NARRA EVELYN
El silencio se extendió como un hilo invisible, más afilado que cualquier verdad que se pudiera pronunciar. Permanecí quieta en medio del jardín, sintiendo cómo el aire se volvía denso, casi irrespirable. Mis ojos se movían de uno a otro: Alex, con la mirada baja, la mandíbula tensa y los puños apretados; y Kiran… era solo un eco de sí mismo. Su mirada vacía estaba fija en el suelo, como si su alma hubiera sido arrancada por manos invisibles.
—¿Es cierto…? —pregunté, sin saber bien a quién me dirigía—. ¿Es verdad lo que dijo Alex?
Kiran no respondió. Ni siquiera me miró. Solo cerró los ojos con fuerza y apretó los labios, como si intentara contener una marea que amenazaba con arrastrarlo.
Fue Alex quien rompió el silencio, aunque su voz apenas fue un susurro.
—Yo… no quería que fuera así. No de esta manera.
Sin decir nada más, se dio la vuelta y se alejó del jardín, como si el peso del mundo le hubiera caído encima. Selene lo siguió tras dudar unos segundos. Me quedé sola con Kiran.
Avancé con cuidado, temiendo que cualquier paso en falso pudiera hacerlo romperse. Me arrodillé frente a él, quedando a la altura de sus ojos. Él seguía sin mirarme.
—Kiran… mírame —le pedí, con suavidad.
Tardó unos segundos, pero finalmente levantó el rostro. Tenía las mejillas húmedas, los ojos enrojecidos y un temblor constante en la mandíbula. Me dolió verlo así. Tan deshecho, tan humano.
—Yo no lo sabía, Evelyn —susurró al fin, con la voz quebrada—. Nadie me dijo nada… Ni siquiera ella… Ni siquiera Alina.
Se llevó las manos al rostro, sacudido por un llanto que al principio era silencioso, pero que pronto se convirtió en un torrente desbordante.
—Si hubiera sabido que ella… que tú… —tomó aire, luchando con las palabras—, que llevabas una vida dentro… lo habría dado todo por protegerte. Me habría puesto entre ella y la muerte sin pensarlo dos veces… Me habría dejado matar. ¡Maldita sea, me habría dejado matar…!
De repente, con una violencia inesperada, Kiran se dio una palmada en el rostro. Primero una vez. Luego otra. Un golpe seco contra su mejilla, la piel enrojeciendo bajo la furia que se dirigía hacia sí mismo.
—¡Es mi culpa! —gruñó, y el siguiente golpe fue más fuerte. —¡Todo esto! ¡Xiao Mei, Alina… tú…! ¡Siempre fallo! ¡Siempre llego tarde! ¡No soy más que una sombra que arrastra muerte y dolor…!
—¡Kiran! —me lancé hacia él y tomé sus muñecas antes de que pudiera seguir—. ¡Ya basta!
Sentí el temblor en sus brazos, el latido furioso en sus sienes.
—¡Déjame! —rugió, intentando zafarse, pero no lo solté.
—¡No! —exclamé con firmeza, acercándome más, sin miedo—. ¡No te dejaré castigarte así!
Él me miró con los ojos desorbitados, los labios hinchados por el impacto de sus propios golpes. Pero debajo de la rabia, debajo de la culpa, vi algo más: desesperación.
Lo abracé con fuerza, como si al hacerlo pudiera sostenerlo antes de que se desplomara por completo. Y entonces sucedió. Sus piernas cedieron, su cuerpo se hundió en el mío y un sollozo quebrado salió de su garganta.
—Perdóname —susurró una y otra vez—. Perdóname por cada herida, por cada vez que no estuve, por no haberte salvado… Ni entonces… ni ahora.
Le acaricié el cabello, entrelazando mis dedos en sus rizos oscuros.
—Shhh… Kiran, mírame.
Tomé su rostro, obligándolo a mirarme. Sus ojos estaban hinchados, perdidos en un dolor profundo. Y, aun así, era hermoso. Hermoso en su fragilidad.
—Nada de esto fue tu culpa —le dije, con una voz firme pero suave—. Ni lo que pasó con Xiao Mei, ni lo que me ocurrió a mí como Alina. Hiciste todo lo que pudiste… y más. Y hoy estás aquí… aun intentando reparar lo irremediable. Eso no es cobardía. Es amor.
Él negó con la cabeza, los labios temblando.
—Yo… no sé cómo ser padre. No sé cómo mirar a ese chico a los ojos sabiendo todo lo que le fue arrebatado. No sé cómo hablarle sin sentir que le fallé antes incluso de saber que existía.
—Entonces aprendamos juntos —le respondí, acercándome aún más—. Él necesita respuestas. Necesita amor. Y nosotros necesitamos sanar. Pero no podremos hacerlo si seguimos castigándonos por el pasado.
Me obligué a sonreír, aunque las lágrimas nublaban mi vista.
—Alex no es solo una herida. Es un milagro. Es la prueba de que nuestro amor ha sobrevivido incluso a la muerte. Y ahora… está aquí. Con nosotros. Y lo único que podemos hacer… es no volver a fallarle.
Kiran asintió lentamente. Luego me abrazó de nuevo, esta vez con ternura.
—Te amo, Evelyn —dijo, apenas un susurro entre mis cabellos—. Te amo más de lo que jamás podré explicarte.
—Y yo a ti —respondí—. Más que a mi propia vida.
Nos quedamos así un instante, aferrados el uno al otro, compartiendo el mismo dolor, pero también la misma esperanza. Luego, me puse de pie y extendí la mano hacia él.
—Vamos. Tenemos un hijo que necesita escuchar la verdad… de los labios de quienes más lo amaron.
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Editado: 02.07.2025