Hasta la próxima vida

37.Ecos del pasado

NARRA KIRAN

El jardín se mantenía sereno, ajeno a la tormenta que se desataba en mi interior. La brisa se deslizaba entre los cipreses, sin saber que una historia estaba a punto de romperse. Caminaba despacio, con el corazón aún acelerado por la conversación con Selene. Había algo en su voz, en su mirada, que me había dejado inquieto. Una súplica disfrazada de distancia. Un enigma que no lograba descifrar.

Fue en ese momento cuando vi a Alex, sentado junto a la fuente. Tenía la cabeza baja, los dedos tensos como si intentaran contener algo que ya no podía guardarse. Sus hombros, caídos, parecían cargar con el peso de una historia demasiado antigua para ser contada. Dudé unos segundos antes de acercarme, pero la inquietud me empujó.

Me senté a su lado en silencio. Escuchamos el murmullo del agua por un instante, como si el mundo entero se detuviera en ese sonido.

—¿Qué pasó con Selene? —pregunté finalmente, sin rodeos.

Levantó la mirada. Sus ojos estaban enrojecidos, no por lágrimas, sino por la impotencia.

—Actué como un idiota —admitió, con la voz rasposa—. Dije cosas que no debía, me dejé llevar por los celos... La besé sin que ella quisiera. Me abofeteó. Con razón.

Guardé silencio unos segundos antes de responder. A veces, las palabras no son suficientes. Pero, aun así, intenté que las mías fueran más un bálsamo que un juicio.

—Alex, no puedes seguir así... reaccionando sin pensar, esperando que las personas correspondan a lo que sientes solo porque te arriesgas. El amor no es una batalla que se gana con impulsos.

—¿Y tú lo dices? —replicó, levantando las cejas—. ¿Tú, que arriesgaste todo por la mujer que amabas? ¿Cuántas veces actuaste por impulso solo porque el corazón te lo pedía?

Sus palabras me dejaron atónito. No porque no fueran ciertas, sino porque jamás imaginé que vendrían de él, con esa mezcla de reproche y admiración. Levanté la vista, buscándolo, sintiendo cómo una herida antigua comenzaba a abrirse de nuevo.

—Sí… lo hice. Pero no sin consecuencias —respondí en un susurro—. Cada una de esas decisiones me costó algo. Y a veces, no fui el único que pagó el precio.

—A veces hay que arriesgarse, aunque no sepas cómo va a terminar —insistió—. Tú lo hiciste, y yo también lo haré. No me voy a rendir por una bofetada. La amo. No me importa si me rechaza mil veces.

Me volví hacia él con seriedad. Quería que entendiera que no todo era tan sencillo.

—El amor no justifica herir a alguien —le dije, con el corazón apretado—. No puedes obligar a nadie a amarte. Y si no piensas en tus pasos, si te dejas llevar por las emociones sin reflexionar... puedes perderla para siempre.

—¿Y tú lo hiciste diferente, acaso? —me lanzó con una dureza inesperada—. ¿O ya olvidaste cómo terminó todo con Xiao Mei? ¿Con Alina?

Sentí la sangre hervir. Me levanté de un salto. La ira me cegó por un instante, y mis manos encontraron el cuello de su camisa antes de que mi razón pudiera detenerlas. Lo atraje con fuerza, el aire entre nosotros tan denso como la historia que nos separaba.

—¡No hables de lo que no sabes! —le grité con la garganta apretada—. ¡No te atrevas!

Alex no se movió. Su mirada era como un espejo, cruel y sincero.

—Tal vez no sé todo, pero he visto suficiente —dijo en voz baja—. La forma en que mirabas a Alina. El miedo que te paralizaba. Siempre llegabas tarde, Kiran. Siempre un paso detrás del destino. Y aun así pretendes enseñarme a no actuar por impulso, cuando en esta vida sigues cometiendo los mismos errores con Evelyn.

Mis manos temblaban. Lo solté de golpe. El eco de su nombre resonaba en mi mente como un recuerdo que aún no sé si me pertenece o no.

—No entiendes nada... —susurré—. Yo amaba a Alina con todo mi ser. Jamás la abandoné. Luché por mantenerla con vida. Rogué... grité... Le ofrecí a los dioses mi alma con tal de que alguien viniera a salvarla...

Mi voz se quebró. No era algo que soliera mostrar, esa vulnerabilidad. Pero ahí, en ese jardín, con Alex frente a mí, no podía ocultarla más.

—No sabía que ella... —me interrumpí, incapaz de completar la frase.

Alex me miró, y por un instante, no vi al joven impulsivo, sino a alguien más. Alguien que había guardado un secreto demasiado tiempo.

—No lo sabías —murmuró, como si pudiera leer mis pensamientos—. Nadie lo sabía. Ni tú… ni ella. Pero Alina estaba embarazada, Kiran. Cuando murió… llevaba una vida dentro de sí.

El mundo se detuvo.

—¿Qué estás diciendo? —mi voz era apenas un susurro.

—Soy esa vida que nunca llegó a respirar. El hijo que nunca pudiste conocer. Yo... Kiran, yo soy tu hijo.

No hubo un trueno. No hubo una señal del cielo. Solo un silencio. Un silencio tan profundo que me dolió en los huesos.

Me desplomé en el suelo como si algo dentro de mí se hubiera roto. El aire se volvió denso, y por un instante, no supe si seguía respirando.

Un hijo...

—No... —murmuré—. No puede ser...

Pero lo sabía. Lo sentía. En su sangre, en su alma. En la forma en que me enfrentaba, como si cada palabra fuera un reclamo que había estado esperando siglos para ser pronunciado.




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