NARRA SELENE
El sol apenas comenzaba a asomarse sobre los cipreses del jardín cuando lo vi sentado en el banco de piedra, como si el destino lo hubiera colocado justo ahí, en mi camino. Alex no dijo nada al verme, pero su mirada fue suficiente para recordarme la tormenta que había estado contenida desde la noche anterior.
—Buenos días, Selene —dijo al fin, con una voz tranquila que contrastaba con la tensión que flotaba entre nosotros.
—Buenos días —respondí en un susurro, sentándome a su lado sin entender muy bien por qué.
Durante unos segundos, el silencio reinó, interrumpido solo por el suave susurro del viento entre los rosales. No sé quién rompió el hielo primero, tal vez fui yo, o tal vez fue él, pero pronto las palabras comenzaron a fluir como agua que se escapa de un muro agrietado.
—Estabas muy sonriente anoche —le dije, mientras miraba un pétalo caído a mis pies—. Rodeado de chicas... Parecías disfrutarlo.
Él giró su rostro hacia mí, sorprendido.
—¿Y tú? —respondió—. ¿Te crees muy discreta? Reíste con cada cumplido como si hubieras estado esperando escucharlos toda tu vida.
Sentí que mi corazón se encendía. No era rabia, sino vergüenza y algo más profundo: miedo. Miedo a lo que esas palabras podían revelar.
—¿Estás celoso, Alex? —pregunté, esta vez desafiándolo con la mirada.
—¿Y tú no lo estás?
Guardé silencio. Claro que lo estaba. Verlo con esa mucama, ayudándola con tanta ternura... fue como recibir una punzada justo en el lugar donde no quiero admitir que siento.
—No me gusta sentirme así —admití—. No sé qué somos tú y yo, Alex... pero no quiero que me mires como la miraste a ella.
—No la miré como te miro a ti —dijo, con voz baja pero firme.
Me quedé sin palabras. Sentí que me faltaba el aire y que el mundo giraba más lento de lo habitual. Lo siguiente que hizo fue inclinarse hacia mí, tomando mi mano con suavidad.
—Selene... no quiero seguir fingiendo. Lo que siento por ti...
No le dejé terminar. Quizás por miedo, o por la confusión que me dominaba, pero cuando sus labios rozaron los míos, lo aparté de inmediato y me levanté. Su expresión era un mapa de desconcierto y dolor.
—¡No puedes besarme así, Alex! ¡No sin preguntar! —exclamé, y sin pensarlo dos veces, mi mano se deslizó hacia su mejilla.
La bofetada resonó más fuerte de lo que había imaginado. Él no dijo nada. Simplemente se quedó ahí, con la mirada fija en mí, como si hubiera perdido algo que ni siquiera sabía que tenía.
Corrí. No me importó lo que pensaran los sirvientes o si alguien me veía. Subí las escaleras de la casa y golpeé la puerta de Evelyn sin esperar respuesta.
—¡Fuera! —grité al ver a Kiran sentado junto a ella. Se levantó al instante y, al notar mi expresión, no protestó. Simplemente se marchó.
Evelyn me miró con los ojos muy abiertos antes de soltar una risa, como si acabara de presenciar la escena más divertida del mundo.
—¿Qué demonios te ha pasado? —preguntó entre risas.
Me dejé caer en la alfombra, aún temblando.
—Le pegué a Alex.
—¿¡Qué!? —su risa se detuvo por un segundo, solo para regresar con más fuerza—. Oh, por los cielos. ¿Qué hizo ahora ese pobre hombre?
—Me besó —dije, escondiendo mi rostro entre las manos.
—¿Y eso es un crimen?
—¡No pidió permiso! —repliqué, al borde de las lágrimas—. Fue demasiado... y yo... no sé lo que siento.
Evelyn se acercó, se sentó a mi lado y me abrazó con ternura.
—Selene, querida, lo que sientes no es tan complicado como piensas. Solo te asusta que sea real. Eso es todo.
—¿Y si me equivoco? ¿Y si solo es deseo? ¿Y si él tampoco lo tiene claro?
—Entonces hablen —respondió con calma—. Pero primero, ambos deben disculparse. Él, por actuar sin tu consentimiento. Tú, por reaccionar con violencia. El amor no puede florecer donde solo hay orgullo.
Me quedé en silencio unos segundos.
—¿Crees que pueda amar a alguien como él? —le pregunté finalmente.
Ella sonrió, acariciándome el cabello.
—No se trata de si puedes. Se trata de si estás dispuesta.
Me quedé allí, apoyada en su hombro, mientras las palabras se hundían lentamente en mi corazón. Y por primera vez desde la fiesta, me permití cerrar los ojos y preguntarme si, en el fondo, lo que más temía... era haber empezado a enamorarme de verdad. El silencio nos envolvía, pero mi mente seguía divagando entre pensamientos confusos. Fruncí el ceño sin darme cuenta y solté un suspiro pesado.
—No puedo creer que mi prima pueda convertirse en mi suegra —murmuré sin pensar.
Evelyn se quedó rígida.
—¿Qué? —preguntó con incredulidad, alejándose apenas para mirarme de frente.
Mi sangre se heló. Tardé un segundo en procesar lo que acababa de decir.
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Editado: 02.07.2025