NARRA KIRAN
Han pasado cuatro años desde aquel día en que el jardín se tiñó de rosas y música. Cuatro años desde que dejé atrás las sombras y comencé a caminar bajo la luz.
Me casé con Evelyn tres meses después de la fiesta de compromiso. Recuerdo el temblor en sus manos cuando me reveló que esperaba un hijo. No estábamos preparados, pero ¿quién lo está? La vida rara vez pregunta si somos capaces de enfrentarla. Lo único que supe con certeza en ese momento fue que no la dejaría sola. Que el miedo no tendría más peso que el amor.
Hoy soy esposo, futuro duque… y padre de tres hijos. Alex, nuestro primogénito, ha crecido con la firmeza de quien nació destinado a proteger. Pero los mellizos, Isaí y Nekau, son una fuerza distinta: caóticos, libres, con la risa de Evelyn impregnada en sus almas.
El día en que nacieron quedó marcado en mí como un juramento. Evelyn luchaba entre el dolor y la determinación, y yo, que había enfrentado ejércitos y demonios, me descubrí débil por primera vez. Pero entonces sus ojos encontraron los míos, y en esa mirada me dio la única certeza que necesitaba: estar ahí era suficiente.
La paternidad me llegó sin avisos ni advertencias. Hubo noches en vela, lágrimas de agotamiento, momentos de duda en los que me preguntaba si merecía llamarme padre. Pero también hubo risas al amanecer, pequeñas manos buscándome, historias contadas en susurros. Evelyn y yo aprendimos juntos, cometiendo errores, reconstruyéndonos una y otra vez.
Alex ha crecido más rápido de lo que puedo asimilar. A veces, cuando lo veo con Selene, me cuesta reconocer al niño que un día preguntó si los ángeles también se equivocaban. Se comprometieron un mes después del nacimiento de los mellizos, como si el tiempo no les hubiera permitido esperar más. Se amaban antes de saber que podían hacerlo. Y su hija, Leila, llegó a sus vidas como un destello de sol.
Tiene apenas un año y ya maneja el mundo con la autoridad de quien ha decidido que nada debe negársele. Evelyn bromea diciendo que ha heredado mi terquedad. Yo sonrío, aunque sé que ha heredado su dulzura.
Hay tardes tranquilas en las que el tiempo parece detenerse. Me siento bajo el gran roble del jardín, viendo a Leila jugar entre las flores, a Isaí persiguiendo mariposas mientras Nekau lo observa con una seriedad casi cómica. Alex y Selene se miran como si el resto del mundo no existiera. Y Evelyn… Evelyn siempre está cerca.
Esa tarde fue diferente.
Estaba inmerso en la lectura de un libro antiguo cuando escuché sus pasos. No levanté la vista; ya conocía el ritmo de su andar.
—¿Puedo sentarme? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Asentí, cerrando el libro sin perder la página.
Se acomodó a mi lado en silencio y tomó mis manos. Estaban frías. La miré, con el corazón en alerta.
—¿Qué ocurre, amor?
Respiró hondo. Sus ojos brillaban más de lo habitual.
—Tenemos que hablar —dijo.
El silencio se hizo espeso entre nosotros.
—¿Está todo bien? ¿Es por los niños? ¿Te sientes mal? —pregunté, sujetando sus manos con más fuerza.
Una sonrisa leve apareció en sus labios, aunque aún había nervios en su mirada.
—Estoy bien. Solo… estoy embarazada.
El mundo se detuvo.
Por un instante, todo quedó suspendido: las voces en la distancia, el viento entre las hojas, la luz del sol filtrándose a través de las ramas. La miré, y comprendí que ninguna palabra bastaría para abarcar lo que sentía.
La abracé. La abracé como si pudiera prometerle que nada nos separaría, como si el amor pudiera ser un escudo contra el tiempo.
Nos quedamos así, bajo el roble, el perfume de las lavandas envolviéndonos. Leila reía en la distancia, Alex sostenía a Selene en sus brazos, Isaí señalaba una nube con forma de ave.
Y yo, Kiran, antiguo ángel de la muerte, testigo de tragedias y portador de secretos, supe entonces que el verdadero milagro no era haber sobrevivido a tantas vidas… sino haber vivido esta.
"Y cuando las sombras me alcancen, buscaré tu voz entre las estrellas", le susurré al oído.
Ella sonrió, porque sabía lo que significaba.
—Entonces no tengo miedo, Kiran. No lo tendré nunca.
Y en el silencio que nos rodeó, entendí que no habría final. Solo un amor que persistiría más allá del tiempo, más allá del olvido.
El amor verdadero no muere. Solo cambia de forma… y vuelve a nacer
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Editado: 02.07.2025