NARRA ALEX
Papá había sido liberado de sus deberes como ángel de la muerte hacía varios días. Al principio, parecía un león herido: imponente, pero perdido. Las cosas simples lo desconcertaban. Lo vi luchar con una taza de té, observar el fuego como si esperara respuestas, y quedarse en silencio bajo la lluvia con mamá, intentando comprender el mundo con ojos distintos. Luego, empezó a cambiar.
Al principio fueron pequeños detalles. Tropezaba con las palabras, se frustraba por olvidos triviales, reía más seguido. Perdía en los juegos de mesa con mamá, aunque a veces sospechaba que se dejaba ganar. En ese torpe proceso de adaptación, lo vi volverse humano. No un ángel caído, sino un hombre que elegía quedarse. Que elegía existir entre nosotros.
Mamá también lo veía distinto. A veces, lo observaba como si lo redescubriera. Se tomaban de la mano al caminar por los jardines y se susurraban cosas en voz baja, las risas escapando en breves ráfagas. Verlos así me llenaba de algo cálido y extraño. Era real. Tenía padres. Tenía una familia.
Mis días transcurrían entre clases, entrenamientos y momentos robados con Selene. Desde aquel beso fallido en el jardín, algo había cambiado. Intentábamos ser discretos, pero lo que sentíamos era demasiado grande para esconderse en susurros.
Un día, Selene me llevó de nuevo al piano.
—Vamos, no puedes ser tan malo eternamente —dijo, su sonrisa bordeando la travesura.
—Eso suena como un reto personal —repliqué.
Mis dedos tropezaban, como siempre. Pero ella no se burló. Tocó sobre mis manos, guiándome con paciencia. Sentí su aliento en mi cuello, el calor de su cuerpo junto al mío. Entonces, sin previo aviso, me besó. Un beso ardiente, urgente, como si la realidad hubiera quedado atrás.
No escuchamos los pasos. Solo el carraspeo de una garganta.
Nos separamos de golpe. Ahí estaba él. El duque. Padre de Selene. Su mirada era fría como el acero.
—A mi oficina. Los dos. Y vayan por Kiran y Evelyn. Me han llegado ciertos rumores… —dijo, con una calma más peligrosa que cualquier grito.
Nos miramos, tragué saliva, obedecimos.
Encontramos a mi padre en la biblioteca, absorto en un libro de arameo antiguo. Al escuchar nuestras palabras—el duque quiere hablar contigo y con mamá... sobre ciertas cosas—su rostro perdió el color.
—¿Qué? ¿Ahora? —su voz temblaba. Miró a mamá cuando ella apareció en el umbral.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—El duque quiere hablar con todos… sobre los rumores —dije.
Papá se pasó una mano por el rostro. Mamá solo asintió, tomó su mano. Me conmovió verlos así, cómplices en silencio.
El duque nos esperaba en su estudio. No sonrió. No bromeó.
—Siéntense.
El silencio era denso. Mamá tomó la mano de papá y él la sostuvo con firmeza. Yo encontré la de Selene bajo la mesa. Nos preparamos para lo peor.
—Quiero saber si los rumores son ciertos. Evelyn. Kiran.
Se miraron. Dudaron. Luego, asintieron.
—Nos… hemos estado viendo. En privado —dijo mamá.
—A solas, muchas veces —añadió papá.
Omitieron los detalles más comprometedores, claro. El duque guardó silencio. Luego empezó el regaño. Habló de reputaciones, del escándalo, de las habladurías. Su tono era firme, pero en sus ojos había más decepción que ira.
—Se comprometerán mañana, oficialmente.
Mamá y papá se miraron. Había algo radiante en sus ojos. No dijeron nada, pero lo entendieron todo sin palabras. Luego, el duque giró su atención hacia Selene y hacia mí.
—¿Y ustedes? ¿En el salón? ¿Públicamente?
Me sentí del tamaño de una nuez. Selene apretó mi mano. Mis padres intentaban no reírse.
—Perdón, padre —susurró ella.
—No quiero volver a ver algo así. No sin un compromiso de por medio.
La decisión quedó tomada. El compromiso de mis padres sería anunciado la noche siguiente. Selene y yo deberíamos esperar un año antes de formalizar algo. Un año no sonaba tan largo si era con ella.
Llegó la noche de la fiesta. La música llenaba cada rincón del palacio. La fiesta fue grandiosa. Candelabros, música, vestidos brillantes. Pero yo solo veía a Selene. Estaba deslumbrante. Bailamos, bebimos, reímos. Incluso vi a papá y mamá bailar. Todos nos reíamos.
En algún momento, Selene se inclinó hacia mí, con los ojos brillantes por el vino.
—Estoy algo mareada... ¿me acompañas a mi habitación?
Asentí, aunque sospechaba que su mareo era más fingido que real. La ayudé a subir las escaleras, riendo entre susurros. Una vez en su habitación, cerró la puerta y me besó. Primero suave, luego con esa pasión desbordada que solo ella tenía. Intenté alejarme.
—Selene... quizás deberíamos... esperar —intenté decir, entre jadeos.
—¿Por qué? ¿Por mi padre? ¿Por las apariencias? —susurró—. Yo te elijo, Alex. No quiero fingir más.
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Editado: 02.07.2025