Hasta la próxima vida

33.Lo que aún arde en la memoria

NARRA KIRAN

Desde que Selene volvió, una sombra invisible se deslizó dentro de mí, creciendo lenta pero implacablemente. No era Leila, me repetía. No podía serlo. Pero sus gestos, su voz… cada pequeño detalle abría puertas que creí cerradas hace siglos. Era como caminar por un campo de flores marchitas que, de repente, vuelven a florecer con el aroma de una vida que ya no me pertenece.

Caminaba por uno de los pasillos internos del palacio, escuchando el murmullo de los sirvientes a lo lejos. Mis pasos eran lentos, distraídos. Y entonces, la vi.

Selene venía en dirección contraria, con esa gracia que parecía tejida entre los hilos de otra época. Nuestras miradas se cruzaron y nos saludamos con cordialidad, casi como dos desconocidos que se habían encontrado en un sueño lejano. Ella continuó su camino… pero yo no.

—Leila —dije, casi en un susurro.

Selene se detuvo.

Como si el nombre la hubiera alcanzado con la fuerza de un vendaval. No se giró de inmediato, pero su cuerpo se inclinó en un titubeo apenas perceptible. Finalmente lo hizo. Sus ojos me buscaron, y en ellos vi lo que temía y lo que anhelaba: reconocimiento.

Me acerqué unos pasos, mi voz baja y firme.

—Lo supe desde el primer día que llegaste. Pero necesitaba que tú también lo recordaras.

Selene sonrió, una mezcla de melancolía y alivio en su rostro.

—Yo también lo supe, Kiran. Aunque intenté ignorarlo. Tal vez… porque el corazón ya no es el mismo.

—¿Te duele recordarlo?

—No —respondió, moviendo la cabeza suavemente—. Me duele pensar que alguna vez creí que ese amor era eterno. Pero todo en esta vida cambia… y a veces lo que parecía ser nuestro destino solo era un puente hacia algo más.

Guardamos silencio un instante. No hacía falta decir más.

—No he venido a interponerme entre tú y Evelyn —añadió ella, con sinceridad en la voz—. Solo necesitaba cerrar lo que quedó abierto entre nosotros. Esta vez sin promesas rotas ni lágrimas escondidas. Y quizás… quizás también empezar mi propia historia.

—¿Con alguien más? —pregunté, no con celos, sino con una curiosidad tierna.

Sus mejillas se sonrojaron un poco.

—Un soldado. Nadie especial para el mundo, pero suficiente para hacerme reír sin miedo. Su risa no sacude el suelo bajo mis pies, no me arrastra al abismo. Pero en ella encuentro una calma que nunca supe que deseaba hasta ahora. Hace que mi corazón tiemble… de una manera diferente a como lo hacías tú. Y eso, Kiran, también es amor.

Asentí. Me acerqué y le ofrecí un leve abrazo, uno sin pasado, sin deudas. Solo el presente.

—Que sea un buen final para nuestro capítulo —murmuré.

—Y un mejor inicio para el tuyo.

Nos separamos con una paz que pocas veces alcanza a las almas que han compartido más de una vida.

Pero no estábamos solos.

Una presencia familiar, como un perfume entre las flores, me sacudió. Giré apenas y vi una silueta desvanecerse entre las columnas.

—Evelyn… —murmuré, sintiendo cómo mi pecho se hundía.

Sin pensarlo, empecé a caminar. Seguí el rastro que me llevaba al jardín. La encontré de espaldas, observando las peonías, tan quieta que parecía una obra de arte viviente.

—Evelyn —la llamé.

Ella no se volvió. No se movió en absoluto.

—No fue lo que pareció —dije al acercarme, con la voz quebrada.

—No me interesa —respondió, fría, casi indiferente. Pero su temblor al decirlo la traicionaba.

—Solo hablamos. Selene… no, Leila… ella solo quería despedirse. No hay nada más.

—¿Nada más? —dijo finalmente girándose hacia mí—. No necesitas explicarte, Kiran. Es natural que los antiguos prometidos se hablen. Que cierren ciclos. Que se abracen.

Su mirada era dura, pero sus palabras temblaban, como un cristal a punto de romperse.

—No la amo —le dije con firmeza.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿Y cómo puedo creerte? ¿Cómo sé que no hay un recuerdo más fuerte que yo latiendo en ti?

Di un paso hacia ella y, sin pensarlo, me arrodillé.

—Porque soy solo un vagabundo condenado a amarte hasta mi último segundo en este mundo. Porque jamás sentiré por otra lo que siento por ti. Porque si algo en mí pertenece a alguien, Evelyn… es a ti.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Al principio, no dijo nada. Simplemente me miró, con una mezcla de incredulidad y deseo. Finalmente, con manos temblorosas, me hizo levantar.

—Me duele pensar que alguna vez la amaste tanto… tanto como para seguir buscándola a través de los siglos —susurró.

—Lo hice —admití, sin temor—. La amé con la pasión de un joven, con la esperanza ciega de alguien que no conocía el sufrimiento. Pero eso fue antes… antes de ti. Antes de entender lo que es el amor cuando no es destino, sino elección. Y te elijo a ti, Evelyn. Siempre te elegiré. En cada vida. En cada sombra.




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