Hasta noviembre

Cuatro. Una pequeña tregua.

El mundo está lleno de seres humanos desagradables, y desgraciadamente, esta noche me ha tocado toparme con alguien que pertenece a ese grupo.

Pero no voy a dejar que eso me arruine la noche.

Mi segundo y sencillo plan era comer fuera. Y dónde mejor que en el mejor puesto de comida rápida de toda Nueva Jersey.

El puesto de Joe´s.

El nombre no es nada del otro mundo, pero es lo más acertado que podrían haber hecho. Es decir, el puesto lo regenta una pareja, y ambos se llaman Joe, tanto él como ella. No era demasiado complicado de elegir.

Me sitúo en la fila y no tardan demasiado en atenderme.

Cuando la mujer que rondará los treinta y pocos me ve, me dedica una sonrisa cargada de entusiasmo. Pero no puede acercarse, puesto que está atendiendo a otros clientes. Es por eso que me señala a su marido y este adopta la misma actitud.

—¡La pequeña Maddy! Ya era hora de que volvieras por aquí. ¡Hacía dos años al menos que no te veía!

Me gusta que me recuerden. La gente no suele recordarme con tanta facilidad.

Será porque no soy alguien que merezca la pena recordar.

—Yo también me alegro de veros —sonrío—. ¿Qué tal va todo?

—De maravilla. Pronto montaremos una franquicia —bromea—. ¿Qué te pongo?

Señalo uno de los menús de hamburguesa con queso y patatas fritas. También pido una botella de agua.

Cuando hago el amago de pagar, me detiene.

—Aquí tu dinero no vale.

—Joe, si no lo coges no volveré a venir —insisto.

—No digas tonterías, claro que volverás. Pero será un día en que esto esté más tranquilo para contarnos que tal te va todo. Disfruta de la cena.

Lo dice tan convencido que me sabe mal rechazarlo. Al final, asiento y le agradezco el gesto, antes de marcharme de allí.

Camino con la bolsa en las manos dirigiéndome a casa, pero entonces, unas pequeñas gotas caen sobre mi piel.

Y las pequeñas gotas se convierten en una maldita tormenta.

Corro a cubrirme bajo lo primero que encuentro, que resulta ser una zona techada de un extenso parque, donde hay un pequeño banco.

No dudo en tomar asiento y dejar la bolsa a un lado.

Vale, el día no está siendo tal y como esperaba que sería, pero podría haber sido peor. Algo que aprendí a las malas es que hay fijarse en el lado bueno de las cosas.

La lluvia casi no me ha tocado, he conseguido la comida antes de que se pusiera a diluviar y las vistas desde aquí no están tan mal.

Se ve buena parte de la ciudad y el césped abarca varios kilómetros delante de mí. Es un paisaje bastante bonito.

El cielo cada vez está más oscuro, por lo que no saldré de aquí en un buen rato. Mi estómago empieza a rugir y decido que no me importa estar en mitad de la calle. Saco mi hamburguesa de la bolsa y le quito el envoltorio, dejándolo sobre mis piernas.

Joder, que bien huele.

Me dispongo a darle el primer bocado…

Cuando alguien toma asiento en el otro extremo del banco.

¡¿Qué narices le pasa a la vida hoy conmigo?! Yo solo quiero comer mi hamburguesa tranquila. ¿Es tanto pedir?

Miro de soslayo a la persona que continúa ahí sentada. Es un hombre. Lleva ropa oscura y tiene una capucha puesta.

Por un momento entro en pánico, pero me obligo a calmarme. No tiene por qué ser peligroso. Simplemente ha venido a resguardarse de la lluvia, como yo.

También he aprendido a las malas que no hay que juzgar un libro por su portada.

Pero la cosa es que yo llegué antes, por lo que este banco esta noche me pertenece. Y se lo hago saber.

Carraspeo, un poco nerviosa.

—Está ocupado.

Si la persona me ha oído, no parece hacer cuenta de ello.

Aunque si no me ha oído significa que tiene problemas de audición, porque está literalmente a un metro de mí.

El desconocido saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo. Toma uno y se lo lleva a los labios. Lo enciende y expulsa el humo con toda la tranquilidad del mundo.

Lo que faltaba, un fumador. Con lo que los odio.

—Está ocupado —repito.

—Esto no es un baño. Deja de decir eso.

No. Mierda, no puede ser.

Reconozco esa voz.

Me giro hacia él sin preámbulos para confirmar lo que ya sé.

—¿Me estás vacilando? No me estarás siguiendo, ¿no?

Pone mala cara cuando me ve.

—Ya quisieras.

—Si eres un loco obsesivo, te advierto que sé defenderme.

Expulsa el humo mirando la ciudad.

—Lo único que soy es un chico con muy mala suerte.

Lo observo con detenimiento. Tiene el cabello húmedo por la lluvia. Las pequeñas gotas caen sobre su frente, pero no parece importarle. Hace un movimiento con la garganta cada vez que lleva el humo a los pulmones. Sus facciones son marcadas, su expresión áspera y tienes los ojos claros. Azules.

Y también tiene un golpe bastante feo debajo del ojo izquierdo.

Pero aún así, me parece… extrañamente atractivo.

—Cuando te dé la gana dejas de mirarme. Cuando tú veas.

Me vuelvo de todos los colores y volteo la cabeza al frente de inmediato. Me obligo a reaccionar para qué no piense que la loca obsesiva soy yo.

—Yo he llegado primero —le hago saber.

—Enhorabuena.

—¿Puedes irte? —insisto.

—Está lloviendo —se acomoda en el respaldo—. Así que no.

Se baja el gorro de la sudadera y se sacude el pelo. Las gotas de agua caen por todos lados y su cabello queda completamente despeinado, apuntando en todas direcciones.

No sé cómo consigue verse tan bien en estas condiciones.

Está claro que, al igual que yo, él no tenía planeado venir aquí. La lluvia también lo ha pillado de imprevisto.

La cosa es que… comer delante de la gente siempre me ha dado vergüenza. Y más delante de gente que no conozco, así que hago un tercer intento por conseguir que se vaya.

—Estaba a punto de comer —dejo caer.




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