Hasta la próxima vida

40.La Última Puerta

NARRA KIRAN

Han pasado ya unos días desde aquella charla con Alex, una de esas conversaciones que, sin necesidad de muchas palabras, se clavan en el corazón y se quedan allí para siempre. No sé si me estoy acostumbrando del todo a llamarlo "hijo", pero lo que sí sé es que su presencia me resulta cada vez más natural. Nuestra relación ha cambiado: ahora compartimos más silencios cómodos que reproches, y aunque todavía hay cosas que no nos decimos, ya no duelen tanto. Con Evelyn a nuestro lado, todo parece encontrar un nuevo equilibrio.

Evelyn… Ella. Las noches a su lado se han convertido en una rutina que no quiero romper. No solo compartimos la cama; compartimos secretos, risas a medianoche, y el calor de nuestros cuerpos que se buscan incluso cuando el mundo está en silencio. Y sí, nuestras actividades nocturnas no han disminuido ni un poco. Estamos redescubriéndonos en esta vida: entre besos, caricias, suaves discusiones y cada oportunidad de intimidad que surge cuando estamos juntos en la habitación. Nadie nos lo impide. Nadie nos vigila. Al fin.

Incluso Alex se ha adaptado con sorprendente rapidez. Lo veo más cerca de Selene. No lo dicen en voz alta, pero se nota. Hay una paciencia mutua, una suavidad en sus gestos. A veces, cuando los observo desde lejos, me sorprende lo extraño y hermoso que es ver a mi hijo enamorarse. Puede parecer una ironía, pero es algo que me trae paz.

El día transcurría como cualquier otro, con una calma que envolvía la casa como un manto familiar. Pero de repente, sin previo aviso, un dolor agudo me atravesó el pecho, sacándome de la tranquilidad con la fuerza de un mal presagio. Me llevé una mano al corazón, intentando mantenerme en pie, pero supe en ese instante que la llamada había llegado. Otra vez.

—Tendré que decirle a la anciana que hay formas más sutiles de convocar a una reunión… —logré murmurar con un suspiro sarcástico antes de perder el conocimiento y desplomarme sobre el suelo de mármol.

Cuando abrí los ojos, el blanco infinito del salón celestial me envolvía de nuevo. Pero algo había cambiado. Las columnas ya no eran solo mármol frío; la vida se filtraba en cada rincón. Flores trepaban con gracia, sus pétalos respirando luz, y el aire se impregnaba de un aroma que no era solo perfume, sino una promesa. Y allí, como si me hubiera estado esperando todo el tiempo, estaba ella: la divinidad. Sentada con elegancia en un sofá de lino claro, sostenía entre las manos una taza de té humeante.

—Te he estado esperando —dijo con una sonrisa cálida.

—Lamento la tardanza —respondí, sin poder evitar un tono irónico—. El viaje fue… algo pesado.

Ella rió suavemente, como quien ya ha escuchado mil veces la misma broma, pero aún le encuentra gracia. Me acerqué y tomé asiento junto a ella. El sofá era mullido, casi acogedor. Me sirvió una taza con delicadeza, como si estuviésemos en medio de una reunión casual. Por un momento, olvidé por qué estaba allí. Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que ella habló de nuevo:

—Tu alma ha cambiado, Kiran. Lo que has vivido, lo que has amado… ha dejado una huella.

—Y lo que he perdido también. Aunque… —hice una pausa y suspiré, mirando el contenido de la taza— esta vez siento que he ganado más de lo que imaginé posible.

Ella asintió, como si ya supiera lo que iba a decir.

—No suelo dar explicaciones —dijo con dulzura—, pero sé que dentro de ti aún hay preguntas que necesitan respuestas.

—¿Los veintidós años que estuviste ausente junto a Nekau… tuvieron algo que ver con Alex?

Sus ojos se suavizaron. Por un instante, guardó silencio. Luego, asintió lentamente.

—Sí. Lo criamos hasta que cumplió dieciséis años. Después, lo pusimos en tu camino aquella tarde en el pueblo costero. Era parte del último paso. Tú y Evelyn debían encontrarse con él sin saberlo, sin prejuicios ni certezas. Solo con el corazón. Y lo hiciste.

Cerré los ojos. Una parte de mí ya lo había intuido, pero escuchar esas palabras de su boca me dejó sin aliento. Alex era más que un regalo. Era una redención.

—Debí haberlo sabido… —murmuré—. Aunque tal vez no estaba listo para saberlo en ese momento.

—Exactamente —respondió ella—. Las cosas llegan cuando estamos listos para recibirlas.

Guardamos silencio. El aroma del té y las flores me envolvía en una extraña paz. Entonces, ella se volvió hacia mí con una expresión nueva, casi solemne.

—Kiran. Has pasado todas las pruebas. Has amado incluso cuando parecía imposible, has perdonado y te has enfrentado a tu destino con valentía. El ciclo se ha completado. Tu deber como ángel de la muerte ha llegado a su fin. Desde hoy, tu alma pertenece solo a la vida.

Sentí que algo dentro de mí se rompía, pero no era un dolor. Era un alivio tan profundo que apenas podía contenerlo en mi pecho.

—¿Lo dices en serio? —pregunté, con la voz temblorosa.

Ella asintió.

—Kiran, te libero de tu deber como ángel de la muerte. Te libero del castigo que te impuse. A partir de hoy, eres un hombre. Solo un hombre. Puedes vivir, amar, envejecer y ser feliz, como cualquier otro mortal.

No pude contenerme más. Caí de rodillas frente a ella, con el rostro empapado en lágrimas. Agradecí, una y otra vez, con palabras, con silencios, con el alma.




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