Hasta la próxima vida

25.Sombras en la noche

NARRA ISAI / KIRAN

La fiesta fue pequeña, pero llena de significado. El padre de Alina había reunido a sus amigos más cercanos para celebrar nuestro compromiso. Entre los invitados estaba Eryk, quien, a pesar de sus esfuerzos por disimular, no podía esconder la decepción en su mirada. Yo lo notaba y, aunque no le guardaba rencor, me mantenía alerta.

Esa noche, tanto María como yo sabíamos que no podíamos bajar la guardia. Olena seguía acechando como una sombra amenazante. Me quedé al lado de Alina durante toda la velada. Para los demás, probablemente parecía un gesto romántico; para mí, era una precaución necesaria. Alina, con su aguda sensibilidad, no tardó en darse cuenta.

Después de que el último invitado se fue, el silencio de la casa nos envolvió como una manta cálida. Alina y yo nos acomodamos en el sofá de la sala. Ella apoyó su cabeza en mi pecho y yo la abracé con un brazo. El ritmo de su respiración tranquila me traía un poco de paz.

—Has estado muy… protector hoy —dijo, rompiendo el silencio.

—¿Demasiado? —pregunté, tratando de sonar despreocupado.

—No —respondió, mirándome—. Pero algo está pasando. ¿Qué es?

Sus ojos eran tan sinceros que no podía mentirle.

—Creo que Olena nos vio esta tarde —confesé—. Me preocupa que intente hacer algo.

Ella frunció el ceño.

—Isaí… puede ser muchas cosas. Rebelde, hiriente incluso. Pero es mi hermana. No creo que me haga daño.

—Eso es lo que me asusta —repliqué—. Porque si es capaz de tanto desprecio… no sé dónde está su límite. No quiero que te pase nada. Nunca.

Me acarició la mejilla con ternura.

—Confío en ti.

Los días fueron pasando. Aunque todo parecía más tranquilo, Olena se volvió más directa. Coqueteaba abiertamente, sin ningún tipo de vergüenza. La rechazaba con más firmeza cada vez, pero sus provocaciones solo se detenían cuando sus padres la reprendían. Hasta que, una noche, ocurrió lo que más temía.

Una noche, me quedé a dormir. Me había quedado profundamente dormido cuando sentí algo extraño: un roce que no reconocía. Abrí los ojos y mi cuerpo se tensó al instante.

—¿Alina? —murmuré en la oscuridad.

No era ella. Olena estaba desnuda, abrazándome. El horror me invadió de inmediato.

—¿¡Qué demonios haces!? —grité, saliendo de la cama de un salto—. ¡¿Estás loca?!

Ella intentó acercarse, pero retrocedí.

—¡Nunca va a pasar nada entre nosotros! ¡Nunca! ¿No entiendes?! —le grité con rabia, temblando de la furia y el asco.

Ella no dijo nada. Solo me miraba con una sonrisa torcida, como si hubiera ganado algo.

—. ¡Sal de aquí ahora mismo!

Mis gritos despertaron a todos. Alina, sus hermanas, sus padres. Todos salieron al pasillo justo cuando yo salía furioso de la habitación.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el padre de Alina.

—Tu hija —dije entre dientes—. Olena intentó meterse en mi cama. Desnuda.

El rostro de su madre palideció. Entraron a la habitación y confirmaron lo que había dicho. Incluso Olena, sin una gota de vergüenza, lo admitió.

Las palabras que le dijeron no fueron suaves. El padre le gritó. La madre lloró. Dijeron que había pasado todos los límites.

Bajé a la sala, aun temblando. Alina me esperaba allí. No me dijo nada. Solo me abrazó con fuerza, y en ese gesto encontré algo de consuelo.

Pocos minutos después, su madre bajó con el rostro pálido de vergüenza.

—Lo ha confesado —susurró—. Isaí… te pedimos perdón. No hay excusa para lo que hizo.

—Está bien —respondí, todavía con el pulso acelerado—. Lo importante es que no hubo malentendidos. Pero esto no puede volver a suceder.

—La enviaremos a un convento la próxima semana. No es negociable —declaró su padre con voz firme.

En la sala, Alina continuaba abrazándome en silencio. Sus ojos reflejaban preocupación.

—Estoy bien —le aseguré, acariciándole el cabello—. Ya pasó.

—Lo siento tanto…

—No es tu culpa.

Intentamos recuperar la calma. Anastasia, fiel a su humor habitual, soltó una broma:

—¡Bueno, después de esto, Isaí no puede dormir solo!

Miriham se unió a la broma:

—Sí, ¿y si Olena decide hacer otra locura? ¡Alina tendrá que cuidarlo esta noche!

Todos se rieron. Incluso Alina, aunque se notaba que estaba un poco sonrojada.

—Si sus padres y ella no tienen inconvenientes —dije sonriendo—, sería un honor que ella me cuidara.

El padre de Alina asintió.

—Para mí no hay problema. Todo depende de lo que ella decida.

Alina negó con la cabeza, un poco nerviosa.

—Ya eres lo suficientemente grande para dormir solo —me respondió, dándome un suave golpe en el brazo.




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