Hasta noviembre

Cinco. Maddy no, Madeleine.

Lejos de mejorar, la lluvia se vuelve una tempestad. Doy gracias porque el techo que nos cubre es bastante extenso, y lo único que llega a dónde estoy es el frío viento que arrastra el clima.

—¿Por qué has dicho que no tienes amigos?

La pregunta me pilla por sorpresa.

—Sorprendentemente, no eres tan insoportable como pareces —añade.

—Ah, bueno, gracias. Supongo.

—¿Por qué lo has dicho?

Tomo aire despacio, sopesando la respuesta.

—Nunca he tenido amigos, en realidad —me sincero—. Solo tengo una, pero más que como mi amiga la considero de mi familia, así que creo que no cuenta.

—Eso no responde a mi pregunta.

—No se me da bien relacionarme con la gente. Además, siempre que lo he intentado no me lo han puesto fácil. No suelo caer muy bien cuando soy yo misma.

—¿Por qué?

—Porque… a veces soy muy intensa. Y eso es algo que a las personas no suele gustarle. Además, hablo demasiado sin darme cuenta.

—Y qué lo digas.

—¿Lo ves? —suspiro, volviendo la mirada hacia el exterior—. La primera impresión que causo en la gente no es demasiado buena. No caigo bien.

Pasan unos minutos. Cuando creo que la conversación ha muerto, lo escucho hablar.

—Tampoco caes mal.

Bajo la mirada cuando me noto sonrojada. Intento desviar el tema de conversación de mí hacia él.

—Tú también eres simpático.

—No, no lo soy.

—Estás siendo simpático conmigo.

—¿Estás de coña? Estoy siendo un auténtico capullo. Aunque tampoco es que sepa ser de otra forma.

Esbozo una sonrisa sincera.

—Capullo o no, eres una persona muy agradable.

—Pues creo que eres la primera persona que piensa así. Enhorabuena.

—Alguna vez habrás tenido amigos que piensen lo mismo.

—No. Nunca.

Parece que tenemos más en común de lo que pensaba.

Aunque parezca una estupidez, extiendo la mano buena hacia él. Me mira como si hubiera perdido el norte por completo.

—No me mires así. Es muy triste que nadie me haya soportado nunca, y para una persona que lo hace… —esbozo una sonrisa—. Soy Maddy.

No me devuelve la sonrisa, pero acepta mi mano.

—Neithan.

No mantiene el agarre por muchos segundos. Cuando se aleja, añoro el calor que desprendía.

—Tienes las manos heladas —me dice.

—Lo sé. Siempre me pasa.

Me repara el jersey y ve que no tengo bolsillos. Me quedo petrificada cuando toma mis manos y las mete en el bolsillo de su sudadera.

Eso hace que esté aún más cerca de él, al punto de que mi cuerpo y el suyo se tocan por multitud de partes.

—¿Mejor?

Me doy una bofetada mental y me obligo a responder.

—Sí. Mejor —murmuro—. Gracias.

Enciende otro cigarrillo. Creo que ya he perdido la cuenta de cuántos lleva esta noche.

La diferencia es que esta vez, tras dar la primera calada, me mira. No sé por qué le lanzo una mirada de asentimiento, a pesar de que no me apetece volver a saborearlo.

Aún sosteniendo el cigarrillo, lo acerca a mis labios. Las yemas de sus dedos rozan mi piel. Le doy una calada y cuando lo suelto, él me imita.

—Maddy —dice de repente.

Lo miro intrigada.

—¿Qué pasa?

—Que odio tu nombre.

—Ah. Vale.

¿Cómo se supone que debo tomarme eso?

—¿Viene de Madison o Madeleine?

—Madeleine.

Suelta un pequeño suspiro, dejándose caer en el respaldo.

—Menos mal. Si hay un nombre que odio más que Maddy, es Madison.

—¿Y eso por qué?

—No lo sé. Me suena a pija de Hollywood.

Trato de reprimir una risa.

—A mí sí que me gusta el tuyo. Es muy bonito.

—No hace falta que me digas lo que ya sé.

Segundo dato curioso: si tenía humildad, se la ha fumado.

Me acomodo un poco en mi lugar. Quiero dejar de observarlo, de verdad que sí. Pero es que… me intriga. Es algo así como un jeroglífico.

—¿Me cuentas cosas de ti? —pregunto.

—No.

—¿Por qué nunca has tenido amigos?

—¿No es obvio? —me pregunta y me encojo de hombros—. ¿Quién querría ser amigo mío?

—Yo, por ejemplo.

Suspira, negando con la cabeza. Es como si mi mera existencia le exasperase.

—No. No quieres.

—Oye, no decidas por mí. Lo cierto es que me caes muy bien. Inexplicablemente.

—Todo el que se acerca a mí acaba jodido. ¿Entiendes eso?

—Lo que entiendo es que intentas alejarte de cualquiera que se acerque por alguna razón.

—No te incumbe.

Eso me intriga más. No he conocido demasiada gente en mi vida, pero desde luego, entre los pocos desafortunados que se han cruzado conmigo no había nadie como él.

—Aún así, creo que no pasaría nada por dejar que…

Me corto a mí misma. Todo a mi alrededor se paraliza en un maldito segundo cuando mis dedos lo rozan.

Rezo por no llevar razón sobre lo que creo que es. De verdad que sí.

Pero cuando elevo la mirada y compruebo que está analizando mi expresión, me doy cuenta de que estoy en lo cierto.

Mierda.

—Supongo que ya has cambiado de opinión —dice como si nada—. Lo entiendo.

Tengo un nudo en la garganta. No puedo abrir la boca. Tampoco puedo moverme.

—Supongo también que ahora me ignorarás o te cambiarás de lugar para no tenerme cerca.

—¿Por qué tienes eso?

Esboza media sonrisa amarga mientras lo saca del bolsillo. Tras observarlo unos segundos, lo guarda de nuevo, solo que en su pantalón.

—¿Tú qué crees?

—Pero…

—Te dije que nadie querría estar cerca de mí. Deberías escuchar más a los mayores cuando hablan.

—Sigo teniendo tu edad…

—Sí, cómo sea.

—Neithan… no puedes hacer eso.

Ahoga una risa irónica.

—¿Quién lo dice? ¿Tú?

—Estoy diciendo la verdad —insisto en voz baja—. No es bueno para ti. Te hace daño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.