NARRA ISAÍ/KIRAN
La luz de la mañana se filtraba suavemente entre las cortinas de lino, llenando mi habitación con ese brillo especial que solo aparece cuando el día aún no ha decidido si será amable o cruel. Estaba abotonándome la camisa frente al espejo cuando lo vi. Un destello verde sobre la mesita de noche. El jade.
Mi mano lo tomó casi por instinto, pero al tocarlo… fue como si el tiempo se dividiera en dos.
El jade llevaba el símbolo del clan Xiao, grabado con precisión y orgullo. Xiao Mei me lo entregó justo antes de asumir el liderazgo de su pueblo. Lo acaricié con los dedos, sintiendo su superficie lisa y las marcas del tiempo. Era pequeño… y contenía todo.
Entonces, los recuerdos comenzaron a fluir. Uno tras otro, sin piedad.
Ella, sonriendo bajo los cerezos con un arco en las manos. Su pie torcido tras una caída ridícula, y yo llevándola entre risas y regaños. La primera vez que la vi: envuelta en seda, temblando de miedo, mientras le pedía que cerrara los ojos antes de acabar con los hombres que querían llevársela. Todo eso... era parte de mí.
Pensé en Alina. En cómo me hablaba de sueños con voces antiguas, de una vida que parecía no ser suya… pero que yo conocía demasiado bien. Pensé en cómo fruncía el ceño cuando se concentraba, tan parecida a Xiao Mei que dolía… y, al mismo tiempo, tan distinta. Recordé su voz cantándole a su hermana enferma, temblorosa pero dulce, valiente. Recordé cómo me tomó de la mano para llevarme por la biblioteca, como si supiera que yo la necesitaba más de lo que quería admitir.
Eso no era el pasado. Era ella.
—¿La amo... o solo estoy tratando de revivir lo que perdí? —murmuré, sin esperar respuesta.
Guardé el jade en el bolsillo interior del abrigo y salí. No podía seguir huyendo.
Al darme cuenta de la hora, guardé el jade en mi bolsillo y salí apresurado hacia la casa de Alina. El camino estaba tranquilo, hasta que, al acercarme, vi a Sefora, Anastasia y Alina siendo confrontadas por un grupo de hombres con intenciones claramente hostiles.
Sin pensarlo dos veces, decidí intervenir. Recordando las lecciones del pasado, actué con precisión y control. No necesitaba empuñar un arma. Caminé con determinación, mi mirada era fría como el hielo. Me conocen por eso: por la fuerza de mi presencia cuando se convierte en una amenaza. Y funcionó. Se desvanecieron entre las sombras como ratas.
Anastasia se dejó caer contra mí, temblando. Sefora apenas podía articular palabra. Y Alina… Alina me miraba con los ojos tan abiertos y brillantes que sentí que mi alma se incendiaba. No estaba llorando. Pero yo casi lo estaba.
—Tranquilas. Ya están a salvo —les dije, mientras levantaba a Anastasia con facilidad.
Y las llevé a casa.
Al llegar, Paser y Abigail nos recibieron con preocupación. Siguiendo las indicaciones de Abigail, llevé a Anastasia a su habitación y la recosté con cuidado. Cuando regresé a la sala, Paser me estaba esperando con una expresión tensa en su rostro.
—¿Qué pasó?
—Las atacaron —respondí, sin rodeos—. Las acorralaron a medio camino. Si no hubiera pasado por allí...
No hacía falta decir más. El “¿y si no llegabas?” quedó flotando entre nosotros, como un espectro.
Me dejé caer en el sofá, agotado. Saqué el jade y lo hice girar entre mis dedos. Lo necesitaba para no perderme.
Una sombra cruzó el salón.
—¿Y esto qué es? —Olena. Siempre apareciendo en el peor momento. Tenía el jade en sus manos.
Me incorporé, molesto.
—Devuélvemelo. No es tuyo.
Ella sonrió, jugando, acercándose demasiado.
—¿Una amante secreta, Isaí? ¿Este jade es un recuerdo de tu corazón?
—No juegues conmigo, Olena —respondí, con la voz tensa—. Ese jade me lo dio la mujer que amé con todo lo que fui. No eres ella. Ni me interesa que lo seas.
Justo en ese momento, Paser entró.
—¿Pasa algo?
—Isaí me regaló esta joya —dijo ella, con una dulzura falsa que me irritaba.
—¡Mentira! Me lo arrebató sin permiso.
Ella se rió, aferrándose a mi brazo como si aún hubiera algo entre nosotros.
—No seas tímido...
Me aparté. Le quité el jade de un tirón y la miré con una frialdad que no reconocía en mí.
—Ese jade pertenece a una persona que amé con todo mi ser. Y tú no eres ella. Ni quiero tus juegos. Yo ya amo a otra persona.
Y ahí estaba.
Alina.
En el umbral.
No sabía cuánto había escuchado. Pero me miraba. Y en sus ojos había algo que no supe descifrar. ¿Dolor? ¿Esperanza? ¿Ambos?
Mi corazón latía con una intensidad que me dejaba aturdido. Ya no había forma de escapar. No podía ocultarme más, ni detrás del jade ni de los recuerdos.
Porque lo supe, con cada fibra de mi ser:
Lo que siento por Alina es real. Si la pierdo por no expresarlo, entonces perderé el único refugio que me queda.
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Editado: 17.06.2025