Hasta la próxima vida

32.El eco de nuestras vidas

NARRA KIRAN

No sé cuántas veces he vuelto a esta biblioteca desde que llegamos. Aquí, el tiempo parece desvanecerse. Entre estas paredes llenas de historias ajenas, los siglos que llevo a cuestas encuentran un respiro.

Las llamas de los candelabros proyectaban sombras suaves sobre los estantes. Había una calma sagrada, como si incluso los libros estuvieran conteniendo el aliento.

Tomé un viejo ejemplar de poesía china. Lo abrí al azar y mis ojos se posaron en un verso que conocía demasiado bien:

"Donde el río encuentra al mar, allí espero; aún si mil años pasan, allí te encontraré."

Lo murmuré, casi como un susurro, como quien evoca un recuerdo que aún arde. Y en ese momento, la sentí.

No escuché pasos, ni un susurro. Solo sentí el calor repentino de unos brazos envolviendo mi espalda. Se aferró a mí con tal fuerza, como si temiera que me desvaneciera entre sus dedos.

—Evelyn… —susurré, aunque no necesitaba girarme para saber que era ella.

Me di la vuelta lentamente y la abracé con la misma urgencia. Mi pecho contra el suyo, mis brazos rodeándola como un escudo. Al principio, no dije nada. No hacían falta palabras para entender lo que ella sentía. Su cuerpo temblaba como el de alguien que ha esperado demasiado tiempo el permiso para llorar.

Estuvimos así, en silencio, respirándonos el uno al otro.

—Temí que no fueras real —murmuró al fin, su voz rota pero dulce—. Que fueras un eco más en esta memoria llena de fantasmas.

—Estoy aquí. —Le acaricié la nuca con ternura—. No me iré, Evelyn. No otra vez.

Ella levantó el rostro, y sus ojos —tan antiguos como los míos— se encontraron con los míos. Vi en ellos a Xiao Mei, a Alina… pero también algo nuevo: a la mujer que era ahora. A la Evelyn que había sobrevivido a todos esos nombres.

—¿Me recuerdas? —pregunté, apenas más que un susurro.

Asintió. Y sus labios pronunciaron un nombre que llevaba siglos esperando oír:

—Kiran.

Sentí cómo se me comprimía el pecho. No porque no lo esperara, sino porque en su voz, ese nombre recuperaba su significado. No era solo un nombre, era una promesa, un testamento de todo lo que habíamos sido y de lo que aún podíamos ser.

Nos sumergimos en el silencio, junto al ventanal, donde la luz de la luna dibujaba sombras sobre el libro olvidado.

—Cuando mis padres fallecieron, yo tenía quince años —dijo de repente—. Fue en ese momento que comencé a soñar. Cada noche, veía paisajes que nunca había explorado, sentía el aroma del té de jazmín y el susurro del viento en un bosque lejano. No lo comprendía… hasta que volví a escucharte.

—¿Y cuando me viste?

—Todo cobró sentido —me interrumpió con suavidad—. Como si el universo me devolviera una pieza que había estado perdida. Mi corazón lo supo antes que mi mente. Era alegría, sí… pero también miedo. Miedo de perderte otra vez.

Asentí en silencio, porque ese miedo también me pertenecía. Aunque aún no se lo dije.

—¿Y tú? —preguntó—. ¿Qué sentiste cuando me viste?

Miré hacia la ventana. La luna brillaba en lo alto, tan blanca como el recuerdo de su piel.

—Sentí alivio. Como si una promesa antigua finalmente se hiciera realidad. Y luego, culpa. Porque no pude protegerte… ni en China, ni en Rohatyn. —Tomé su mano—. Pero esta vez… no dejaré que el destino me separe de ti.

El silencio que siguió fue como un abrazo cálido. Como una manta tejida con hilos de alma.

—Kiran… ¿quién es Alex?

Sonreí un poco. Alex. Ese chico que parecía tener más años de los que su rostro dejaba ver.

—Lo conocí cuando él tenía dieciséis años. Lo encontré deambulando solo, sin pasado ni rumbo, pero con una extraña luz en los ojos. Desde entonces ha estado conmigo. Ninguno de los dos sabe quiénes fueron sus padres… pero los ancianos que lo criaron le dijeron que si alguna vez me encontraba, debía seguirme y no separarse jamás. Como si el destino lo atara a mí sin explicación.

—¿Crees que también forma parte de esto? —inquirió.

Asentí, lentamente.

—No lo sé con certeza, pero… hay algo en él que me resulta inquietantemente familiar. Como si llevara en los ojos la mirada de alguien que amé y perdí.

Ella me miró con una mezcla de comprensión y tristeza.

—Cuando vi a Alex… sentí algo extraño. Como si viera un reflejo de ti… pero con mis ojos. Fue como mirar a un hijo que nunca tuve… y, sin embargo, reconocerlo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. No de tristeza, sino de asombro.

—¿Y Selene? —me preguntó entonces—. ¿Alguna vez la conociste… en otra vida?

Levanté la vista. El nombre me pesaba en la lengua.

—He empezado a sospechar quién es —dije al fin—. Su forma de mirar, su aura... es como un eco lejano de Leila. Pero no estoy seguro. Ella es distinta, más nueva… como si esta fuera su segunda vida.

—Lo es —susurró Evelyn—. Lo sé porque yo... ya he vivido dos.




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