Hasta la próxima vida

23. El río de la verdad

NARRA ISAI/KIRAN

El sol aún no había llegado al cenit cuando Alina se acercó a mí con la expresión más seria que jamás le había visto.

—Acompáñame —dijo con una determinación que hizo callar a todos en la casa. Su madre, Abigail, la observó con preocupación. Su padre, Paser, frunció el ceño, sin atreverse a pronunciar una palabra. Incluso Olena y María, siempre tan desinhibidas, bajaron la mirada.

Alina se sentía diferente… como si la persona que caminaba a mi lado no fuera la hija de Abigail, sino la sombra de una mujer que creí haber perdido hace siglos: Xiao Mei.

Lo supe desde el primer instante en que nuestras miradas se encontraron esa mañana.

No dije nada. Solo asentí y la seguí, con la sensación clavada en el pecho de que ese día marcaría el final de muchas máscaras… y tal vez el comienzo de algo más auténtico.

El camino hacia el río nos llevó a través de campos llenos de flores, donde el viento susurraba entre los pastos, como si supiera lo que estaba a punto de suceder. Al llegar, el agua fluía tranquila entre piedras pulidas y sauces que se inclinaban como centinelas silenciosos. El reflejo del cielo en el río parecía más puro que cualquier verdad que se hubiera dicho en siglos.

Alina se detuvo y se giró hacia mí. Sus ojos oscuros estaban llenos de certeza y miedo.

—He recordado. Todo —dijo en un susurro—. Cada mirada tuya en aquella otra vida… cada palabra que me diste cuando el mundo parecía desmoronarse a mi alrededor. Recuerdo el beso en el jardín, el día antes de que te fueras. Recuerdo cómo te esperé… cómo morí con esa espera aún en mi alma.

Su voz no temblaba, pero la mía sí, cuando respondí:

—No entiendo de qué hablas, Alina…

Su ceño se frunció.

—No juegues conmigo, Isaí. No ahora. Si no me dices la verdad, si no admites quién eres… haré como si nunca hubieras existido. Te borraré de mi vida. Y esta vez, no me temblará la voz para hacerlo.

La amenaza, tan suave y tan firme, me dejó sin aliento. Ella no era solo Alina. Era Xiao Mei. Era ambas. Y yo… yo era el cobarde que le había fallado en dos vidas.

Bajé la mirada, incapaz de sostener la suya.

—Está bien… tienes razón —susurré—. No me llamo Isaí. Me llamé Kiran. Fui el hombre que te amó cuando el mundo era otro, cuando tú eras la flor más valiente de la casa Xia. Fui el que te abandonó creyendo protegerte… y el que regresó para encontrarte al borde de la muerte. No he dejado de cargar con eso ni un solo día.

Ella me observaba con una mezcla de furia, tristeza y alivio.

—¿Y lo que siento por ti ahora? ¿Es real… o es solo una sombra de lo que fuimos?

Me acerqué un paso.

—Esa pregunta también me atormentó. Pensé que era un reflejo… una trampa del destino. Pero no. Te vi reír aquí, llorar, enfadarte… Te vi vivir como Alina, no como Xiao Mei. Y me enamoré de ti, otra vez. Como nunca antes.

—¿Y si yo no soy la misma? —dijo, la voz quebrada.

—Entonces amaré lo que eres ahora. Y lo que fuiste. Porque eres tú, en cada forma.

Ella se quedó en silencio. Luego, como si el tiempo retrocediera, sus dedos buscaron los míos. Y cuando nuestras manos se tocaron, el río pareció detenerse. Todo se detuvo.

—En la otra vida, nunca tuve la oportunidad de decirte lo que sentía —susurró—. Siempre pensé que habría tiempo. Que volverías.

—Y esta vez, estoy aquí. No pienso irme.

—Entonces prométemelo —dijo, con la voz ahogada—. Prométeme que, pase lo que pase, no volverás a esconderme la verdad.

—Lo juro por lo poco que queda de mi alma.

Ella se inclinó, y nuestros labios se encontraron con la dulzura de una espera cumplida y el vértigo de un abismo del que no sabíamos si podríamos salir.

La besé como si con ello pudiera curar todas las cicatrices del tiempo.

Y no notamos la sombra entre los árboles.

No vimos a Olena, con el rostro endurecido por la furia de lo prohibido. No sentimos su mirada clavada en nosotros como un filo dispuesto a romper lo que tanto habíamos luchado por recomponer.

Solo supimos del silencio… y del amor.

Y yo, ingenuo, aún no sabía cuán cerca estaba la oscuridad.




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