NARRA SELENE
La mañana se deslizaba suavemente entre las columnas del palacio, y la brisa tibia acariciaba los cortinajes, como si la propia primavera intentara colarse en los salones. Después de mi charla con Kiran el día anterior y al ver la calma entre él y Evelyn, sentí que algo se asentaba dentro de mí. No era un cierre definitivo, pero sí un respiro. Un instante en el que el tiempo parecía detenerse.
Me dirigí a la biblioteca. Necesitaba el refugio de los libros, ese lugar donde los recuerdos dolían un poco menos y las palabras ajenas sabían más dulces que las mías. Pero al cruzar el umbral, la primera presencia que encontré no fue la de los libros, sino la de Alex. Me esperaba con una media sonrisa, como si supiera que el destino nos debía esa conversación.
—Buenos días, Selene —dijo con voz serena.
—Buenos días, Alex —respondí con cortesía, aunque por dentro algo se tensó. No sabía por qué su sola presencia me inquietaba… quizás porque había algo en él que me resultaba familiar, pero a la vez diferente.
Nos acomodamos junto a una de las mesas de roble. Él me ofreció una taza de té, que acepté con gratitud. Un silencio nos envolvió por un momento, uno de esos silencios que no resultan incómodos, sino que preparan el alma para algo significativo.
—¿Puedo contarte algo? —preguntó de repente, con una calma seria.
Asentí, dejando la taza a un lado.
—No soy un joven cualquiera. Soy la vida que nunca llegó a ser. El hijo que Alina y Kiran nunca sostuvieron en sus brazos, pero cuya alma encontró su camino.
Sentí que el mundo se detenía por un instante. El aire se volvió más denso, casi sagrado.
—¿Cómo…? ¿Cómo es eso posible?
Él no sonrió. Tampoco apartó la mirada.
—Soy el regalo que el cielo les dio después de tanto sufrimiento. Una nueva oportunidad. Fui concebido para llevar luz donde solo hubo oscuridad.
—Entonces… —mi voz se quebró un poco— ¿yo soy… la prueba final? ¿El obstáculo que definirá si Kiran y Evelyn están realmente destinados?
—A veces las reencarnaciones tienen más de un propósito —respondió con suavidad—. Tal vez eres una prueba. Pero también podrías ser un regalo. Mi padre me contó un día que en tu vida pasada moriste joven, que no tuviste tiempo de escribir tu propia historia. Quizás esta vida sea para eso… para que tú también puedas amar sin miedo y sin sombras.
Lo miré, y por un instante, vi mi reflejo en sus ojos. Había en él una sabiduría que parecía no ser suya, como si mil voces antiguas habitaran en su interior. Pero en lugar de asustarme, me brindaba consuelo.
—¿Y si me vuelvo a perder? ¿Si vuelvo a amar sin ser correspondida?
Él puso una mano sobre la mesa, cerca de la mía, sin llegar a tocarla.
—Entonces estaré ahí para ayudarte. No solo como el hijo de quienes vivieron grandes amores y tragedias… sino como alguien que también está aprendiendo a vivir.
Sonreí, por primera vez en días, y bajé la mirada.
—Gracias, Alex. Me has dado tanto con tan pocas palabras.
—No fue mi sabiduría —respondió con un ligero guiño—. Crecí entre un el maestro de un ángel de la muerte, una divinidad encarnada y un ángel de la muerte que desafiaba al destino. Algo tenía que aprender.
Nos reímos suavemente, y el momento se sintió tan íntimo, como si el pasado y el presente hubieran hecho las paces entre nuestras manos.
Cuando la noche se instaló, las luces del gran comedor comenzaron a parpadear, como si fueran luciérnagas atrapadas en cristales. La cena transcurría entre charlas triviales hasta que mi padre, el Duque, levantó su copa. Fue un gesto sutil, pero el ambiente cambió, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar pesaran más que el vino en su mano.
—Mañana tendremos una cena de gala —anunció con seriedad—. Un pequeño baile. Vendrán familias nobles de la región. Espero que mi hija Selene y mi sobrina Evelyn aprovechen la oportunidad para conocer a buenos muchachos… tal vez alguno que merezca un compromiso.
Mi corazón dio un salto. Vi a Evelyn abrir los ojos con sorpresa, mientras Kiran se tensaba al otro lado de la mesa. Alex no dijo nada, pero su sonrisa se desvaneció. Yo también sentí un cosquilleo, no de miedo… sino de incertidumbre.
—Y, por supuesto —continuó mi padre, dirigiéndose a Kiran y Alex con una sonrisa amable—, ustedes también podrían encontrar a una dama que les agrade.
Kiran y Alex se miraron brevemente antes de responder casi al unísono:
—Le agradecemos la invitación, su excelencia, pero no es necesario.
Mi padre iba a replicar, pero Evelyn lo interrumpió, con una sonrisa apenas burlona:
—Vamos, tío. No seas tan impaciente. Que acepten. ¿No es así, Kiran?
Yo le seguí el juego, cruzando una mirada con Alex.
—Solo será una velada… ¿Qué podría pasar?
Alex suspiró como si la idea le pesara, pero asintió. Kiran, tras observar a Evelyn con una mezcla de duda y resignación, también accedió.
—Está bien. Iremos.
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Editado: 02.07.2025