NARRA ISAI / KIRAN
La noche se me escapó de las manos. Apenas pude descansar un par de horas, y aun en ese breve momento de sueño, los recuerdos de sus ojos turbios, su aliento contenido y mis manos temblorosas sobre su cintura volvían a mí con una cruel insistencia.
El amanecer llegó sin ofrecerme consuelo. Me vestí de manera torpe, sin prestar atención a los detalles, y salí con un solo objetivo en mente: encontrarla, hablar con ella, y reparar mis palabras, esas malditas palabras que, dichas sin la delicadeza que merecían, la habían lastimado.
No había caminado mucho por el sendero que lleva al barrio del mercado cuando, de repente, mi paso se detuvo, como si el destino, con su irónica puntería, hubiera decidido ponerme a prueba una vez más, justo cuando mi ánimo ya estaba bastante alterado.
Y allí estaba ella.
Alina.
Sonreía.
Y no estaba sola.
Un joven, de aspecto amable y familiar, estaba a su lado, hablándole con una cercanía que me pareció un poco excesiva. Sus risas eran ligeras, casi como si compartieran una confianza de años. Y tal vez así era. Sentí un nudo en el estómago. Me escondí entre dos puestos de telas, avergonzado de mi propia cobardía. La observaba como un ladrón que contempla una joya que no le pertenece.
—Debería cuidar más su porte, señor Isaí —susurró una voz femenina, con un tono que mezclaba burla y melodía.
—Observar desde las sombras no es muy propio de usted —añadió otra voz que reconocí al instante.
Nathalia y Séfora. Las hermanas mayores de Alina. Me habían descubierto.
—No dirán nada, ¿verdad? —pregunté, bajando la voz como si el mercado entero pudiera oírme.
—Eso depende —dijo Nathalia con una sonrisa enigmática.
—De si tiene el valor de acercarse a ella o no —completó Séfora con desenfado.
—¿Quién es él? —inquirí, sin poder evitar que mi voz sonara más áspera de lo que quería.
—Eryk —dijo Nathalia, cruzando los brazos—. Un viejo amigo de la infancia.
—Más que amigo, si le preguntas a él —añadió Séfora con una risita traviesa—. Está enamorado de Alina desde hace años.
—¿Y ella…? —quise preguntar, pero las palabras se me atoraron en la garganta.
—Ella jamás le ha correspondido —dijo Nathalia con firmeza—. Siempre ha sido amable, pero clara.
—Aunque… uno nunca sabe —intervino Séfora, con una mirada sugerente—. Si alguien no actúa pronto, tal vez Eryk se canse de esperar.
Sentí un calor subir por mi cuello hasta mis mejillas. Celos. De esos que nacen en silencio, pero se vuelven incontrolables.
La observé una vez más. Él le ofrecía una manzana, y ella la aceptaba con una sonrisa. Un gesto tan simple, casi inocente, pero en mi mente, envenenada por la duda, se sentía como un mal presagio.
No podía quedarme de brazos cruzados. No esta vez.
Tomé una respiración profunda, recogí el poco orgullo que me quedaba y me acerqué a ella.
Mis pasos eran firmes, aunque por dentro, todo en mí temblaba.
Al llegar, rodeé su cintura con mi brazo, más por necesidad que por determinación. Fue un gesto posesivo, lo sé, pero también lleno de ternura. Quería que supiera que estaba allí, que no tenía intención de desaparecer.
—Buenos días, Alina —susurré junto a su oído, tratando de sonar lo más sereno posible.
Ella se sobresaltó y me miró con sorpresa.
—Isaí… ¿qué haces aquí?
—Pasaba por el mercado —mentí sin un atisbo de remordimiento—. Y tuve la suerte de encontraros.
Me volví hacia el joven, que me observaba con una mezcla de sorpresa y un desagrado apenas disimulado.
—Un placer —dije, extendiéndole la mano—. Isaí.
—Eryk —respondió él, aceptando el saludo con cautela.
El silencio entre nosotros se volvió denso. Alina parecía confundida, su mirada saltaba de uno a otro como si no supiera cómo reaccionar. Y entonces la vi.
Una sonrisa.
Era sutil, casi oculta tras su rubor, pero no era para Eryk. Era para mí.
Eso fue suficiente para calmar un poco el ardor en mi pecho.
—Yo… debo irme —dijo Eryk al fin, apartando la mirada—. Ha sido un placer, Isaí.
Asentí con cortesía, sin soltar el brazo de la cintura de Alina. Ella lo observó alejarse y luego se giró hacia mí.
—¿Por qué hiciste eso? —susurró, más curiosa que molesta.
—No lo sé —respondí con sinceridad—. Simplemente… no pude evitarlo.
Ella bajó la mirada. No dijo nada más.
Me quedé en silencio unos segundos. El momento era delicado. No podía seguir postergándolo.
—Alina —dije al fin—. Necesito hablar contigo. Hay cosas que debo decirte… y que debí haber dicho antes.
Ella me miró, con esa dulzura cautelosa que a veces mostraba cuando no sabía si quería huir o quedarse.
—Isaí… no puedo ahora —respondió suavemente—. Solo salí con Nathalia y Séfora para hacer unas compras. Prometí volver pronto.
—Lo entiendo —dije, esforzándome por no parecer decepcionado—. Déjame acompañarlas, entonces. Te ayudaré con lo que necesites… y cuando volvamos a casa, si aún tienes un momento, podremos hablar.
Ella dudó un instante, pero luego asintió con una sonrisa tranquila.
—Está bien. Solo un rato.
Y así lo hice. Caminamos por el mercado, cargando cestas, eligiendo frutas, telas, especias. A veces, sus ojos me buscaban como si esperaran algo. Y otras veces, se apartaban como si temieran encontrarlo.
Las hermanas no dijeron nada. Pero sus miradas divertidas hablaban por ellas.
El día se deshiló entre las tareas del hogar. Alina parecía más tranquila, y yo fingía una calma que no sentía. El momento para hablar no llegó. Las pequeñas tareas se acumularon como olas. Y cuando el sol se puso, el cansancio la venció.
Yo, en cambio, no podía dormir.
Me sentía frustrado, como si el día me hubiera robado
#3027 en Otros
#448 en Novela histórica
#6603 en Novela romántica
romance prohibido, romance historico, romance prohibido y un secreto
Editado: 02.07.2025