Hasta la próxima vida

31.El eco de la eternidad

NARRA EVELYN

Desde que tengo memoria, los sueños han sido como sombras leales que me acompañan al caer la tarde, susurrándome historias de vidas que no son las mías. Al principio, eran solo imágenes vagas: una flor, una melodía, una palabra en un idioma desconocido que, sin embargo, resonaba en mi alma. Luego, empezaron a aparecer los nombres, los rostros y las promesas que se rompían.

Tenía quince años cuando mis padres se fueron. Una enfermedad extraña se los llevó de un soplo, como si una ráfaga de invierno hubiera arrancado los últimos pétalos de nuestro jardín. No entendía por qué la vida se tornaba tan cruel de repente, ni por qué, en medio de tanto sufrimiento, comencé a soñar con otras vidas.

Soñaba con un lago sereno y un chico de ojos azules como el mar más claro. Su voz era profunda, firme y cálida. Me hablaba como si hubiera esperado siglos para pronunciar mi nombre. Lo amaba en mis sueños. Lo amaba con una certeza que no se puede explicar.

Hoy tengo diecinueve años. Y esta mañana, lo vi con mis propios ojos.

Caminaba por los pasillos del palacio junto al duque. Su porte era noble, su andar seguro. Su cabello negro como la noche caía con elegancia, y sus ojos… esos ojos me atravesaron como si me buscaran desde hace siglos.

No hablamos. Apenas un saludo formal, breve como un latido. Pero fue suficiente. Suficiente para reconocer lo que nunca se había perdido.

Y, aun así, lo que más me sorprendió no fue solo volver a verlo, sino verlo acompañado.

A su lado había otro joven, incluso más joven que yo. Tenía ojos verdes como los campos en primavera y cabello castaño claro, del color de las hojas en otoño. Su nombre era Alex.

Cuando nuestros ojos se encontraron, sentí un calor suave en el pecho. No era amor ni atracción; era algo más profundo, más tierno. Era como si hubiera estado esperando siglos para hallarlo. Como si, de alguna manera inexplicable, él también me perteneciera.

Su mirada tenía algo de Kiran, pero también algo más... algo que me recordaba a Alisa, esa niña de ojos dulces que aparecía en mis sueños como una hermana perdida antes de conocerla. En Alex, vi el eco de ambos. Y mi corazón se llenó de un amor que no tenía nombre, solo una certeza. Como el momento en que un niño reconoce un hogar que nunca ha pisado.

Las horas pasaron. No volví a ver a Kiran hasta la cena.

Selene y yo ya estábamos en el comedor. Charlábamos tranquilamente, como solíamos hacer desde que éramos niñas. Hablábamos de todo y de nada, aunque ambas sabíamos que la otra sentía la misma inquietud desde hacía años. Selene también tenía sueños, recuerdos de algo que no pertenecía a esta vida. Aunque, a diferencia de mí, ella solo había vivido una vez.

Estábamos riendo por una tontería cuando las puertas se abrieron.

Entraron Kiran y Alex.

El aire cambió, cargado de algo antiguo, de una memoria que aún ardía en lo más profundo del alma.

Sentí cómo el cuerpo de Selene se tensaba levemente a mi lado. Su mirada se posó en Kiran primero, y un brillo melancólico se encendió en sus ojos. Por un instante, una punzada de celos se alojó en mi pecho. No era rabia, ni inseguridad. Era el temor de volver a perderlo. Como si el destino, cruel e irónico, pudiera arrebatármelo de nuevo.

Pero entonces, noté cómo la mirada de Selene cambiaba.

Cuando sus ojos se posaron en Alex, algo en su interior brilló. Era como si lo reconociera de inmediato. Como si su alma entera estuviera gritando "¡es él!". En su expresión vi una mezcla de asombro, ilusión y una esperanza tan profunda que me sentí aliviada. No era Kiran quien encendía su corazón, era Alex.

Y, sin saber por qué, sonreí.

Kiran se sentó frente a mí. Su expresión era serena, pero sus ojos me buscaban como si tuvieran sed. Durante la cena, apenas intercambiamos palabras. Pero los silencios decían mucho. Las miradas hablaban por sí solas.

Cada vez que lo miraba, un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Lo amaba. Lo había amado en dos vidas, y lo seguía amando en esta. Y esta vez, no pensaba dejar que el tiempo nos separara de nuevo.

Cuando la cena llegó a su fin, nos levantamos y nuestras miradas se encontraron una vez más.

—No te vayas sin hablar conmigo —susurré, casi inaudible.

Él no respondió, pero inclinó ligeramente la cabeza, como si aceptara una promesa que aún no podía pronunciar.

Esa noche, al regresar a mi habitación, tomé mi cuaderno y escribí:

"Hoy, el pasado volvió a mí. Kiran vive. Alex respira. Selene recuerda. Y yo… yo me prometo que esta vez, el final será diferente. Esta vez, el destino no tendrá la última palabra."




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