiasmo. Yo levanté una ceja mientras lo veía acercarse: alto, pulcro, con ese andar sereno que parecía sacado de otra época. Pero lo que realmente me llamó la atención fue su mirada. No se dirigió hacia nosotras, ni hacia los panes recién horneados, ni hacia la mesa bien puesta. Fue hacia Alina. Y ella... ni se dio cuenta.
Isaí se detuvo un momento, con el entrecejo fruncido. “¿Está bien?”, preguntó en voz baja, mirándome.
Me limpié las manos con el delantal y le respondí con suavidad: “No ha dormido casi nada en la noche. Pero no te preocupes, ya se le pasará.”
Él asintió, aunque no parecía del todo convencido.
Cuando comenzó a ayudar a poner la mesa, mis padres y las más pequeñas se rieron encantados. “Miren qué joven tan educado”, comentó papá, mientras le pasaba una jarra de leche. Isaí sonrió con humildad y siguió ayudando, con una naturalidad que le valió más de una mirada de aprobación. Incluso yo tuve que reconocer, en mi interior, que ese hombre tenía unos modales que no se veían desde tiempos mejores. Fue en ese momento cuando Olena se le acercó.
—Debes estar acostumbrado a desayunos mejores que esto en el sur, ¿verdad? —le dijo con una sonrisa ladeada, una que todos conocíamos demasiado bien.
Isaí respondió con una leve inclinación de cabeza y una frase cortés sobre cómo nada se comparaba con el desayuno casero. Pero no se quedó en el juego, su mirada regresaba, inevitablemente, a la figura callada de Alina.
Y yo lo noté.
“Isaí no estaba aquí por ninguna de nosotras… y Olena empezaba a darse cuenta.”
Ese pensamiento me golpeó con la certeza de la verdad.
Nos sentamos todos a la mesa. Las preguntas comenzaron de inmediato:
—¿De dónde eres?
—¿Tienes esposa?
—¿Y qué buscas por aquí?
Isaí respondió con cortesía, aunque evitaba cualquier detalle demasiado personal. “Vengo del sur. Solo estoy de paso.” Sus palabras eran mesuradas, como si cuidara cada una con la precisión de un hombre que oculta más de lo que revela.
“Pero lo que no podía ocultar —pensé mientras lo observaba— era la forma en que miraba a Alina.”
Ella seguía comiendo en silencio, casi de manera automática. Su rostro parecía distante, con los párpados pesados. Fue papá quien rompió el silencio.
—Alina, hija... ¿estás bien?
Ella levantó la vista lentamente.
—Sí, papá. Solo… no dormí mucho anoche.
Mamá se inclinó hacia ella con ternura.
—¿Volviste a tener esos sueños extraños?
Alina asintió y, por primera vez, habló con un poco más de energía:
—Sí… pero esta vez fueron diferentes. Anoche… había un chico. Me parecía familiar. Me llamaba, pero no con mi nombre. Usaba otro… creo que dijo algo como... Xiao Mao… no. Xiao Mei. Sí, eso era.
El silencio que siguió fue tan denso que hasta el vapor del té pareció congelarse en el aire. Isaí dejó de comer. Pude ver cómo se tensaban sus hombros.
—Él también decía su nombre, pero... no lo recuerdo. Era algo raro. Como... Lian... o Kain… no, Kairan…
Isaí dejó caer la cuchara. El sonido metálico al chocar con la loza rompió la calma de manera abrupta. Todos lo miramos. Él la recogió rápidamente, murmurando una disculpa, pero su rostro… su rostro había cambiado. Estaba pálido, casi asustado.
“Fue solo un nombre mal pronunciado —pensé—, pero Isaí reaccionó como si hubiera escuchado un trueno antes de la tormenta.”
—No es nada —dijo Alina con una sonrisa forzada—. Solo un sueño raro. En cuanto termine de comer, me recostaré un poco y me sentiré mejor.
Miré a Olena. Estaba rígida, su sonrisa forzada como la cuerda de un laúd a punto de romperse. Observó a Alina, luego a Isaí. Su expresión no tenía nombre, pero lo entendí: frustración. Rechazo.
“Olena odiaba perder… pero esto no era una competencia. No cuando Isaí miraba a Alina como si la hubiera estado buscando toda su vida.”
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Editado: 16.06.2025