Hasta la próxima vida

22. La promesa de la verdad

NARRA ALINA

No recuerdo en qué momento el sueño me venció. El cansancio del día me había atrapado como una red invisible: las caminatas, las risas que intentaba forzar, las dudas que arrastraba, las miradas de Isaí… todo pesaba sobre mis hombros como una manta húmeda.

Pero el descanso no trajo alivio.

Al cerrar los ojos, el mundo cambió.

Me vi de nuevo como otra… como Xiao Mei.

Estaba en un jardín de peonías, con el aire impregnado de humedad y flores. La ropa que llevaba puesta no era mía, pero me resultaba tan familiar como mi propia piel. Y frente a mí, él. No Isaí. No con esa barba bien cuidada ni esa calma occidental. No. Era Kiran.

Sus ojos eran los mismos.

Era él… era Isaí… y no lo era. No del todo.

Kiran me miraba con una tristeza que aún me duele recordar. Yo lloraba. No entendía por qué, hasta que sus labios buscaron los míos y me besaron con una urgencia quebrada, como si ese beso fuera una despedida. En ese instante, supe que lo era.

Luego vinieron otros recuerdos, aún más vívidos.

Sus abrazos, cálidos y firmes, envolviéndome cada vez que la soledad me acechaba. Su voz, susurrando mi nombre como si temiera romper algo delicado. Sus manos, secando mis lágrimas en noches llenas de incertidumbre. Las miradas furtivas que compartíamos en los pasillos del clan, cuando ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

Y, finalmente, la escena que más me desgarró.

Yo, envejecida y débil, tendida en un lecho. Y él… intacto. Como si el tiempo no hubiera dejado huella en él. Arrodillado a mi lado, tomando mi mano con una devoción que parecía sobrehumana. Sus ojos brillaban, pero no caía ninguna lágrima. Me besó la frente y me prometió que, sin importar cuántas vidas pasaran, él siempre me encontraría.

Desperté con el corazón latiendo tan fuerte que, por un momento, temí haber gritado.

Estaba empapada en sudor, sentada en la cama, mirando un punto vacío en la pared. Mis manos temblaban. El pecho me dolía como si alguien me hubiera abierto en canal con una daga invisible.

Nathalia se incorporó en su lecho, confundida por el sonido de mis sábanas.

—¿Alina…? —susurró, frotándose los ojos—. ¿Estás bien?

—Sí —mentí, apenas girando el rostro hacia ella—. Solo… tengo un poco de sed. Voy a bajar por agua.

Me observó con esos ojos de hermana que siempre ven más de lo que deberían.

—¿Segura?

Asentí. Ella no insistió. Se acomodó de nuevo y, tras un par de minutos, volvió a dormirse. Séfora ni se movió

Bajé en silencio, descalza, con la mente hecha trizas. No fui por agua. Me senté en el sofá del salón, abrazando mis rodillas, envuelta en la oscuridad apenas iluminada por la tenue luz de la luna. Los recuerdos seguían vivos, no como un sueño confuso, sino como memorias nítidas. Yo era Xiao Mei. Lo sabía. Lo sentía en cada fibra de mi ser. Y eso solo podía significar una cosa:

Isaí… es Kiran.

No tenía ninguna duda. Sus gestos, su voz, sus silencios, incluso esa mirada que lanza cuando cree que nadie lo está observando… todo era igual. Él lo sabe. Me lo ha ocultado. Pero, ¿por qué?

¿Fue él quien me buscó en esta vida? ¿O simplemente nos encontramos de nuevo por un capricho del destino?

Estuve casi una hora sentada, sintiendo el peso de cada pregunta. Mi pecho era una tormenta. No sabía si gritar, llorar o reír. Pero al final, comprendí algo con total claridad. Necesito respuestas. Y esta vez, no voy a esperar a que él hable. Voy a buscarlas yo.

Me levanté. Subí las escaleras como si cada peldaño fuera un juramento.

Mañana, hablaré con Isaí. No importa lo que diga, me dirá la verdad.

(…)

NARRA ISAI/KIRAN

El amanecer llegó con una pesadez en el pecho que no podía sacudirme. No era solo cansancio; era como un aviso, una sensación que conocía demasiado bien… como el murmullo del viento antes de que estalle una tormenta, aunque aún no se vea en el horizonte, pero sabes que se acerca.

Me vestí sin prisa, tratando de ignorar ese presentimiento que se había instalado como un huésped incómodo en mi interior. Pasé la noche en casa de los padres de Alina, y aunque el lugar era acogedor, mi mente no encontraba descanso. Pasé gran parte de la madrugada despierto, pensando en ella… en lo que debía decirle… en lo que ya no podía seguir ocultando.

Bajé y ayudé con el desayuno. Abigail, la madre de Alina, me recibió con una sonrisa tranquila, como siempre. Paser, su padre, me dio una palmada en el hombro y me preguntó si había dormido bien. Ambos eran muy amables conmigo. Demasiado amables, considerando todo lo que aún no sabían.

Pero cuando ella apareció en el umbral del comedor, el tiempo pareció detenerse.

No sé cómo explicarlo con palabras simples.

No era Alina.

No completamente.

Había algo diferente en su forma de caminar, en la manera en que sostenía la mirada. Era como si la dulce y algo distraída joven que solía recorrer los pasillos de esa casa hubiera sido reemplazada por alguien más.

Xiao Mei.

Por un instante, juro que la mujer que vi entrar no era Alina… sino ella. La misma Xiao Mei que vi morir en mis brazos tantos siglos atrás. La misma que enfrentó la muerte sin miedo, con dignidad y temple.

Mi pecho se apretó.

¿Podía ser que…?

¿Ya lo recordaba todo?

Durante el desayuno, ella apenas habló. No se reía con Nathalia como siempre. No respondía con dulzura a los comentarios de Paser. Incluso Abigail la observaba con cierta preocupación contenida.




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