Hasta la próxima vida

20. Ese segundo que duró siglos

NARRA ALINA
La habitación de Anastasia y Miriham estaba impregnada de un vapor de hierbas calientes, de lavanda, y de esa mezcla de preocupación y alivio que solo se siente cuando alguien muy querido regresa de un viaje incierto. Yo estaba sentada en una esquina, exprimiendo un paño húmedo sin parar. Mi corazón latía con fuerza, no solo por mi hermana… sino por algo más. O mejor dicho, por alguien más.

Isaí.

Desde que lo vi hoy, cubierto de polvo y con el ceño fruncido por un esfuerzo que no sabía cómo describir, una inquietud comenzó a crecer en mi pecho como hiedra. Su voz me sigue incluso cuando no está cerca. Su mirada parece guardar secretos que mi alma ya conoce, aunque mi mente no sepa por qué.

—Alina… —susurró Anastasia, casi inaudible.

Me levanté de inmediato y vi a mamá inclinándose con ternura hacia ella. Sus párpados se abrían lentamente, y su mirada se perdía entre nosotras como si regresara de un lugar muy lejano.

—Anastasia, mi niña… —dijo mamá, acariciándole el rostro.

—¿Dónde… estoy?

La alegría me invadió de inmediato, como una chispa que encendió nuestras gargantas al unísono. No pude evitar sonreír. Estaba bien. Finalmente, después de horas de incertidumbre, había despertado.

Salí de la habitación con la intención de avisar a papá. Bajé los escalones en silencio, pero me detuve en seco al escuchar una voz en la sala.

—…mi corazón ya pertenece a otra persona.

Era Isaí. Reconocería ese tono grave y contenido entre mil voces. Sus palabras me golpearon como una ráfaga helada. No tenía derecho a sentir lo que sentí. No éramos nada. Y aun así… me dolió. Como si algo dentro de mí se rompiera un poco. Como si un recuerdo muy antiguo, que ni siquiera sabía que existía, se deshiciera.

Me forcé a bajar los últimos escalones con calma, tratando de ocultar mi agitación.

—Anastasia ya despertó —dije con voz neutra, sin mirarlo.

Me fui sin esperar respuesta. Quería… no, necesitaba alejarme.

Subí las escaleras, y justo cuando crucé el pasillo, escuché su voz.

—¡Alina, espera!

No. No podía. Mi corazón latía con la intensidad de alguien que acaba de correr un maratón.

—Alina, por favor, escúchame…

Aceleré el paso, pero él hizo lo mismo. Estaba a punto de llegar a la puerta cuando, de repente, me giré para decirle que no insistiera, pero el borde de mi vestido se enredó con mis pasos. Grité sin querer.

Caía.

Pero no toqué el suelo.

Unos brazos fuertes me atraparon por la cintura con firmeza, y mi cuerpo se arqueó hacia atrás, sostenido solo por él. Isaí.

Nuestros rostros… estaban tan cerca. Demasiado.

Y entonces sucedió.

No puedo explicarlo con lógica. Fue como si una tormenta de recuerdos estallara dentro de mí. Imágenes, emociones, sensaciones que no eran mías… y, al mismo tiempo, lo eran. El aire se volvió denso. Vi pétalos cayendo sobre un jardín de cerezos, escuché risas de tiempos pasados, promesas susurradas bajo una luna lejana

“Xiao Mei…”

Su voz.

Su verdadero rostro.

Sus ojos, mirándome con un amor tan profundo que dolía.

Un jadeo escapó de mi garganta y mis manos se aferraron instintivamente a su camisa. Él me observaba, desconcertado. También lo había sentido. Lo sabía. Estábamos conectados por algo más que este momento, por algo que trascendía el tiempo y el cuerpo.

No dije nada.

No podía.

Y entonces…

—¡Ya, bésense de una vez!

La voz de Anastasia nos cayó como un balde de agua fría. Me di la vuelta de golpe y vi a todas mis hermanas ahí: Séfora, Miriham, Nathalia… hasta mamá. Todas tenían la misma sonrisa burlona, esa que dice que nunca olvidarás lo que acaba de suceder.

Me solté de sus brazos como si me hubieran dado una descarga eléctrica.

—¡Yo… no fue… tropecé! —balbuceé, sintiendo que mis mejillas ardían como el fuego.

—Yo también… —murmuró Isaí, tan rojo como un tomate.

Nos dimos la espalda al mismo tiempo. Yo corrí a mi habitación. Él bajó.

Me lancé de cara a la cama, cubriéndome hasta la cabeza con la almohada. Mi corazón latía con fuerza. Todo había sido demasiado.

Y entonces… la puerta se abrió.

—¡Ay, no! ¡No pueden dejarme en paz ni dos minutos! —gemí, todavía con la cara enterrada en la almohada.

—Alinaaaa… —cantó Nathalia, como si estuviera llamando a un perrito.

—¡Eso fue un rescate épico y romántico! —exclamó Séfora, riendo a carcajadas.

—¡Estabas a punto de besarlo! ¡Admite que sí! —gritó Anastasia, ahora llena de energía, como si hace solo unos minutos no estuviera en la cama.

Me hundí aún más en la almohada.

—Mamá, haz que se callen… —supliqué, con la voz apagada.

—No puedo —respondió mamá, con un tono de dulzura fingida—. Estoy muy ocupada imaginando cómo será mi futuro yerno.

Grité en silencio. Literalmente.

—¡Ay, por favor, que alguien me lleve lejos! ¡Llévame viento! —dije, levantando una mano hacia el techo, de manera dramática.

Las risas se multiplicaron. Solo quería desaparecer. Pero, claro… las cosas podían empeorar.

—¿Qué está pasando aquí?

Era papá.

Sentí que todo mi cuerpo se paralizaba. Miré hacia la puerta y ahí estaba él, con el ceño fruncido y una mezcla de desconcierto y picardía.

—¿Por qué salió Isaí de la casa como si lo estuvieran persiguiendo? Estaba rojo de pies a cabeza.

Miriham fue la primera en romper el silencio.

—¡Es que Alina casi se cae y él la atrapó en el aire! Fue como en uno de esos libros romanticos. Y se miraron… así, así… —hizo una cara de enamorada.

—Se miraron como si fueran los únicos en el mundo —añadió Séfora, llevándose la mano al pecho como si recitara un poema.

—Y estuvieron a un centímetro de besarse, pero no lo hicieron porque los interrumpimos —concluyó Anastasia, encantada con su relato.

Yo no podía articular palabra. Estaba enterrada en la almohada. Si me hundía más, terminaría en el piso de abajo.




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