NARRA EVELYN
El tintineo de las copas se entrelazaba con el murmullo de los invitados, creando una sinfonía contenida que fluía entre los acordes de los violines en un rincón del salón. Las luces de los candelabros brillaban sobre los espejos, multiplicando sombras y destellos dorados. Mi tío, el duque, había organizado esta cena de gala con un entusiasmo casi juvenil, con la esperanza de que tanto Selene como yo encontráramos un buen partido. No pude evitar sonreír con discreción cuando nos presentó con esa intención apenas disimulada, mientras mi corazón latía por alguien que no necesitaba presentación alguna: Kiran.
Alex y Kiran se comportaron de manera impecable, saludando con respeto y un toque de desdén a cada pretendiente que se nos acercaba. Yo reía por lo bajo al notar cómo la mandíbula de Alex se tensaba mientras observaba a Selene conversando con un joven que no dejaba de alabar su sonrisa. Y Selene, siempre astuta, le lanzaba miradas fugaces, como disfrutando del efecto que causaba. La escena era divertida, casi teatral, pero se volvió un espejo cuando vi a una mujer acercarse a Kiran.
Era una mujer hermosa, con una forma de andar segura y un vestido azul medianoche que le quedaba de maravilla. Le sonrió a Kiran con una dulzura descarada y se inclinó un poco, como si estuviera marcando su territorio. El calor en mi pecho se encendió antes que la lógica, un ardor silencioso que me llevó a acercarme a ellos, despacio, tratando de aparentar una calma que en realidad no tenía. Tomé a Kiran del brazo con una firmeza que no pude ocultar del todo y sonreí.
—¿Todo bien, amor? —le pregunté, mirándolo con una tranquilidad que no era más que una fachada.
La mujer parpadeó, visiblemente confundida.
—Disculpe, ¿es usted... su prometida? —preguntó con un tono amable.
—No exactamente —respondí con una sonrisa enigmática—. Soy su novia.
Kiran me miró con una mezcla de sorpresa y diversión contenida. La mujer se despidió con una leve inclinación y se alejó. En cuanto quedamos solos, sentí que la tensión se disipaba. Él se inclinó hacia mí.
—No sabía que habíamos oficializado —susurró con esa voz suave que siempre me desarma.
—Tampoco sabía que aceptabas coqueteos en fiestas familiares —le respondí, con un aire altivo.
La noche avanzaba, y aunque la música seguía vibrando, mi mente solo podía centrarse en él. Sentí un escalofrío de miedo al pensar que otra persona pudiera captar su atención. Tal vez fue eso, o el vino que había tomado, pero cuando lo vi alejarse hacia el jardín después del baile, lo seguí sin pensarlo dos veces. Pero él no se dirigió al jardín. Se deslizó hacia la biblioteca.
La biblioteca, siempre un refugio de palabras y recuerdos, se convirtió en algo diferente esa noche. La penumbra se extendía suavemente, como un susurro, y el aroma a madera envejecida llenaba el aire con una calidez inesperada. Cerré la puerta detrás de mí.
—Evelyn… ¿estás bien? —preguntó con suavidad.
Me acerqué sin decir una palabra, y cuando estuve a pocos pasos, lo tomé del cuello de la camisa. Su aliento se encontró con el mío.
—No me gusta que otras mujeres te miren así —dije en un susurro—. No es justo. No después de todo lo que hemos vivido.
Él no respondió. Me miró como si intentara descifrar lo que había detrás de mis palabras. Pero no era el momento para hablar. Lo besé, con un deseo que había estado oculto demasiado tiempo.
Él correspondió al beso, primero con ternura, luego con la misma urgencia. Sin embargo, intentó separarse.
—Evelyn… has bebido un poco. Quizás no sea el mejor momento…
Lo miré a los ojos, acariciando su mejilla.
—Estoy más consciente que nunca. Y te quiero. No por un capricho ni por impulso. Te elijo, Kiran. Aun sabiendo que podrías romperme el corazón.
En sus ojos vi cómo algo se rompía. Una barrera, una duda. Me tomó de la cintura y esta vez no hubo freno. Entre susurros y caricias, nos dejamos llevar por un deseo que no solo era físico, sino también espiritual, como si al unirnos intentáramos sanar todas nuestras grietas.
Nos amamos entre los libros, en un silencio compartido, varias veces, hasta que el cansancio nos venció. Antes de que la luz del amanecer comenzara a filtrarse por las ventanas altas, nos vestimos sin prisa. Kiran tomó mi rostro entre sus manos y me dio un beso lento, dulce.
—Nos vemos en el desayuno, mi vida.
—Estaré contando los minutos, mi amor —susurré, consciente de que, después de esta noche, no habría marcha atrás.
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Editado: 02.07.2025